Algo late en Hortaleza desde hace 30 (o más) años. Se trata de un espacio que nació para garantizar “el derecho a la felicidad al que todo ser humano debe aspirar”. Así lo pregonaba Josemi Aragón, uno de los fundadores de El Olivar en las pasadas Fiestas de Hortaleza. Sobre el escenario del auditorio Pilar García Peña, este pregonero recordó una antigua pregunta aún actual: “¿Cómo es posible que miles de personas vivan en las calles de nuestras ciudades?”.

Para paliarlo hay asociaciones como El Olivar, que este año cumple tres décadas respondiendo al lema “Un hogar, muchas vidas”. Como sintetiza en su blog, se trata de un “recurso residencial y espacio de prevención y reinserción social para jóvenes sin hogar”.

Con el tiempo, el proyecto se ha ido “adaptando a las circunstancias porque cambia el contexto”, explica Josemi, y hoy en día “trabajamos con jóvenes extutelados incluso antes de que tengan experiencia de calle”. Hace unos años, generalmente eran jóvenes procedentes de familias desestructuradas; hoy son en su mayoría inmigrantes.

El Olivar es un recurso residencial y espacio de prevención y reinserción social para jóvenes sin hogar

Belén Álvarez nos cuenta que la asociación se centra en jóvenes de más de 18 años que, prácticamente, llegan a través de Servicios Sociales. Hay que recordar que los menores tutelados celebran su mayoría de edad “el día de su cumpleaños quedándose en la calle”. En El Olivar son acogidos, pero, como añade Belén, si “aprovechan el tiempo y están comprometidos con mejorar su situación”.

UNA GRAN HISTORIA

Fue en 1989 cuando un grupo de voluntarios decidió constituir la asociación. Venían de una experiencia apenas difundida. Se trataba de una especie de misiones populares, algo que entroncaba con las Misiones Pedagógicas de la Institución Libre de Enseñanza.

Eran jóvenes del movimiento de Cristianos de Base que, desde finales de los años setenta, habían desarrollado un voluntariado que iba desde el albergue de los Hermanos de San Juan de Dios, toda una experiencia con las personas sin hogar, hasta esas misiones en zonas próximas a Letur en Albacete.

Josemi recuerda todo esto como un “origen remotísimo” en el que, por cierto, instalaron su primer campamento en un olivar de la sierra albaceteña. De esas experiencias surgió la idea de “un piso especialmente centrado en personas muy jóvenes”.

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Edificio de la asociación El Olivar en la calle Mar Amarillo. SANDRA BLANCO

Según nos relata Jorge de Dompablo, El Olivar pasó por varios sitios: “en Santa Susana, en Tribaldos, en Los Arcos y, después, ya al edificio este” (Mar Amarillo, 21), una cesión del Ayuntamiento pedida por el propio Jorge para Amejhor que, desde hace ocho años, comparten El Olivar y la asociación Alacrán.

Josemi resume con entusiasmo la historia del edificio actual, llamado La Humanitaria, que construyeron en los años treinta los vecinos del pueblo para dar cobijo a personas en tránsito y que, tras la guerra civil, se convirtió con una planta más en el colegio de Hortaleza.

PASAR POR EL OLIVAR

Es tarde de domingo y en el salón de la primera planta de Mar Amarillo suena el partido de Inglaterra-Camerún. Están Bakary y Nabil, pero se irán incorporando Anouar, Ismael y Muhammad. Los nombres delatan otros orígenes o, quizá, ya no. Los demás volverán al piso más tarde.

Sus llegadas fueron diferentes. Bakary lo hizo en avión, pero Nabil alcanzó la península “como vienen los marroquíes”, en los bajos de un autocar, aunque Anouar lo hizo en la caravana de unos turistas franceses y Muhammad pagó hasta mil euros para poder subirse a una patera.

