Cuando Federico García Lorca viajó a Nueva York hace casi un siglo, dos de las cosas que más le impresionaron fueron la cultura de los afroamericanos y su música: el jazz. Lorca fue testigo del renacimiento de Harlem, y pudo escuchar a músicos como Duke Ellington, Cab Calloway o Louis Armstrong. Siempre en el bando de los marginados, el poeta granadino vivía el jazz como la versión estadounidense del cante jondo, la expresión libre e improvisada de la cultura de una comunidad arrinconada.
Esos dos elementos, libertad e improvisación, son centrales en todas las manifestaciones que ha tenido el jazz, de las big bands al bebop o a todas las versiones de fusión jazzística. Escuchar esa música es avanzar por un tejido que fluye y que nunca es igual a sí mismo.
Muy lejos de Nueva York está el barrio de Portugalete, en Canillas. Este lugar logró ser muy conocido por los murales que allá por 1975 firmaron en las tapias de sus casitas artistas plásticos de la talla de Lucio Muñoz o Juan Genovés, y que sirvieron para reivindicar la vigencia de una zona que, según habían determinado algunos gerifaltes franquistas, estaba condenada a la extinción. El barrio no solo sigue en pie, sino que se solucionaron varios de sus problemas de infraestructuras, una victoria más del movimiento asociativo de los barrios en la fase final de la dictadura.
Santiago Martínez consiguió, hace 20 años, que el jazz de la mayor calidad llegara a Hortaleza
Santiago Martínez, uno de los implicados en el movimiento vecinal de Portugalete en aquella época, mantuvo su inquietud en democracia, y hace ya 20 años consiguió un nuevo milagro relacionado con la cultura en el distrito: que el jazz de la mayor calidad llegara a Hortaleza, en los Encuentros Culturales Portugalete, donde en estas dos décadas hemos podido disfrutar gratis de instrumentistas e intérpretes de jazz de medio mundo, siempre entendido con la apertura mental que va unida a esta música y lo que significa.
En una ciudad tan centralizada como es Madrid, la posibilidad de encontrar en un rincón de la urbe este escenario es poco menos que insólita. A partir de esta experiencia, se han abierto otros espacios en distintos lugares, con las instituciones siguiendo el impulso y la exigencia de movimientos vecinales.
Que podamos escuchar durante todo el año en el centro cultural Carril del Conde esa música es, además de ese milagro, un privilegio para nuestros oídos y para nuestros cerebros. En un tiempo en el que se mancha la palabra libertad en según qué bocas, el jazz nos enseña lo que es realmente la libertad en el ámbito de la música.
Así que abramos nuestras orejas y nuestros cerebros y disfrutemos, que 20 años no es nada, ya lo decía el tango, y que el jazz nos siga guiando mucho tiempo más como lo ha hecho durante estas dos décadas para hacernos un poco mejores.