Un día te levantas y no tienes ganas de ir a la enésima manifestación de la Marea Blanca, o de la Marea Verde. Después de todo el esfuerzo, de tirar de familia, de niños, de amigos, de compañeros, cuando llegan las elecciones sale alguien en el límite de la cordura gritando “que viene el comunismo” y gana las elecciones por goleada.

Unos meses después vemos los despidos de cualquier refuerzo contratado por la pandemia, vemos los centros de salud cerrados, las privatizaciones que hacen relamerse a los oligarcas, y nos preguntamos cómo se soluciona eso a la madrileña, porque nos da la gana, con una caña cuando se vuelve a casa: las grandes aportaciones a la doctrina política, incluso liberal, de esa persona de la que usted me habla.

Y sin embargo… Los problemas no siempre se solucionan votando cada cuatro años y metiéndose en la cueva hasta las siguientes elecciones.

En Hortaleza lo sabemos. Si nos hubiéramos quedado quietos ahora veríamos con cara de espanto cómo un grupo de ciudadanos musculosos salía sudando del gimnasio de una cadena cuyos dueños seguramente conocían de algo a los gestores municipales. Comprobaríamos cómo, colocándose sus pulseras con la bandera de España, los esforzados ciudadanos liberales miraban risueños a los fieles de la parroquia de San Matías, en la única plaza del pueblo de Hortaleza que sigue intacta tras el paso del viento del progreso (el suyo, concretamente).

Después, si no habían dejado su bólido en los aparcamientos subterráneos que ocuparían el lugar de las antiguas bodegas del pueblo, podríamos seguirles hasta el parking de Mar de Cristal, donde cogerían su coche de alta gama para irse a trabajar a algún edificio acristalado. Pongamos por caso, Iberdrola. Allí su cochazo también tendría preferencia sobre las necesidades de los niños de un colegio (¡público!). Finalmente, al final de su dura jornada laboral, nos dejarían sus humos, los del coche y los de su soberbia. Y así hasta el día siguiente.

En cambio, la movilización popular en Hortaleza ha impedido tres crímenes: uno contra el pasado en el casco viejo del pueblo; dos contra el futuro: un megaparking que estamos a tiempo de convertir en una biblioteca, y el tercero, contra el futuro de los niños de un colegio público.

Son tres victorias. Parecen poco comparadas con lo sucedido en mayo. Pero así se fabrica el porvenir: desde abajo, en lucha. Hasta la próxima.

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