No quiero engañarte, lector o lectora, con hipérboles sobre esta vecina. Saca tus conclusiones. La conocí hace pocos años y quizá tú también te hayas fijado en ella. Quizá ya te ha echado las cartas y desvelado tus secretos; quizá te haya dedicado esa novela que gestó y amamantó en negro sobre blanco hasta ofrecértela con una dedicatoria; quizá te la hayas cruzado en la calle, en la cabalgata, en el mercadillo, en la Soci de Manoteras o en el escenario; quizá la vieras en al procesión de la noche de muertos junto a las llamas ejerciendo de sacerdotisa, o quién sabe si has soñado con ella comandando una goleta pirata.

Puede que haya sido el azar lo que ha hecho coincidir la llegada al barrio de la edición en papel del periódico el 14 de octubre, Día de las Escritoras. Esto ha ocurrido después de que la propia L. G. Morgan participara en la grabación en el Espacio Danos Tiempo de un programa especial emitido en Radio Enlace con motivo del día de las escritoras. ¿Solo casualidad?

Trataremos de acercarnos con el diálogo a L. G. Morgan, una mujer polifacética capaz de contagiar a todo un barrio.

¿Cómo te llamamos?

L. G. Morgan.

¿Y por qué ese nombre?

Pues surgió cuando me buscaba un seudónimo, y le estuve dando muchas vueltas y me gustó, al final, lo de dos letras: L. G. Morgan. Bueno, Morgan viene de Morgana, que es la hermana, la supuesta hermana o hermanastra del rey Arturo. Me encanta el ciclo artúrico. Y porque siempre me han gustado las brujas y siempre me han atraído personajes de mujeres, a poder ser hechiceras o brujas…

¿Qué te atraía de ese seudónimo?

Me gustaba emplear seudónimo porque no se sabe si eres hombre o mujer ni se sabe la nacionalidad. Los anglosajones son muy dados a tener dos nombres y un apellido y quería jugar con ese tema porque, sobre todo, de lo que yo más escribo y donde me he movido, el género fantástico, da igual que sea literatura fantástica, terror o ciencia ficción. En España cuesta valorar este género. De estos géneros se leen más, sobre todo, a los autores anglosajones, aunque hay otros ejemplos como el polaco Sapkowski, que es superfamoso, el de Gerald de Rivia, pero, en general, el mundo anglosajón es lo que tiene tirón ahí.

Y luego lo de ser hombre o mujer. Todavía, desgraciadamente, parece que es mejor que no se sepa, o sea, siguen vendiendo más en general los autores hombres, aunque hay excepciones y, afortunadamente, va cambiando un poco la tendencia.

Como Fernán Caballero, por ejemplo.

Bueno, sí, hay muchísimos ejemplos. Pero era otra época, hoy en día parece que no es así.

¿Se lee más a un autor por ser hombre?

Todo el mundo creo que, honestamente, contestaríamos que no leemos a un autor o una autora por su género. Tú lees indistintamente, pero, en cambio, cuando se pregunta qué autores has leído, qué estás leyendo o qué libros tienes en tu biblioteca, sobre todo en el caso de los hombres, hay muchos más libros de autores hombres.

Y no lo hacen conscientemente, o sea, no es que elijan voluntariamente leer más a autores hombres, pero la realidad es esa. La sociedad ha elegido los nombres, los libros de texto han estado plagados de nombres masculinos y apenas femeninos. Incluso hablando de literatura moderna actual, hay algún sesgo inconsciente que lo impulsa. Al final, el producto que tú adquieres es un producto que está como envuelto ya para regalo. Eso lo han creado las campañas de marketing, publicidad…

Eliges en las tiendas, ese como envoltorio que ha creado una empresa de publicidad. El mensaje que mandan, de alguna manera, encaja más, a nivel inconsciente, el de los autores. No sé si es que se les promociona más, no sé si el envoltorio que decimos que ponen resulta más llamativo…

“Me gustaba emplear seudónimo porque no se sabe si eres hombre o mujer ni se sabe la nacionalidad”

¿Lo analizas como psicóloga?

Sí, claro.

¿Qué escuela de psicología sigues?

A mí me gusta, sobre todo, la psicología clínica. De hecho, me especialicé en clínica, que sería más en plan terapia, sea individual o en grupos, para tratar los trastornos o las conductas. Y es lo que más me interesa, más que otro tipo. Y dentro de las escuelas, por lo menos en mis tiempos, los psicólogos se adscribían claramente a una corriente y, además, se limitaban a usar esa. Estaba ya muy denostado el psicoanálisis en la facultad y el conductismo era lo que más prestigio tenía, pero ya también se estaba superando.

¿Y tú en cuál te sitúas?

