A los franquistas no les gustaba Madrid. Muchos jerarcas pensaban que una ciudad que había resistido tres años al glorioso Movimiento no merecía ser la capital de la ¿Nueva? España. Serrano Suñer, el cuñadísimo de Franco, planteó trasladar la capital a Sevilla. Una vez asumido que eso no iba a suceder la operación ideológico-urbanística pretendió rehacer Madrid al gusto del régimen. El Plan Bidagor, el primero tras la guerra, intentó embridar esa ciudad maldita imponiéndole, ante todo, el concepto de jerarquía, fomentando y controlando un crecimiento que la convertiría en la cabeza del Imperio (ese lugar donde la gente moría de hambre y represión).

Los sueños del franquismo tropezaron pronto con la realidad. No había dinero para el show falangista. Muchos vencedores no tenían tiempo para construir decorados nostálgicos: querían ganar dinero ya. Así que, cuando un millón de personas vino a Madrid en busca de futuro (su pasado había sido cancelado por las armas), no encontraron la mezcla de arcadia ruralizante y jerarquía que pregonaba el régimen: terminaron hacinados en chabolas y en infraviviendas de poblados dirigidos.

Fue en ese movimiento vecinal donde aprendieron a ser ciudadanos con épica de barrio. Fue en los barrios donde los vecinos desnudaron al franquismo

Pero los nuevos madrileños salieron respondones. En vez de ir de casa al trabajo y no meterse en política, como predicaba el franquismo, los vecinos desmontaron la mentira de la dictadura con sus manos desnudas. Los movimientos vecinales destaparon las carencias de sus viviendas y de la política de un Estado que sólo se preocupaba por el bolsillo de sus buenos amigos los constructores (hay cosas que no cambian, ¿verdad?). Después se atrevieron a denunciar la falta de servicios: calles asfaltadas, alumbrado, agua potable. Incluso demandaron lujos como colegios, ambulatorios, ¡bibliotecas! (en 2022 aún hay quien las prefiere a los aparcamientos).

Y todo esto desafiando una represión brutal en la calle, manifestándose, poniendo el espejo delante de la cara de los franquistas y mostrándoles el fracaso de su proyecto ideológico: eran las mujeres y los jóvenes quienes más protestaban. Fue en ese movimiento vecinal donde aprendieron a ser ciudadanos con épica de barrio. Fue en los barrios donde los vecinos desnudaron al franquismo.

La democracia enfrió algo el movimiento vecinal. Muchos militantes terminaron en los nuevos partidos. Ya sabemos cómo terminó todo aquello. Hoy es más urgente que nunca que los barrios vuelvan a moverse. El mañana es de los vecinos.

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