Desayunarse que la placita de Mar del Japón reciba el nombre de la abuela de Hortaleza, Josefa Arquero Hernández, es más nutritivo que un buen cocido o que el mejor plato energético y saludable que podamos preparar. No exageramos. Hay pequeñas satisfacciones que alegran el alma y recargan pilas y baterías de buena energía.

Josefa falleció quince días antes de cumplir los 108 años. Su centenario carisma era bien conocido en el barrio y se convirtió en icono que representa a esas abuelas resilientes e imprescindibles que nunca entran en los libros de historia. Danos Tiempo solicitó que la placita de Arte en la Calle recordara a Josefina, el Pleno de la Junta le dio un impulso y la Junta de Gobierno lo aprobó. Hay que reconocer que el engranaje ciudadanía y Administración no siempre funciona con esta eficacia.

Otras satisfacciones tardan más tiempo, tanto que sus paladines no han podido saborearlas. Así ocurrió, por ejemplo, con José Luis, vecino de Manoteras e hijo de Jonás Aragoneses, último alcalde republicano del pueblo de Hortaleza. Había sido media vida de represión y media de pasión contando la historia de su padre. Cuando José Luis quedó con este periódico para difundir esa historia, la parca cortó su hilo y el domingo 10 de febrero no pudo sentir cómo en aquel su pueblo, ahora distrito, el nombre de su padre florecía en un jardín de Mar Menor.

No ha sido el único reconocimiento de estos días. Otro alcalde, Victoriano Elipe, renombraba una plaza. Al tiempo, en la plaza de Chabuca Granda, un monolito se erigía en homenaje de quienes en Hortaleza fueron represaliados durante la dictadura franquista. ¡Cuántas vidas, miedos y silencios que ahora son raíz y luz de la ciudad!

¡Qué necesarios son los homenajes en el ahora! Sin embargo, habrá discrepancias. Los nuestros, los otros, los buenos, los malos… ¿Cómo podríamos evitarlo? ¿Tendríamos que pensar en números? “Vivo en la calle mil trescientos y pico porque me lío con las decenas y las unidades”; “a mí siempre me baila un número”, “¿dónde está la calle cincuenta mil tres?”.

¿Serían capaces de hacer ciudad otras maneras de reconocer nuestros espacios? El barrio de San Lorenzo es un mapa colombiano, Huerta de la Salud y el antiguo pueblo de Hortaleza son una marejada de mares y Manoteras, por ejemplo, una carta de pueblos almerienses. Todo el mundo se lía. Parece claro que el espejo de lo humano es la mejor guía, el espejo de quienes nos han precedido, y un ejemplo en el que mirarnos con orgullo porque representan lo que es importante que perviva.

¿Qué valores son los que queremos que pervivan? ¿Qué línea separó en la guerra a los héroes de los criminales? Han caído de nuestro callejero nombres de capitanes y generales, nombres implicados en crímenes y asesinatos a los que se rindió homenaje. Las nuevas placas incluyen a maestras, creadores, periodistas, escritores, antiguos nombres… y, algún caso, víctimas como Yolanda González, quien fue asesinada y cuya placa hace poco aparecía manchada con un símbolo nazi. ¿Para cuándo tendrá derecho al descanso?

Los nombres son tan importantes que este editorial ha dejado en el tintero otras alegrías y preocupaciones. Porque nos alegró saber que PIBA ya no es solo un argentinismo, sino que se refiere a los Planes de Barrio que llegan a zonas que durante demasiadas décadas han permanecido en el olvido, como la UVA y Manoteras.

Porque nos preocupó la lucha de los taxis y mirando hacia San Francisco vimos que el servicio regulado casi estaba desaparecido y las empresas de VTC duplicaban, triplicaban y cuadriplicaban las tarifas después de haberse merendado el servicio tradicional. Porque nos alegraba que los Presupuestos Participativos siguieran creciendo y empezaran a materializarse en los barrios, aunque su diseño estuviera viciado por la discriminación que la brecha digital supone.

Muchos más temas de la infinita línea de la vida de Hortaleza han quedado sin espacio en el papel porque las alegrías de los nombres se han comido todo el espacio. ¡Salud y buen provecho!

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