Creo que más que por tema académico, por pura experiencia vital y por personalidad, yo soy de las personas que valoran mucho y miran mucho el interior. La pura conducta, el puro exterior, no me sirve para explicar al ser humano.

¿Y qué es el interior?

Pues el interior serían todos esos factores. A mí la aportación del psicoanálisis, de descubrir el inconsciente, o sea, descubrir todas esas facetas de cada uno que son invisibles, incluso para uno mismo, pues me parece un aporte enorme. ¿Cuántas de nuestras conductas y cuántas de nuestras respuestas, incluso de nuestras emociones, etcétera, están mediatizadas exactamente por esa parte inconsciente? Incluso el exterior nos moldea también según el filtro que tenemos dentro. Luego has ido formándote de modo ecléctico, recogiendo distintas tradiciones…

¿En qué momento decidiste estudiar psicología?

Fue exactamente con la película Recuerda de Hitchcock. En el taller que doy de escritura surrealista, hago referencia a esa película porque me parece un gran punto de partida. Hitchcock quería hacer la primera película de psicoanálisis de la historia. Él tuvo éxito en el sentido de trasladar los principios más elementales del psicoanálisis al gran público, al público general. En esa película se muestra el psicoanálisis como casi una tarea detectivesca.

Realmente, llegué a la facultad esperando eso, y no era eso lo que había en la facultad en absoluto. Entonces, no sé, diría que me he formado, que ya tenía yo unos objetivos o una vocación, incluso, y entonces la he ido desarrollando donde he ido. Lo que me dio la facultad y me ha servido, pues genial; pero yo creo que, muchas veces, la vida a cualquiera, independientemente de lo que decidas estudiar, al final te va dando lo que tú buscas. ¿Haces un análisis psicológico sobre la realidad, sobre las personas, sobre la sociedad, a partir de ahí? Quizá mi filtro sería ese.

¿Siempre en Manoteras?

Llegué cuando tenía 5 años. Yo tengo recuerdos del barrio que me sirvieron mucho cuando luego escribí La casa de los cerezos. Quizá era como una deuda interna que tenía también con el barrio, que es como un personaje más.

Nosotros estrenamos la casa, como tanta gente que venía a esa zona, y, cuando eres pequeño, yo creo que lo tomas sin más. Me acuerdo de ir al colegio cuando todo era como descampados, terraplenes. Íbamos primero en la ruta y, luego, cuando fuimos caminando, había que atravesar donde está el parque Doña Guiomar. Eso todo era absoluto campo. Era como un barrio que todavía guardaba trocitos de naturaleza. También es un barrio donde hay un montón de árboles. De hecho, mis padres lo eligieron también por eso.

¿Infancia de niña en la calle?

Mi infancia no ha sido tan callejera como la de otros amigos que he tenido. Sí bajábamos, sobre todo, a la plazoleta. Pero luego también recuerdo que, en nuestros tiempos, había muchas horas de clase. Había clase por la mañana y por la tarde y, cuando salías, sobre todo en invierno, también hacías los deberes. Estábamos en la calle, pero también bastante en familia y casa.

Te imagino niña aventurera.

Sí, pero muy, muy lectora también. He tenido mucha imaginación, pero no sabría decirte. Era más también de vivir mucho la parte imaginada, o sea, como cuando decimos que los libros te permiten vivir mil vidas.

¿Teníais libros en casa?

Mis padres han sido siempre muy lectores, grandes lectores. Y mis tíos, mis abuelos… En general, era una familia lectora y yo creo eso te modela.

“Tengo recuerdos del barrio que me sirvieron mucho cuando luego escribí 'La casa de los cerezos'”

¿A qué se dedicaban profesionalmente?

Pues mi madre era ama de casa porque, cuando se casó, tuvo que dejar de trabajar; lo exigía la empresa. Ella estaba en un estudio de arquitectura con tareas administrativas. En el momento que las mujeres se casaban, ya no podían seguir desempeñando el trabajo. Y mi padre ha estado siempre en contabilidad. Era administrativo. Entonces, mi padre, como muchos hombres de esa generación, tenía dos trabajos.

¿Qué aficiones tenían?

La lectura, desde luego, sí. La música les gustaba. A mi padre le gustaba el fútbol; a mi madre, bueno, más o menos. Se veía la tele en familia. Yo recuerdo ver juntos series y películas y el sábado, después de comer, era como obligado el western de turno o lo que hubiera. Al cine íbamos alguna vez, no sé, yo creo que vida normal.

¿A qué cole fuiste?

A la Inmaculada, un cole de monjas. Nos nos escolarizaron allí porque debía ser el final de un curso y buscaron colegios en los que hubiera plaza. A ese le eligen, en parte, porque es religioso. ¡Con lo anticlerical que ha llegado a ser mi madre! (risas) Entonces, era solo de chicas.

