Al menos desde finales del siglo XVI se ha estado celebrando en el pueblo de Canillas la festividad de San Blas. Un santo de mucho arraigo y devoción en la zona, aunque no era el patrono del pueblo, sino San Juan Bautista, al que estaba dedicada la iglesia parroquial de Canillas.
Desde entonces, con etapas de esplendor y decadencia, se ha celebrado la festividad a principios de febrero, como en su día nos contaron los vecinos de Canillas y los de Chamartín, en las Relaciones Topográficas mandadas realizar por Felipe II.
A la fiesta concurrían, además de los vecinos de Canillas, los de los pueblos cercanos: Chamartín, Hortaleza, Canillejas, Rejas, Barajas, Vicálvaro, Vallecas y hasta de Madrid. Algunos de ellos se desplazaban el día anterior, festividad de la Candelaria, con las velas y se alojaban en las casas y pajares del pueblo.
Al día siguiente, se celebraba la misa en la iglesia de San Juan Bautista. A su término, los asistentes, agrupados por familias o por vecinos y amigos, se distribuían por el campo próximo a la iglesia, donde preparaban la comida. Por la tarde, organizaban baile, juegos e improvisadas tertulias, en las que se daba cuenta de las noticias de las localidades allí representadas, se ultimaba algún trato o arriendo y se comentaban los últimos chascarrillos de la Corte.
Al caer la tarde se recogía todo, se iniciaban las despedidas con la idea de volver al año siguiente y se volvía al lugar de procedencia. Todo ello cuando las condiciones climáticas lo permitían, pues era frecuente que en esos días, que coincidían con la plena época invernal, hubiera fuertes nevadas y tuviese que abreviarse el acto o dejarlo reducido a la celebración de la misa.
A la fiesta concurrían los vecinos de pueblos cercanos: Chamartín, Hortaleza, Canillejas, Rejas, Barajas, Vicálvaro, Vallecas y hasta de Madrid
Ya a principios del siglo XX, con la casa consistorial trasladada a la zona de Ventas, en el propio término de Canillas, el ayuntamiento organizaba una romería con carros y caballerías para acudir a la fiesta de San Blas. Los carros, provistos de sillas y engalanados con manteles y colchas, transportaban a la gente mayor y a la chiquillería, además de las cestas con las cazuelas de la comida y las garrafas y botas con vino, mientras que la gente joven utilizaba caballerías adornadas con cascabeles y cintas de colores. Todos ellos animados por el disparo de cohetes. En esos años y hasta mediados de siglo, se hacía una comida a la que eran invitados los pobres y transeúntes que carecían de recursos.
A partir de los años cincuenta, con el municipio de Canillas ya anexionado a Madrid, los antiguos funcionarios del ayuntamiento mantuvieron la fiesta, estando la celebración a cargo del párroco de San Juan Bautista, ya residente en la iglesia del Cerro de la Cabaña, que comprendía a la feligresía del antiguo casco de Canillas.
Actualmente, la fiesta de San Blas sigue viva; han cambiado algunas cosas, pero la tradición se mantiene. En los antiguos campos de cultivo hay nuevas colonias y, por tanto, nuevos vecinos. Los párrocos, al igual que los organizadores y animadores, también han cambiado. La antigua iglesia de San Juan del casco de Canillas ha pasado a ser ermita de San Blas, al construirse una nueva iglesia de mayor capacidad, dedicada a Santa Paula. Incluso la ermita de San Blas ha sufrido una necesaria restauración que la ha dejado como nueva. Y lo más importante: se mantiene vivo el espíritu de la fiesta de San Blas.