Fue su tío Ángel, fotógrafo de este periódico, quien me habló de ella, pero no conocí a Rocío Montejano Sánchez hasta el 11 de febrero en un especial de Radio Enlace por el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia.

El estudio de Costa del Sol se convirtió en un pañuelo. Allí Rocío conoció a Francisca Puertas, investigadora del CSIC y compañera de colegio de su madre en el antiguo Rubén Darío, el mismo edificio que ahora nos acoge a Rocío y a mí en el pasillo de Casa Grande, junto al nuevo espacio de la radio en la calle Matapozuelos.

Aquel día, nueva sorpresa, Rocío y Ana Fragua, otra científica de la Complutense, se conocieron y descubrieron que son primas. ¿Qué lazos ocultos unieron a aquellas mujeres de ciencia? ¿Las ondas, los genes, el barrio, un destino…?

Me abruma el currículo de Rocío y dejo de leer. Quiero preguntarle por ella, por su familia, por su Canillas y por Etiopía. Pero quiero saber de su vocación por los virus, su lucha sin tregua por controlarlos, sus avances en el VIH y su batalla contra la covid.

Esta chica de barrio es tesón y determinación, pero también señas de identidad, sentido del humor y un relato que nos lleva a la escena de lo que cuenta.

PREGUNTA: ¿De donde sois?

RESPUESTAS: Del barrio de toda la vida. A mi madre todos la conocen como Marisol. Tenía una tienda en la calle Nápoles y, cuando yo nací, decidieron quitar la tienda para que mi madre se dedicara al cuidado.

¿Y tu padre?

Se llama Carlos. Empezó Medicina y, al final, por motivos personales, ya que tenía que empezar a trabajar antes, se cambió a Enfermería. Mi padre era uno de los practicantes del barrio en una consultita pequeñita que había por Guadalupe y era enfermero en el hospital de Alcalá.

¿De ahí te llega la vocación?

Mi madre dice que no sabe si era del verano de 3 para 4 o de 4 para 5 años. Lo que está claro es que era verano, que estábamos en el pueblo y que llamaron a mi madre porque la vecina del final de la calle se había cortado en el tobillo yendo a dar de comer a los gatos.

Entonces, dije: “Yo te ayudo, papá” y, cuando bajé, sé que dije: “Otro día te ayudo”. Mi madre dice que ahí fue la primera vez que dije que quería ser médico.

¿Tenías pandilla?

Mis amigas eran del cole, pero no vivían por la zona. Entre semana, nunca he sido de bajar a jugar al parque. Los fines de semana íbamos al pueblo. Entonces, mis amigos han estado en esa época en los amigos del pueblo, Escariche, cerca de Pastrana. Muchas veces, aunque fuera allí, yo no salía. Mis estudios eran mis estudios.

¿Eras buena estudiante?

Mi madre siempre dice que, en todas las casas, se oían gritos para que estudiasen y, en casa, siempre se oían gritos para que dejase de estudiar. “¿Te quieres acostar ya y dejar de estudiar!” (risas).

¿Eres búho o alondra?

Soy un poco búha y me he quedado muchas noches estudiando. Por más que intento cambiar las rutinas a lo alondra, yo soy búho.

Cuando iba a la biblioteca Guadalupe, la de Caja Madrid que cerraron, cuando abrían, me quedaba muchas noches y se lo debo a mi madre.

¿Qué te han aportado tus padres?

Si yo he llegado donde he llegado, mucho ha sido por mis padres porque el apoyo no solo ha sido en lo que he necesitado, sino en tiempo.

“Si yo he llegado donde he llegado, mucho ha sido por mis padres”

¿Otras vocaciones?

Imagino que como todas las niñas. En el colegio, siempre sacaba buenas notas porque iba pensando en la media del examen, la media, la media… Y de hecho, yo tuve leucemia en la adolescencia. Entonces, ese año dejé de estudiar.

¿Cuándo?

En el 98, con 16 años, en lo que sería Primero de Bachillerato. Antes de que me diagnosticaran, estaba mala, se me inflamaban las articulaciones, no podía moverme, tenía muchísima fiebre, tenía que dejar de ir al colegio…

¿Cómo hiciste?

Si no podía ir al cole, tenía una muy buena amiga que me traía los apuntes. Si no me enteraba de algo, venía a ayudarme, a explicarme.

¿Te sirvió?

Mi tutora me dijo que se podía cancelar el curso y esa era la idea, pero a los jefes de estudio se les pasó el plazo y no cancelaron el año. En el hospital, había apoyo y tareas para los niños, pero no para mis necesidades.

¿Te suspendieron?

Mi madre tuvo que ir al Ministerio de Educación a que hicieran una nota. En el libro de escolaridad, anotaron que no se había anulado a tiempo. Hoy lo he visto en casa de mis padres.

¿Eres quien más sabe de leucemia?

No porque no me dedico a eso. Siempre he tenido otras inquietudes. Cuando yo decía me gusta la medicina, era, en general, todo tratamiento, pero, sobre todo, me han gustado las infecciones. Lo de los virus me ha llamado la atención siempre.