¿Y tu hermano?

Creo que al que fue se llamaba Virgen de Begoña. Sí. Un cole que había ahí donde El Bosque, que luego resultó ser un cole espantoso, superconservador, muy carca, tanto en los métodos como en todo. Sin embargo, mi colegio, que era de monjas, era muchísimo más avanzado en enseñanza y en valores que muchos otros coles, incluso coles públicos.

¿Recuerdas alguna monja en especial?

Tanto la superiora como la directora eran mujeres muy avanzadas, y luego tenían, como otras monjas, mujeres que no dependían de nadie. En ese sentido, yo me acuerdo de la monja que nos daba Comercio, madre Teresa Castaño, que siempre hacía hincapié en que la economía de las familias solía descansar en la mujer y que una mujer, al final, ejercía de maestra, de administradora y de un montón de cosas. Que es como una visión diferente de la que se suele tener de las monjas.

¿Un prefeminismo?

A mí me marcó muchísimo una profesora seglar que nos daba Literatura y Lengua. Esa mujer, además, era superprogresista, tanto en cuestión política como de feminismo… Yo sí creo que algunas eran realmente progresistas. Ahora bien, a la hora de votar, estoy segura de que habrían votado lo que dictamine la Iglesia.

¿Por qué curas rojos y no monjas rojas?

Yo creo que son más prudentes y, además, date cuenta de que viven en una congregación. Los curas que se llaman curas rojos están en una parroquia, tienen más autonomía, no son monjes de una congregación y en la Iglesia católica la jerarquía del sacerdote es muy diferente.

¿Eras de ir a misa?

Recuerdo años de haber ido a misa, no todos los domingos, pero sí aquí, en la parroquia. Pocos años después, yo ya no me confirmé. Me empezaron a no cuadrar ciertas cosas.

Yo me acuerdo de que enseguida me empecé a cuestionar qué sentido tenía la eucaristía o la misa. Cuando decían “Da fraternalmente la paz”, pero ¿si tú no conoces a este señor o a esta señora que está al lado? Y luego lo de compartir… y, sin embargo, la Iglesia es rica. Cuando empiezas a pensar, en la época de juventud, una se rebela. Empiezas a ver otras cosas, pero todavía estás muy atada a lo que ha sido…, a lo que es el nexo familiar, pero hay pandillas, hay grupos…

¿Tenías pandilla en Manoteras?

No fue de aquí. Me apunté a los scouts con 14 años. Pero mi grupo estaba primero en la Cuesta de los Sagrados Corazones y luego nos trasladamos a Cruz del Rayo. Mi pandilla lo llegaron a ser ellos. Yo tenía a las amigas del cole durante la semana, pero mis amigos eran los scouts.

Luego hice COU en el instituto del barrio, en el Arturo Soria, y ahí sí hice pandilla ya de aquí, de Manoteras, pero solo fue un curso… Después se va a la universidad.

¿A cuál fuiste?

Yo fui a la Complutense porque Psicología se cursaba en la Autónoma, pero no había especialidades. Fíjate, ahora no te sirven de nada, pero yo elegí la Complutense porque en teoría salías con una especialidad y yo quería clínica. Entonces, se estudiaba en Somosaguas y no había metro aquí: era un calvario. El hecho de ser un campus pequeñito y estar aislado hizo que nuestra experiencia universitaria fuera intensa.

¿Qué pasaba?

Nos íbamos a Moncloa y allí charlábamos con los compañeros de lo que estudiábamos y de todo. Entonces, teníamos debates superintensos de psicoanálisis versus conductismo, cosas así. Muy, muy especializadas. Muy frikis también.

¿Y el paso al mundo laboral?

Acabé la carrera y, claro, mi idea era trabajar de psicóloga, pero enseguida vi que era dificilísimo por no decir imposible. Entonces, hice unas prácticas con un gabinete de educativa, pero luego tenían sus propios psicólogos. Nos cogían a los recién titulados para pasar los test y poco más, pero no te contrataban.

Busqué trabajo de lo que fuera y fui, supuestamente, asesora pedagógica, pero resulta que era vendedora de libros. Hice encuestas, di clases particulares…, no sé…, y bueno, eché currículos en todo lo que se me ocurrió de gabinetes psicológicos y, en paralelo, iba echando en tiendas de ropa o lo que fuera.

¡Ah! También tuve un bar con mi familia durante cinco años, o sea, he hecho muchas cosas que no tenían nada que ver una con la otra.

