Las bicicletas son para el verano, pero también salir, bailar, reencontrar amistades y descubrir emociones o amores, leer la pila de libros que las otras estaciones acumulan, hacer ejercicio, pero a la sombra, y disfrutar de la siesta y de la sandía, charlar con los vecinos desvelados, andar con los pies libres y desnudos y gozar de cada abrazo… ¿Y por qué no en las estaciones que lo siguen?
En verano, hay tiempo porque la sociedad se hace más humana, hay menos gente y el ruido es hasta más lejano, pues muchos han salido del barrio. Es el momento de algunas obras en esas calles que parecen haber salido de una batalla, aunque no es tiempo de otras obras porque las piscinas en verano debieran estar abiertas de luna a luna en una gran fiesta del agua. También es tiempo de pintar, de blanquear paredes y asear nuestros rincones. Sin embargo, no es tiempo de cubrir de pintura plástica lo mal hecho y salpicar de gotelé la memoria con una capa de indiferencia.
El verano tiene sus problemas porque las alcantarillas huelen peor y la lluvia no hace de sifón contra el cainismo, la mala educación y la falta de respeto que medios de desinformación airean sembrando mentira y creando un ambiente pestilente.
En verano, hay tiempo porque la sociedad se hace más humana, hay menos gente y el ruido es hasta más lejano
También el verano es para hacer preguntas y reaprender a pensar como solo los niños saben, porque la inteligencia artificial nos invade las horas y la capacidad de sopesar el mundo y la propia vida. ¿Qué es cierto? ¿Qué pienso yo realmente? Dura misión del verano y de cada día para evitar que nuestro juguete, la inteligencia artificial, nos jibarice hasta perder la libertad.
Pero el problema del verano son los incendios, pues se prenden las mentes, se prende el bosque y arde una sinrazón loca y frenética dejando una cicatriz negra en el ambiente tras los recuentos. ¿Por qué los conservadores se agarran como lapas a las noticias falsas? ¡Qué necesidad de fe ciega!
El verano también es una receta lenta y jugosa. El tiempo se hace niño y juega a los días largos y las noches inmensas de cielos estrellados. No hay nada más interesante que mirar el ojo profundo del universo en un rincón casi imposible donde la luz eléctrica no nos hiera.
En verano nos dejamos llevar por la poesía incluso más que en primavera. Si no fuera así, este editorial diría verdades como puños
Han pasado las grandes pequeñas fiestas de los barrios que anunciaban una cosecha nueva. Es el momento de ir a los huertos y cruzar la Antártida de este pueblo en el tórrido verano para narrar lo inédito y decirles a los jóvenes que también tienen su espacio y a los viejos que amamos cada surco de sus recuerdos.
Es la hora de la calma en este lago cuyas aguas profundas se agitan inquietas. No sabemos qué nos espera a la vuelta. ¿Habrá nuevo plebiscito? El ritmo lento del cansancio no es el ritmo lento del deleite. ¿Volverán a agitarnos con consignas? El verano nudista nos hermana; la armadura, sin embargo, nos hiere en el otro.
En verano nos dejamos llevar por la poesía incluso más que en primavera. Si no fuera así, este editorial diría verdades como puños, pero en verano nuestras verdades son manos abiertas que acogen, manos que acarician en la soledad, manos que dan la bienvenida sin crispar porque aquí caben vecinas y vecinos de esta nuestra querida Hortaleza, una entidad grande que reinventamos cuando vamos a dormir el sueño de una noche de verano.