En concreto, el VIH, que es a lo que me dedico, desde pequeña.

¿Desde pequeña!

Con mi padre nos íbamos al Rastro en metro. Él se compraba el periódico y a mí me daba el semanal. Una de las veces, recuerdo que hablaba del VIH, íbamos en el metro y yo dije: “Está curioso este virus”; porque es justo cuando sacaron cómo se replica, las mutaciones que tiene, los tratamientos tiene, por qué se necesitan diferentes tratamientos, por qué se ha fracasado en los tratamientos… y yo dije: “Estaría bien…”, y mi padre contestó: “Serías una buena viróloga”, y se quedó ahí.

“Cuando yo decía me gusta la medicina, era, en general, todo tratamiento, pero, sobre todo, me han gustado las infecciones”

Lo tenían claro en casa…

En casa estaba asumido que iba a ser médico. Como mi padre es enfermero, cuando a la familia había que ponerle inyecciones, “Oye, Carlos, necesito una inyección…”, y me enseñó a pinchar muy pronto. De hecho, me pintaba dianas en los traseros de los familiares (risas).

¿En qué universidad has estudiado?

Fui a la universidad de Alcalá. Primero, no me concedieron la Complutense y me dieron la de Alcalá. Cuando llevaba unas semanas que tenía todo organizado, mis grupos de prácticas y todo bien, me concedieron la Complutense.

¿Viniste a la Complutense?

No, tenía compañeros que habían comenzado otras carreras en la Complutense y decían que muchísimo mejor organizado Alcalá, que era una universidad pequeña, los grupos pequeños…

Mucho viaje.

Aprovechabas para repasar los apuntes de ese día, echabas una cabezadita para, cuando llegases a casa, ponerte a estudiar… Y por la mañana, lo mismo. Aprendes a leer en el autobús.

¿Muy duro el MIR?

Nosotros los médicos estamos muy acostumbrados a competir (risas). Pude elegir estudiar lo que quería y donde quería. Me tocó elegir, porque vas por orden, dices la plaza que quieres y le das al intro; quedaba la plaza de Medicina Interna, quedaban las cuatro plazas de La Paz porque habitualmente se acababan antes y en mi año nadie la escogía. Dije esto es una señal y me fui a La Paz.

¿Internista y no infecciones?

Medicina interna, inicialmente tendría que saber de todo para hacer el diagnóstico cuando alguien no sabe lo que tiene.

España es el único país de Europa que no tiene la especialidad de infecciosos, de enfermedades infecciosas. Tradicionalmente, se ha vinculado a medicina interna y, últimamente, a microbiología, pero microbiología está más asociada al laboratorio y no a la parte clínica.

¿Y de ahí los máster?

Lo que inviertas en tu formación es esencial, la mejor inversión que se puede hacer. Mi abuelo decía que hay que tener una cuenta para estas cosas que es la quitapenas.

Primero, había una especie de curso con un grupo de médicos que, para las prácticas, pagabas un dinero y te ibas a Etiopía. Luego, se hizo un título de la universidad de Experto en Salud Tropical. A ese título fui el segundo año y luego lo hicieron máster en Medicina Tropical y Salud Internacional.

Otros máster fue sobre la infección del virus de la inmunodeficiencia humana y el Máster en Enfermedades Infecciosas y Tratamiento Antimicrobiano.

“Lo que inviertas en tu formación es esencial, la mejor inversión que se puede hacer”

¿Estuviste en África?

Sigo en contacto. Allí vimos un montón de infecciones, pero vimos muchísimas patologías que aquí no ves por la situación que viven en Etiopía. Allí tienes recursos muy muy limitados. El día, por ejemplo, que había luz, podíamos enchufar el ecógrafo. Había muertes que aquí se hubieran evitado. Tan sencillo como una transfusión de sangre que allí no la podíamos tener. Quizá los casos más duros que haya visto en mi carrera profesional han sido allí sin duda.

Allí pagas una tasa que te cubre el médico y las pastillas, pero, si había que hacer pruebas, era aparte. El primer día que sospechaba que tenía tuberculosis, había que hacer una radiografía y me dijo que no podría pagarla, que vendría al mes que viene después de haber caminado cuarenta kilómetros hasta el hospital.

Tuvimos algunos que preferían llevarse a su familiar en autobús porque, si fallecía, no tenían la manera de llevárselo. En ocasiones, se llevan a los fallecidos envueltos en alfombras en un autobús.

Muy duro…

Te das cuenta de lo que te da la vida, de lo afortunada que eres con lo que tienes aquí y de que la gente allí es igual de feliz con lo que tiene. ¿Y me voy a quejar yo teniendo todo lo que tengo?

¿En qué te gusta más trabajar?

Lo que más me gustaba siempre y después de haber hecho las rotaciones en infecciosos y en el VIH, que se dejen de tonterías, el sida (risas).

¿Falta por saber algo del VIH?

Falta, falta…

Ya nadie muere por el sida.