Al final, año tras año, cada vez la psicología se iba quedando más lejos hasta que en mi mente quedó descartada y, de hecho, he regresado ahí hace poco. Pero es lo que te decía al principio, a mí me interesaba muchísimo la psicología, aunque no ya como trabajo, sino como disciplina científica. Lo que me parece fascinante es intentar entender la mente humana.

L. G. Morgan

L. G. Moran en la presentación de la cuarta antología del certamen literario hortalino Cruzar la Antártida. SANDRA BLANCO

¿Y la literatura?

La escritura me ha gustado siempre, pero me costó mucho. Yo escribía, pero no era capaz de encontrarle finales a las historias. Tampoco me dedicaba a ello al cien por cien.

Yo planteo que la escritura, como cualquier otro arte, al final es proyección de uno mismo, da igual que sea pintura o sea música. Si es arte, en mi forma de entenderlo, no es un ejercicio técnico sin más, sino que es pura proyección con herramientas técnicas al final. Yo soy mucho más afín al surrealismo.

¿Cuándo empezaste a publicar?

Fue en torno a 2009. Entonces, sí me centré ya más decididamente. Hasta entonces, había sido más un hobby.

¿Te profesionalizaste?

Sí, yo creo que mi privilegio es que no necesitaba dedicar un mínimo de horas a trabajar en algo que no me gustara. Entonces, podía dedicarme a escribir y a cuidar a mis hijas y mi casa… En otro caso, habría tenido que seguir trabajando en lo que fuera.

¿Cómo fue el proceso?

Mis hijas iban al cole y tenían, además, el turno partido. Eso me ha condicionado muchísimo porque no puedes llegar a sumergirte del todo en una tarea. También me ha impedido tener una cierta disciplina.

¿Has sentido vértigo con el folio en blanco?

Eso del folio en blanco no suele ser mi problema. Mi problema es más el desarrollo de la historia y encontrar una estructura, llegar a un final. Me costó mucho llegar a confiar en mí y saber que, al final, el final aparece (risas).

¿Cómo lo has superado?

En una novela, obviamente, algo tienes que planificar. Pero, en un relato, más que planificar, primero tengo que sentir la historia dentro, pero además me documento a la vez.

Un ejemplo muy gráfico: tenía que escribir un relato sobre terror oriental y decidí que iba a ser en la China del siglo VIII, porque a mí China me ha fascinado toda la vida y, además, he leído mucho sobre China. En la biblioteca, no siempre lo hago, a veces espero que un libro me salte desde la estantería para llevármelo y esta vez fue Las aventuras del juez Di del diplomático holandés Robert Hans van Gulik.

Entonces, ya tenía como mi ambientación. En mi cabeza, estaba China y me dediqué a buscar música de la China clásica, que a mí la música me inspira muchísimo, aunque a los occidentales nos suena superinarmónico. Así que, escuchando música china con la imagen del palacio de Chang’an, que es la capital en esa época, siento la historia dentro y encuentro a mi personaje. Es como que dentro se construye algo y ya sale al folio, al ordenador.

Una vez que estás desarrollando la historia, que tienes además normalmente un límite de palabras, te preguntas dónde me lleva esto y dónde lo acabo. Entonces, con la práctica, he descubierto que tengo que confiar y que al final sale.

¿Has ido a talleres literarios?

Pues no he ido a talleres oficiales ni nada, pero yo tuve la suerte, que lo valoramos más los que hemos conocido el preinternet, que ya había un montón de páginas de ayuda a escritores y, sobre todo, un montón de foros, un montón de páginas web de lectores y, también de, nosotros decíamos, protoescritores, o sea, como que estás intentando, estás empezando.

Entonces, hubo concursos en los que participé durante muchísimos años. Se colgaban los textos en abierto, unas veces de manera anónima y otra con tu nombre, y todos los miembros del foro opinaban. A mí eso me ha resultado… un total y absoluto taller en el aprendizaje de la escritura.

Siempre hay gente que sabe más que tú, gente que sabe menos; también vas leyendo teoría literaria o te lo cuenta alguien. Ser jurado en algún concurso, yo lo recomiendo muchísimo porque aprendes un montón. Tienes que justificar tus razones. No vale decir me ha gustado o no me ha gustado. Además, analizas tus sensaciones y, después de leer mucho, tanto a aficionados como a profesionales, sí que vas detectando errores, que muchas veces los cometes tú también, y vas afinando ese criterio. Sí, vas afinando.

¿Cuándo empezaste sacar de la chistera tanto activismo?

Me hace mucha gracia porque, si te digo la verdad, no sé cuándo empezó la época loca, que sí sé lo que dices totalmente. He tenido épocas de timidez. Creo que siempre se empieza poco a poco.

