Es curioso pensar en cómo se originan los movimientos sociales. ¿Cómo comienza una revolución? Qué chispa, grito o ráfaga de viento tiene que darse para que cientos de miles de ciudadanas y ciudadanos se unan y movilicen, para que despierten en un sueño colectivo cargado de futuro, con el deseo feroz de mejorar el mundo en el que vivimos y de cambiar, de una vez y para siempre, el orden de las cosas.

Diez años han pasado desde aquel 15-M. Mucho se ha hablado ya de un movimiento que en aquel entonces los medios internacionales calificaron como “el acontecimiento político más importante en España desde la muerte de Franco”. Y mucho se habla estos días de lo que queda de él. No han parado de editarse libros que profundizan en aquellos acontecimientos, memorias que repasan lo que allí se vivió, ensayos y artículos que diseccionan aquel sentir general de indignación y de rabia que se extendió por las calles.

El 15-M fue un punto de partida que llenó las plazas de Madrid y también de Hortaleza de ciudadanas y ciudadanos de a pie y otros provenientes de diferentes militancias sindicales, sociales y políticas, que impregnó de una conciencia ecologista, feminista y fraternal muchos de los rincones del barrio, y que hoy prevalece en el tejido vecinal que cultivan asociaciones como La Soci de Manoteras, Compostaje Comunitario de Hortaleza o la recién retomada asociación vecinal La Expansión de San Lorenzo, entre otras muchas.

Colectivos que han luchado durante años para mejorar la vida de sus barrios y que hoy luchan por seguir celebrando la Feria de Asociaciones de Hortaleza, con el objetivo de crear sinergias entre ellas y de dar a conocer al vecindario su actividad y sus proyectos en estos tiempos tan complicados en los que las redes de apoyo son imprescindibles para la supervivencia de muchas personas.

El 15-M pervive en las redes vecinales que se han establecido para asistir a las personas más vulnerables del distrito, ya sea recogiendo comida o luchando contra los desahucios

El 15-M pervive en las vecinas y vecinos que establecieron redes vecinales para asistir a las personas mayores del distrito en los meses más duros de la pandemia provocada por la COVID-19 o hasta que se recuperó la normalidad tras el parón causado por la enorme nevada de la borrasca Filomena, en la recogida de alimentos y de productos básicos para ayudar a las familias del vecindario más vulnerables, en la lucha incesante contra los desahucios y las subidas desorbitadas del precio de la vivienda que obligan a muchos hortalinos a tener que dejar el barrio.

También en las acciones locales que se han organizado contra la construcción de un macroparking en la zona de Mar de Cristal que el vecindario no quiere ni ha pedido (lo que sí quieren y piden es una biblioteca pública más para el distrito, que solo cuenta con tres para casi 200.000 habitantes) o contra la cesión por parte del Ayuntamiento de Madrid de una parcela pública a la compañía energética Iberdrola para la construcción de un aparcamiento para uso exclusivo de sus empleados pegado al colegio público Juan Zaragüeta, protagonista junto con otros cinco centros educativos del barrio de las revueltas escolares organizadas para pedir que se mejoren tanto la movilidad de sus zonas como los accesos a sus centros para garantizar caminos seguros a las escuelas infantiles, colegios e institutos del distrito.

Diez años han pasado desde aquel estallido. Más de media vida para un perro, una brizna de tiempo para un olivo. Lo que tarda una lata de aluminio en degradarse. Hoy celebramos el décimo aniversario de aquel anhelo de transformar la sociedad en calles y plazas que apenas empiezan a resurgir a la vida después de un año y medio de pandemia. Tras aquella confluencia de mareas, ahora vivimos tiempos de bajamar, pero que a nadie se le olvide que, aunque abandonamos Sol y regresamos a nuestros barrios, sabemos cómo emprender el camino de vuelta.

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