Es así porque tenemos unos tratamientos superpotentes, que se toleran muy bien. Lo que ahora nos preocupa es cómo envejecen las personas que tienen el VIH. De hecho, es una de las líneas de investigación a la que yo me dedico. No es lo mismo las primeras personas que se infectaron con el VIH que han tenido tratamientos subóptimos.

¿Subóptimos?

Los tratamientos primeros no eran capaces de controlarlo completamente. Hasta que hemos tenido, nos hemos dado cuenta, las tres combinaciones de fármacos, que había que atacar varias dianas del virus para intentar retener esa replicación.

Las personas que se han infectado ahora desde el principio se les ha puesto un tratamiento que ha controlado el virus. Por tanto, así vamos a tener un perfil de pacientes diferente: el que se infectó hace años, que no ha recibido el mejor tratamiento porque no lo teníamos, y los de ahora, que tienen tratamientos con mejor calidad en cuanto a eficacia frente al virus y también en cuanto a toxicidad para el cuerpo.

¿Cómo está la situación ahora?

Una de las cosas importantes es que tenemos tratamientos eficaces que, si te infectas del virus y te quedas indetectable, es decir, que, si te analizo la sangre y no tienes virus, no tienes capacidad de transmitirlo.

Tenemos otra estrategia que va a hacer que disminuyan mucho los números de infección es que se pueden tomar pastillas para evitar infectarse.

Hemos tenidos muchas menos infecciones en España y eso es gracias, sobre todo, a la implementación de la profilaxis preexposición.

“Otra estrategia que va a hacer que disminuyan mucho los números de infección por VIH es que se pueden tomar pastillas para evitar infectarse”

¿Qué ha supuesto la covid?

Para mí ha sido una nueva línea de investigación. De un día a otro, el primer día que hubo un caso en Madrid, me pilló de guardia.

A partir de ahí, ha sido una carrera sin fondo. De uno de los fármacos que ahora utilizamos para el tratamiento, hasta que se aprobó, los primeros ensayos clínicos que se hicieron en La Paz los coordinaba yo. Mi teléfono lo tienen prácticamente todos los clínicos del hospital porque “tengo un paciente que creo que tengo que ponerle esto”, entonces he tenido que valorarlo. ¿Cuál ponemos hoy? ¿Cuál ponemos mañana? Muchas horas de dedicación…

¿Cómo has vivido el aplauso de las ocho?

Yo no he vivido nunca ese aplauso en mi casa. Siempre he estado en el hospital. Miguel, mi pareja, me enviaba el audio: “El de hoy” (risas).

¿Han cambiado las cosas desde la covid?

A nosotros, en ocasiones, nos ha hecho mucho más equipo. En mi unidad, sí que nos ha hecho más equipo. Pero yo pensaba que en general que todo el mundo iba a ser más humano.

¿Se maltrata a los médicos?

A todos. En la Comunidad de Madrid, frente a otras comunidades, solo de sueldo base, cobramos 800 euros menos que los médicos de otras comunidades.

En Atención Primaria, 60 pacientes en una jornada está sobrepasado. Como cerraron los centros de urgencia de Primaria, se colapsa la Primaria y las urgencias de los hospitales.

Si a Primaria no puedo ir con mi amigdalitis para que me lo vean y estoy con un fiebrón, me voy al hospital. ¡Claro! Si Primaria está mal, lo siguiente está mal. Y si Primaria no está dotada como debería, todo va a ir a más.

¿Qué se puede hacer?

La población general está envejeciendo y estamos faltos de recursos. Necesitan una atención que no se les puede dar en casa. La supervivencia de nuestra población es de 86 en mujeres y 81 o 79 en hombre. Eso lleva a que tengan más enfermedades y requieran más atención médica.

Cuando he tenido que ir a mi médico de Primaria y he visto la cartera de 60 pacientes que tienen, en ocasiones es un anciano que está solo, que probablemente si estuviese un centro de apoyo donde pasar el día, a lo mejor no iba un día a la semana al médico de cabecera. Quizá ese centro social le gestionase las recetas y tuviera que ir solo una vez al mes. Como son mayores, es más fácil ir al médico de cabecera a que me haga la recetita.

Los mayores no saben todos los recursos que existen, que si se reforzase sobre todo el apoyo, te digo los mayores porque son mayores consumidores de la sanidad, pues probablemente mejorarían las cosas.

¿Lo que viste en África puede pasar aquí?

No sé si te quiero contestar. No me quiero hacer a la idea de eso.

¿Más apoyo a la mujer en la ciencia?

Como decía mi suegra, “Se nos ha allanado mucho el camino”. A todo el mundo que tiene una inquietud, independientemente de tu sexo binario o no binario, independiente de tu sexo en el documento, dejémoslo así, hay que apoyarlo porque se va a necesitar y es lo que hace que podamos progresar hacia el futuro.

El apoyo es esencial y, por mucho que queramos o no, habrá que hacer investigación para seguir avanzando.

Muchas gracias, Rocío.

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