Desde el instituto y… principios de la facultad, desarrollé una especie de pánico escénico con todo lo que me convirtiera en un centro de atención, que el foco fuera yo. Los foros a mí me ayudaron muchísimo en las relaciones personales y a soltarme. Poco a poco, vas hablando, te vas colocando en situaciones que te exigen un poco de esfuerzo, pero que, a la vez, te permiten una escapatoria y ya, cuando te permites desplegarte, pues salen un montón de iniciativas y cada vez más. Cuando te permites desplegarte, porque obviamente estás contenida, empiezas a generar…

“Vimos que éramos capaces de hacer realidad la cosa más loca. Y eso, claro, te da un empoderamiento brutal”

No te imagino tímida.

En mi casa, no, o sea, con la gente de confianza yo era superabierta, habladora y tal. Entonces sí, yo creo que esa es la expresión, cuando te permites desplegarte, ya, pues es que… empiezas a generar…

¿Qué has generado? ¿Cruzar la Antártida?

Lo del concurso surgió aquí en Manoteras. Ya habíais hecho un concurso literario. Yo creo que fue en los primeros libros vivientes, sí, que fue una iniciativa que se me ocurrió, pero porque ya estábamos en la Soci, que ha sido un foro muy enriquecedor.

¿Cuándo entraste?

Conocí la Soci porque había acabado de autopublicar La casa de los cerezos. Entonces hablé con Rafa González y él me propuso hacer una presentación en la Soci. A raíz de eso, me metí en oficina, pero yo ya había estado en la asociación hacía muchos años como alumna. Esta vez, me metí a ayudar en oficina e hice la presentación.

¿Qué supuso para ti?

La Soci fue como otro foro donde nos juntamos muchas personas, cada una desde su estilo, desde sus gustos, haciendo cosas por el barrio. Entonces, de repente, también el barrio es como un escenario donde desplegar cosas, donde acercarte.

¿En qué año?

En 2013 o 2014 puede ser; sí, más o menos.

¿Te consideras social?

Soy una persona que cree profundamente en lo social, pero lo social en la interacción social, más que solo lo social. En todos los grupos donde he estado, si al final se da una comunicación real, se producen sinergias a mogollón y se produce una relación, un enriquecimiento, una realimentación. Cuando existe esa realimentación, no hay límite y todo es posible.

¿Cómo surgen las iniciativas?

Nos juntábamos para hacer una idea loca, que yo creo que todo tiene que partir de loquear. Es un término que acuñó Belén en una de las reuniones de la Kultura Komissiya. Primero hay como que dejar volar la imaginación y luego vas a tierra. Entonces, creo que en todo, primero, hay que permitirse loquear y después lo plasmas. Luego vimos que éramos capaces de hacer realidad la cosa más loca. Y eso, claro, te da un empoderamiento brutal.

¿Cuál es la clave?

La autogestión es lo que te da ese poder, ese crecimiento. Los centros culturales no están concebidos desde la Administración para que los autogestionen las vecinas. En tiempo, dicen que sí. A mí me han contado vecinas y vecinos que tenían las llaves de los centros culturales.

Pero ¿en Manoteras no hay centro cultural?

A este barrio y a muchos otros no nos han dado nada y, como no te dan nada, pues te has tenido que buscar la vida y desarrollas cosas inimaginables.

¿Como el huerto de Manoteras?

El huerto es como es, en parte, porque la Soci es como es. Queríamos un huerto en el barrio y, desde el minuto uno, los que nos involucramos más, y el resto también, se decidió que el huerto iba a ser lo que quisiera ser. La Soci dio una autonomía al huerto para permitirle crecer y ser. Yo siempre defino al huerto como una escuela de ciudadanía.

“Yo siempre defino al huerto de Manoteras como una escuela de ciudadanía”

¿Cómo es la gente del huerto?

En el huerto, hay gente de todos los estilos, o sea, es un grupo de lo más heterogéneo en cuanto a edades…, ideas, todo, formación, gustos, biografía…, pero absolutamente heterogéneo. Yo proponía locuras, pero locuras de estas que a mí me interesaban.

¿Qué locuras?

Me interesa la mitología pagana, las ceremonias, las fiestas de la Tierra, todo lo ligado a la Tierra, a las diosas madre… Y de ahí surgió la procesión de la Fantasmal Compaña de Manoteras. Sabiendo que no son los gustos de la mayoría, yo decía mis locuras y a mí todo el mundo me miraba bien, y tenían cabida.

¿Y Las Noches del Huerto?

