Nadie lo hubiera creído hace tan solo tres meses. Estado de alarma y calles desiertas durante semanas con los comercios cerrados como en un perpetuo domingo. Decenas de miles de vecinos y vecinas obligados a trabajar en sus propias casas, y otros tantos sin trabajo de un día para otro. Coches funerarios accediendo sin cesar a un centro comercial del barrio, convertido en depósito de cadáveres, mientras al otro lado de la M-40 el trasiego era de ambulancias hacia un enorme hospital de campaña.

Todo habría sonado distópico hace tan solo tres meses. Sin embargo, es lo que hemos vivido. Lo nunca vivido. La pandemia del coronavirus provocó una emergencia sanitaria sin parangón que paralizó a todo el país, se ha cobrado miles de vidas y ha puesto de relieve muchas deficiencias del sistema sanitario por la falta de recursos y de personal tras años de recortes.

El nuevo virus descubierto en Wuhan (China) nos alertaba desde la cercana Italia, pero en España –y por ende en Hortaleza– no comenzamos a sentir su amenaza hasta que el 8 de marzo, el mismo día en que se celebraba el Día Internacional de la Mujer, la Comunidad de Madrid decidió restringir las visitas a las residencias de mayores en la región. Al día siguiente, el Gobierno regional de Isabel Díaz Ayuso anunciaba la suspensión de las clases en todos los centros educativos. Desde entonces, unos 30.000 estudiantes hortalinos reciben sus clases telemáticamente en casa.

La vida comunitaria y asociativa del distrito se detuvo aquella semana de marzo. El tsunami de cancelaciones de actividades y cierres de instalaciones aumentaba cada día, mientras en los supermercados se producían tumultos. El temor agotaba los productos de las estanterías –especialmente el papel higiénico– y en los estancos se formaban largas colas que daban la vuelta a la manzana en víspera del confinamiento.

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Larga fila a la entrada de un estanco de Hortaleza en la tarde del 13 de marzo, en víspera del decreto del estado de alarma. SANDRA BLANCO

APLAUSOS DESDE LA VENTANA

Con este cambio radical que se nos vino encima en menos de una semana, el Gobierno decretó el estado de alarma el 14 de marzo durante quince días –aunque sigue vigente tras diversas prórrogas– y todos nos vimos encerrados en casa para mitigar la propagación del virus.

Ese mismo día empezaron los aplausos de las ocho de la tarde, entonces de noche, con el vecindario asomándose a sus ventanas para homenajear la encomiable labor de los profesionales sanitarios. Un gesto repetido a diario que se convirtió en punto de encuentro y de apoyo. Incluso de esparcimiento y celebración: muchos músicos ofrecieron actuaciones desde balcones, y se felicitaron cumpleaños a coro.

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Vecinos aplauden a los sanitarios en la calle Mar Báltico de Hortaleza. SANDRA BLANCO

Con los aplausos, el vecindario de Hortaleza ha protagonizado sin salir de casa las manifestaciones más multitudinarias de la historia del barrio. Al sonido de las palmas se sumó pronto el de las cacerolas, que martillearon, con mayor o menor resonancia, contra la gestión del Gobierno de Pedro Sánchez.

Como respuesta a la crisis económica que ya se gestaba entonces, brotaron nuevas iniciativas solidarias como la red vecinal de ayuda Somos Tribu Hortaleza, que surgió para llevar la compra o hacer recados a las personas más vulnerables ante el coronavirus.

Los mercados tradicionales y galerías de alimentación del barrio, que no dejaron de abrir sus puestos durante la pandemia, también organizaron repartos a domicilio conjuntos para que pudiéramos quedarnos en casa. La vida en común se trasladó a las pantallas, con videollamadas o grupos de WhatsApp y Telegram donde el vecindario se coordinó para elaborar mascarillas o producir viseras protectoras sanitarias con impresoras 3D en casa.

CRISIS SANITARIA

Ante el aumento del número de víctimas provocadas por la COVID-19 –nombre con el que se ha bautizado a la enfermedad por coronavirus– y la saturación de los servicios funerarios de la ciudad, el barrio se conmovió el 23 de marzo cuando la pista del Palacio de Hielo se transformó en una morgue provisional y los vehículos de la Unidad Militar de Emergencias llegaron a Hortaleza para desinfectar residencias de mayores, donde la letalidad del virus se hizo insoportable.

Lo peor de la pandemia estaba por llegar, y el 28 de marzo se endurecía el confinamiento. Dos días después, se decretaba el cese de las actividades empresariales no esenciales hasta el 9 de abril. Centros de salud como el de Virgen del Cortijo cerraron para que su personal reforzase al nuevo hospital de campaña de IFEMA y otros centros sanitarios de referencia.

La pandemia deja una irrebatible moraleja: tenemos que cuidarnos entre todos, y sin los cuidados de otros no somos nada

Cuando se cumplió un mes del confinamiento, asumimos que la pandemia iba para largo, y la actividad comunitaria del barrio se supo adaptar a las nuevas circunstancias. El Día del Libro no dejó de celebrarse gracias a un polifónico programa de Radio Enlace donde participaron casi un centenar de personas, y el tradicional Día del Árbol de Hortaleza se festejó con actividades domésticas. La primavera no se detenía, y las cosechas de los huertos comunitarios de Manoteras y Villa Rosa fueron donadas al Banco de Alimentos de Madrid para evitar que se perdieran.

LA DESESCALADA

A finales de abril, las calles del barrio recobraron vida. Primero fueron los peques para paseos de una hora. El 2 de mayo, con la pandemia remitiendo, lo pudimos hacer el resto. Salimos con mascarillas, intentando mantener las distancias, porque el coronavirus deja una irrebatible moraleja: tenemos que cuidarnos entre todos, y sin los cuidados de otros no somos nada.

Estas líneas se escriben en víspera del día en el que deberían arrancar las Fiestas de Hortaleza, el acontecimiento más multitudinario y esperado en el barrio. Es la primera vez que se cancelan en sus 40 años de historia. Sin embargo, estamos seguros de que todo el barrio suscribe las palabras con las que reaccionó a la noticia nuestro vecino Pablo Ambrona: “Mejor sin fiestas que sin hortalinos”.

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Peques y mayores disfrutan del tramo de la calle López de Hoyos peatonalizado durante la desescalada. SANDRA BLANCO

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