Cojan un paquete de clavos. ¿Sienten su peso? ¿Notan su dureza? ¿Han visto cómo pinchan? Ahora imaginen esos trozos puntiagudos de metal volando acelerados por una explosión a una velocidad más rápida que la del sonido, clavándose en ojos, arrancando brazos o piernas, reventando intestinos, desangrando, matando.

El otro día alguien tiró una granada al Centro de Primera Acogida de la Comunidad de Madrid en Hortaleza, y añadió una bolsa de clavos como metralla por si había dudas sobre sus intenciones.

Lo que acaban de leer, sorprendentemente, no sucedió en los años treinta: ha sido en diciembre de 2019. Tampoco hablamos del Ulster de los troubles: ha sido en Hortaleza. Ahora la Policía determinará si la granada era de origen militar o una réplica comprada en internet; si tenía mucho material explosivo o era un petardo. También, en su momento, detendrá a algún sospechoso y sabremos si se trata de una banda latina, como se apresuran a propagar los que desean que se maten entre ellos los inmigrantes; si ha sido alguien con la cabeza muy averiada o si es lo mejor que sabe hacer una banda de fascistas.

Lo inexplicable es que algo así nos parezca verosímil en nuestro barrio, en nuestro distrito, en nuestra ciudad. Hay que explicar cómo hemos llegado a que esa noticia no sea una distopía en la que los nazis ganan la guerra.

Afortunadamente, el artefacto no explotó, pero la onda expansiva de la noticia nos ha permitido conocer que Ortega Smith, el portavoz de Vox en el Ayuntamiento, se indigna cuando le preguntan si condena el hecho. Le ofende la duda al mismo tipo que se fue en mayo al centro de menores a señalar a sus internos y relacionarlos con “el terror en barrios tomados por la inmigración ilegal”.

Su jefe, Abascal, el caballero temeroso por las joyas de las señoras que pasean por el barrio, también puso su granito de arena (o de mierda, dado el contenido de albañal de su tuit) al señalar a “las cloacas del PSOE salpicadas por el GAL”. Es tan delirante que diga eso precisamente el jefe de Vox que no merece la pena comentarlo.

Hablamos de una gente que insiste en hacer radiografías a los niños del centro para intentar demostrar que son mayores de edad y poder expulsarlos; o en elaborar estadísticas sobre criminalidad y origen étnico. Su comportamiento llega a tal grado que hasta Isabel Díaz Ayuso tuvo que recordar la moral cristiana a Rocío Monasterio.

Porque de lo que hablamos es de una bomba en un edificio con niños dentro. Niños que serán más o menos problemáticos, pero al final niños, a los que cuidan trabajadores públicos porque sus familias no existen o están muy lejos. Niños como los hijos de quienes los apuntan, porque todos los niños tienen piernas y brazos que la metralla pegada a una granada puede arrancar, ojos que puede reventar. Cuando quieran hacer demagogia con la inmigración recuerden esa imagen.

 

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