Las Noches surge, lo que es el concepto, de un sueño que tuvo Miguel. Entonces existía uno de los huertos pioneros de Madrid en Lavapiés que tuvo la iniciativa de llevar a gente que tocaba al aire libre en ese mismo espacio. Entonces, Miguel lo contó en una asamblea y, en varias asambleas, le fuimos dando forma y decidimos cómo sería. Había compañeros que querían que fuera dentro del huerto, pero la mayoría pensamos que mejor fuera porque lo que queríamos era dar algo al barrio y hacerlo hacia el barrio.

¿Contabais con artistas?

Los primeros artistas de esa edición, la mayoría, fueron los propios hortelanos. Eso fue también maravilloso, descubrir que había quien tocaba un instrumento, otros escribíamos, otro pintaba, otro no sé qué. Soñar sin presupuesto y hacerlo, eso es lo que es sorprendente. Y lo más sorprendente es continuar, porque ya son muchos años.

Es mucho esfuerzo.

Sí, a mí me ha superado el esfuerzo. Yo llevo ya dos años de baja en el comité organizador. Una vez lo calculé y suponía, más o menos, 20 personas cada viernes a ocho horas de trabajo. Y los primeros años era todavía más agotador porque, aunque teníamos mucho menos aparataje, desmontar implicaba que teníamos que traer desde el huerto a la Soci todo el material. Entonces, allí cargábamos un coche, veníamos aquí y lo descargábamos y, en paralelo con uno o dos carros de la compra, nos traíamos lo que no cabía ya en el coche. Así cada viernes, o sea, es un trabajazo.

Y ahora no menos.

Claro, a cambio, hay muchos más aparatos y más equipos que montar y desmontar… Sí, es un trabajazo inmenso.

¿En qué otros charcos andas?

Bueno, el Kulture Market y, en paralelo, Cruzar la Antártida y las cosas que organiza la Kultura Komissiya. Hubo un año en que prácticamente todos los viernes teníamos actividades aquí en la Soci. Y no sé cuántas cosas más en paralelo: las fiestas del huerto, las normales, la de la calabaza, el Kulture Market Day, el Día de los Libros Vivientes

L. G. Morgan

Los agitadores culturales de Kulture Market, entre los que se cuenta L. G. Morgan, en la Feria Participativa de Asociaciones organizada por la Coordinadora de Hortaleza. SANDRA BLANCO

Que ya son tradición.

Sí, los primeros libros vivientes, yo no sé si ya surgieron… en 2016, 2017, por ahí. Las Noches en el 16. El concurso Cruzar la Antártida, fíjate, ya va por la quinta edición.

Y la Cabalgata Participativa.

Nosotros llevábamos muchos años yendo a la cabalgata como paseantes. Mis hijas eran pequeñas. Era cuando se hizo la cabalgata manifestación. En este caso, fueron los scouts quienes decidieron un año participar en la cabalgata y nosotros fuimos como padres scout. Al año siguiente, los monitores ya vieron que no tenían fuerza para meterse y nos dio un poco de pena el perder la experiencia, que había estado guay. Entonces, lo lanzamos desde el huerto, la Soci apoyaba, pero no había gente interesada en desfilar y lo hicimos desde el huerto.

Miguel y Azucena eran nuestro nexo en las reuniones de cabalgata y, a partir de ahí, Manoteras ya ha estado ligada y está plenamente implicada en el resto de la Hortaleza. Desde luego, la cabalgata sí ha sido un puente tremendo.

¿Y en la Coordinadora de Hortaleza?

En la Coordinadora de Entidades sí que llevamos muchos años. Yo voy en representación de la Soci desde hace un montón. Luego hubo ahí un par de años o tres que no iba nadie. Es que las fuerzas también son las que son. Porque al final somos los mismos los que estamos metidos en todo.

Fuiste presidenta de la Soci.

Se aunó lo que era la asamblea del 15-M con la junta directiva, de manera que no hubiera una junta directiva como tal, sino una coordinadora de colectivos, los que en ese momento orbitaban en la Soci, que eran muchos.

Eso pasó por distintas fases y, cuando yo me presenté como presidenta, también un poco para continuar la línea que íbamos llevando, me propuse, como cosa importante, que de verdad, en vez de junta directiva, nos gobernásemos como una coordinadora. Entonces, intentamos articular de manera realista ese funcionamiento horizontal y, claro, cuesta muchísimo.

¿Por qué?

Igual que nos ha costado en el huerto, porque todo en esta sociedad se confabula para que el sistema de funcionamiento sea otro. O sea, el capitalismo es puramente jerárquico y todo es piramidal. Intentamos todos hacer un gran esfuerzo para que fuera así.

¿Se consiguió?

Hubo reuniones muy multitudinarias de coordinadora y procesos de formación muy interesantes. Hicimos lo de la IAP (investigación de acción participativa).

¿Qué tal la relación con la Administración?

