Pero, ¿qué es Hortaleza? La pregunta es habitual porque, en innumerables ocasiones, hablamos del barrio de Hortaleza al tiempo que decimos el distrito de Hortaleza. Sí, aquí usamos ambos términos según lo sentimos porque la sinonimia es un arte imprescindible para dar belleza y poner o quitar emoción.

Sin consultar a la fundación docente privada Real Academia Española, en este periódico vecinal usamos el arabismo barrio, que en origen venía a significar “exterior” o “salvaje”, con un sentido de proximidad personal, de raíces que nos recuerdan al barro. En barrio, encontramos más la fibra de la vecindad, de los amores, las querencias y los espacios en los que crecimos, posiblemente la parte más salvaje y sincera de lo que somos.

En la palabra latina distrito, hay también afecto, aunque nos suene más a Junta Municipal, pues, por mucho que los carteles digan otra cosa, no es lo mismo oír “voy a las fiestas del barrio” que “voy a las fiestas del distrito” o “los echan del barrio” (ver número 40 de Hortaleza Periódico Vecinal) que “los echan del distrito”. Cuestión de distancias emocionales.

Precisamente, este es uno de los temas que nos preocupa y que ha llevado a que nos nazca en el barrio un nuevo sindicato, el de inquilinas. A él debiéramos acudir todas para que no nos desahucien la identidad o nos veamos empujados a otros confines por las bandadas de fondos buitre que especulan con nuestros hogares.

Existen muchas clases de inquilinos (de incolere, “habitar”). Los hay con escritura del notario o sin ella, con pago mensual o con impago “ya se verá”, con raigambre hortalina o con anónima deriva hasta estas tierras… Algunos, como los alquilinos, casi no tenemos tiempo para disfrutarlos porque, según llega la renovación del alquiler, se les sube el precio y se les baja la ilusión hasta expulsarlos.

Otra alarma inquilina lleva sonando años en una de las realidades que más nos duelen, la de los menores extranjeros no acompañados, los menas. Cuyas cortas vidas han estado llenas de soledad y desamparo hasta arribar a los centros de primera acogida de Hortaleza. En minería, de las menas se extrae riqueza; en sociedades desarrolladas, de los menas se extrae dignidad y un futuro libre.

Pero la realidad es difícil. La patria potestad de los menas pertenece a la Comunidad de Madrid, una madrastra de cuento de hadas que no se responsabiliza de estos hijos y los deja a su albedrío durmiendo a la intemperie, consumiendo sustancias tóxicas o vagando sin rumbo por los alrededores. Esta madrastra y sus lacayos sueñan con que los menas desaparezcan por dejadez.

Por eso son hacinados, se reduce el número de cuidadores o se hace la vista gorda ante necesidades y problemas que nadie entiende que pasen sin ser atendidos. A cualquier madre o padre los meterían en la cárcel por semejante dejación de responsabilidades, pero a la Comunidad de Madrid, a la gran madrastrona, ¡no!

Así, lo que era vecindad inquilina se va transformando en inquina vecinal. El miedo a estos jóvenes está convirtiéndose en un tumor cuya metástasis se extiende. La policía dice que no se han incrementado los robos, pero los inquilinos que salen a la calle u observan a estos menas desde sus ventanas están inquietos. Dicen “que están hartos de sufrir robos y agresiones por parte de estos chicos” y, en las redes, se escupe lo mejor y lo peor de nuestra naturaleza. Algunos entienden que ni todos los menas ni todos los jóvenes de los centros actúan mal; otros piden que todos sean expulsados. ¿Cómo no entender a cada una de las partes? ¿Pero qué hace la madrastra?

Nuestras páginas vecinales e inquilinas piden solución. Hortaleza no es más que un conglomerado de personas, vidas, deseos y necesidades que, “así pasen cien años”, habrán dado lugar a nuevos espacios, sentimientos y aspiraciones. En definitiva, es una realidad que creamos en un ahora y en un espacio donde, por muchos títulos de propiedad que se tengan, solo somos inquilinos en tránsito, aunque algunos más que otros.

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