Se habla de la entrevista para entrar, de las normas, del control de drogas, de las posibilidades, de cómo se organiza la limpieza, de los monitores y las monitoras, de las ayudas que los salvaron, de haber dormido o no en la calle, de los pisos donde estuvieron antes o de los malos tratos en los centros de primera acogida, de lo que estudian, de los trabajos que han conseguido, de los sueldos, de las familias…

Son jóvenes que se siente elegidos y se saben responsables de su destino. Ismael espera terminar Peluquería en el CEPA del Pan Bendito. Nabil trabaja y pronto saldrá. Anouar quiere ser mediador, se va a matricular en la ESO y lo ha entrevistado El País porque está en la asociación de exmenas.

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De izq. a dcha., Deborah (educadora), Youssef (antiguo usuario del piso) y Nabil (usuario del piso) dan la bienvenida y explican las normas de convivencia a Muhammad Salem, recién incorporado a la familia de El Olivar. SANDRA BLANCO

VIENEN Y VAN

También siguen siendo parte de El Olivar quienes a lo largo de estos treinta años pasaron por allí, mayoritariamente chicos, aunque también hubo alguna experiencia con chicas, si bien “en un piso con ocho plazas es complejo”, como explica Josemi.

Una vez que salen de El Olivar, no siempre se mantiene el contacto, aunque hay vínculos indudables. Desde la madurez, se valora esa etapa como una oportunidad positiva. De hecho, hay quien, como Alejandro Carretero, está dándole vueltas a “pasar al otro lado como voluntario” porque “ver a una persona, hacerle tirar para arriba y ver los resultados debe de ser una sensación…”.

Los proyectos iniciados por El Olivar hace pocos años han abierto la posibilidad de que algunos de los jóvenes hayan sido contratados por la propia asociación. Es el caso de Gora Loo, un senegalés al que El Olivar cambió su vida. Gora destaca el buen ambiente y la ayuda mutua: “somos de muchos países, pero vivimos como en familia”.

Hace unos años, generalmente eran jóvenes procedentes de familias desestructuradas; hoy son en su mayoría inmigrantes

También sigue vinculado Mamadou Kamara, quien residió durante tres años desde 2006. Hoy es pintor y trabaja como especialista enseñando el oficio. Mamadou nos cuenta que no son puestos de trabajo al uso, ya que “cada situación personal es estudiada y se le busca una solución”.

Musta Bashir es otro de los que estuvieron como jóvenes y ahora trabaja como monitor. Él sí fue de quienes durmieron en la calle y nunca olvidará a los ancianos que, además de proporcionarle alimento, “llamaron al centro”. Cuando entró Musta en 2004, solo había dos inmigrantes.

EL VOLUNTARIADO

Aparte, El Olivar cuenta con voluntarios. Algunos como Lou Gómez recuerdan su paso por esta asociación como un vínculo del que no quieren desprenderse. Otro ejemplo de voluntaria es Deborah Sánchez, una hortalina que escuchó hace seis años la entrevista que le hizo Radio Enlace a Josemi. “Había hecho un montón de voluntariado, pero no había encontrado mi sitio”. Ahora, El Olivar es su “segunda familia de verdad”.

“Había hecho un montón de voluntariado, pero no había encontrado mi sitio” Deborah Sánchez

Pese a lo exigente del voluntariado en El Olivar, la crisis de voluntarios parece no afectar, según nos comenta Josemi, y “todos los años se incorpora alguien”. Quizá el motivo esté en el proceso de formación y el convencimiento.A la espera de que se clarifique el panorama político, asociaciones como El Olivar mantienen la calma, pese a que comienzan a ser más frecuentes las expresiones de xenofobia, pero el problema es que “haya miles de personas que vivan en las calles de nuestras ciudades”.

Por ello, el trabajo que realizan con los jóvenes es imprescindible, vengan estos de donde vengan. Esta es una realidad que, en el caso de El Olivar, avalan treinta años de un hogar que ha dado una oportunidad a muchas vidas.

 

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