Respecto a la Administración, era todo lo contrario. Fue cuando la casa del conserje, los Foros Locales, que íbamos como parte de la mesa. Yo estuve en la de cultura y luego estábamos en la de Manoteras. Yo creo que fue una época muy ilusionante al principio porque, la verdad, es que intentaron hacer otro modelo. Pero luego fue muy decepcionante a la vez porque se quedaba en nada.

Muchas horas de trabajo.

Sí, y luego nuestra pelea con la AVS, las reuniones aquellas…

¿Satisfecha con que la Soci continúe en su local?

Me alegro mucho de que sigamos teniendo local, pero al final se han salido con la suya. De la Agencia de la Vivienda Social, lo de social es una afrenta. Mira lo del desahucio último. Es una afrenta a todas las asociaciones y todos los colectivos que tenemos de verdad un sentimiento y una vocación social. Al final, les hemos reconocido una deuda ilegítima porque no nos ha quedado otra. Nos han sangrado y nos van a sangrar durante los próximos 30 o 40 años. ¿Para qué? ¿Para que un señor o una señora en sus cuentas se apunte un tanto, una victoria, un barrio que es que no tiene nada, nada colectivo, nada de nada?

Se ha hecho lo mejor que se podía hacer y hemos conseguido lo mejor que se podía conseguir, pero no quita para que sienta esa amargura de que, una vez más, han triunfado y es que no nos han regalado nada, o sea, no nos han podido tratar peor, sinceramente.

“Me alegro mucho de que sigamos teniendo local, pero al final se han salido con la suya”

¿Por qué has creado tu sello editorial?

Sí, son salidas porque el mundo editorial es muy complejo. Conseguir lectores es dificilísimo, sí. A mí me empezaron a publicar editoriales pequeñas. Mi primera antología de relatos en solitario me la publicó una editorial llamada Saco de Huesos. Vi que no me hicieron casi promoción, la presentación me la hice yo, me la tuve que currar, no distribuían por ningún sitio, hacen tiradas pequeñas por necesidad.

Es normal, ¿no?

No es que yo los critique, pero llegó un momento que lo que me hacen es lo mismo que me puedo hacer yo sola y yo sola tengo la libertad total de qué portada quiero, en qué condiciones quiero la maquetación, con quién lo imprimo, etcétera. En mi primera presentación, así grande, no dispuse de ejemplares el mismo día de la presentación porque la distribuidora con la que trabajaban le pasó no sé qué.

¡Vaya faena!

Entonces, me dije por qué sacrificar mi libertad y el porcentaje en las ventas a cambio de casi nada. Así que, con La casa de los cerezos, ya me la autopubliqué yo, sobre todo porque yo creía que era una historia que no sé cómo calificar. Mis libros no encajan perfectamente en una categoría literaria, así que son comercialmente difíciles.

¿Has aprendido a ser editora?

Poco a poco, por circunstancias, he ido descubriendo temas como lo del ISBN, como lo del depósito legal, el registro y tal. Y al final, esta última, Labrys, que es la nueva novela que nació en mayo, esta ya la quería sacar con un sello editorial, que es mío, solo el sello editorial, porque todavía hay lectores que desconfían de la autoedición o de la autopublicación.

¿Aconsejas la autoedición?

Hay que avisar a los escritores en ciernes que hay ya bastantes seudoeditoriales en las que pagas por publicar, y eso no es una editorial, eso es una pseudoeditorial. Para eso, háztelo tú o contrata a una agencia de servicios editoriales y vas a las claras. Me he hecho este sello editorial porque tengo intención de seguir autopublicándome y quiero que sea como un sello que garantiza mis libros; por ejemplo, físicamente están muy cuidados.

¿Cómo se llama tu sello?

Letras Indies, sello editorial independiente, es mi marca. Además quiero que se reivindique que la escritura, la autoedición, es como la música indie, que básicamente dice que eres independiente, que pasas de las multinacionales y que quieres ser el último responsable de tu producto; pues lo mismo en literatura.

Tus presentaciones son espectaculares.

Sobre todo es un intento de que sean divertidas, sí. Yo disfruto mucho también haciéndolas y preparándolas.

Me gusta lo que es la noción de espectáculo. Fui a muchísimas presentaciones de libros y, en general, me parecían muy aburridas. Yo odio el aburrimiento. Me ha pasado con todos los profes en toda mi vida. Hay muy buenos profesores que, además, son amenos. Por qué no vas a intentar ser ameno, ¿no? Hay que ser ameno e intento que las presentaciones, por lo menos, sean entretenidas.

¿Qué buscas?

Que ambienten un poco de qué va el libro. Si contemplamos la escritura como un arte más global, yo digo que me inspira la música, me inspira la imagen…; entonces, hay libros que considero que pueden ser no solo leídos, sino percibidos. Creo que esa ambientación ayuda un poco a que luego tú los leas y estés como…

¿Cómo?

Por ejemplo, en Labrys, el último, ya he jugado directamente con los colores. Cada capítulo se titula con el nombre de un color y la página que lo antecede tiene ese mismo color. No sé si funcionará, pero mi intención es que el lector lea ese capítulo como un poco imbuido de la sensación de ese tono.

“Hortaleza es superpotente, pero, en muchas asociaciones, sobre todo vecinales, está faltando un relevo generacional”

No hemos hablado de tu taller.

Hago un taller de escritura surrealista que no es para aprender a escribir, en absoluto. No es solo para escritores, ni mucho menos. Las veces que lo he hecho, al final, ha resultado como una experiencia terapéutica para todos, además de muy artística y muy creativa desde el surrealismo.

Una de las actividades que hacemos es asociar colores libremente. La experiencia me ha dicho que hay gente a la que le llega antes el sonido, o sea, la música, a otros los colores y a otros los olores y tal. Me gusta jugar con esos estímulos sensoriales.

¿Qué es la compañía La Vieja Sirena?

Aquí volvemos a la Soci. Miriam, Belén, Charo y Lola hacían en Radio Enlace Manoteras Cuenta, o sea, en el mismo entorno nos juntamos un montón de iniciativas que se iban retroalimentando.

Hablando con Miriam, le dije que me encantaría hacer un programa literario. Y La vieja sirena, que es el título de una novela de José Luis San Pedro, a mí que me encantan los piratas y los barcos, me parecía un nombre glorioso para una novela y para un barco.

Entonces, hicimos el primer programa, se llamaba La Vieja Sirena. Estábamos Ana López Yarto, Miriam Vila y yo, y lo lanzamos como programa literario. Entonces, éramos un barco de mujeres piratas, que es otra de mis aficiones. Es una imagen romántica de los piratas, totalmente. Yo era la capitana Morgan, claro, y navegábamos e íbamos leyendo según relatos. Ahí empezamos a incorporar a gente y llegamos a leer una obrita corta de Lope de Vega haciendo personajes.

¡Qué capacidad para implicar a la gente!

Tienes tu razón, al final, siempre consigo que se enrole gente en todas estas locuras porque yo creo que todos, en el fondo, todos tenemos esa chispa que nos apetece. A veces, no te la permites por vergüenza, por miedo, por falta de tiempo, porque nunca nadie te lo dijo, porque no se te ocurrió o porque nunca has podido desarrollar eso. Pero, en el momento que te dan la oportunidad, todos estamos como a punto de dejar aflorar eso, cosa que a mí me encanta.

¿Continúa el programa?

Se acabó porque era costosísimo, era tremendo. Luego tomamos el relevo de Manoteras Cuenta y ahí lo que pasaba es que lo guionizábamos entre más gente con lo que era un poco más fácil. Luego, cada vez que hemos hecho algún radioteatro en el huerto, pues yo he rescatado La Vieja Sirena, compañía de variedades.

¿En qué proyectos te embarcarías, capitana Morgan?

Bueno, tengo al menos tres novelas proyectadas que me gustaría poder seguir escribiendo y me gustaría que el sello Letras Indies llegara a más. Encontrar la manera de llegar a más lectores, ese es uno de los sueños.

Por otra parte, pues seguir haciendo locuras. Y luego, como sueño más lejano o imposible, a mí me encantaría poder crear una especie de centro de crecimiento personal donde aunar lectores, psicología, fisioterapia, yoga, terapia craneosacral, arte, dinámicas de grupo…

Creo que los seres humanos somos un compendio de un montón de espíritu, psique, cuerpo, etcétera.

¿Seguirías con La Vieja Sirena?

Me gustaría que La Vieja Sirena continúe en activo y prosperando, que sea una compañía donde es tan importante el que ha hecho el decorado que el que ha tenido la idea o el que en esa obra concreta ha actuado, puesto la música, llevado el sonido… Al final, es conseguir que las cosas sean integrales. Todo orgánico.

¿Qué necesita Hortaleza?

Hortaleza es superpotente y, aunque todos los barrios son más o menos iguales, en muchas asociaciones, sobre todo vecinales, está faltando un relevo generacional. A esto hay que darle una vuelta.

¿Un consejo para las asociaciones?

Todas las entidades deberíamos tener protocolos de salud y de cuidados, que no los tenemos y quizá es algo que habría que plantearse para el futuro. Hay que tomarse descansos para cuidarse a uno mismo.

¡Gracias, Morgan!

L. G. Morgan

La escritora manoterana L. G. Morgan. SANDRA BLANCO

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