Vivimos tiempos confusos en los que se puede mentir sobre la muerte asegurada de 7.291 personas en una pandemia (“total, se iban a morir igual”), o sobre 220 ahogados en una riada mientras quien debía intentar paliarlo estaba de fiesta (“una comida profesional”, dice el sinvergüenza). Se reparten culpas cuando hay claros responsables: la de las cañas y el del barro.
Vivimos tiempos oscuros en los que unos supuestos políticos que manchan la palabra España en su boca se permiten el lujo de pedir en la Junta Municipal que unos menores sin hogar no puedan acceder a las marquesinas de los autobuses porque molestan a los españoles. Con qué españoles se juntará esa gentuza que pretende volver a la América de la segregación contra la que se rebeló Rosa Parks.
Para que todo eso suceda y no pase nada lo más importante es ensuciar, embarrar, hacer oscuro lo que no lo es. Si estos tiempos son borrosos es porque se empeñan en llenarlos de fango. Una de las maneras más eficientes de conseguir eso es borrando el pasado: para que nadie recuerde, para que nadie sepa. Para que otras posibilidades no tengan futuro cualquier pasado en el que ellos o los suyos no mandaran tiene que desaparecer.
El Pinar del Rey o la Huerta de Mena son dos hitos del pasado, dos lugares de la memoria, no sólo de Hortaleza, sino de un Madrid distinto, un Madrid mejor que una vez existió. Un lugar en el que se reunían poetas, algunos de los cuales no mucho después tuvieron que exiliarse o fueron fusilados por fascistas. Un espacio en el que todo no era cemento o asfalto, donde la única lógica no era la del beneficio, un pinar para que los vecinos lo disfrutasen.
"El caso de la Huerta de Mena es una mezcla a partes iguales de memoricidio y dopaje de pasta por la gracia de Dios. A quién le importa lo que sucediera hace cien años en ese lugar, sobre todo si ahora podemos forrarnos convirtiéndolo en oficinas"
En lo que podríamos calificar como pensamiento coronel Kurtz, el Ayuntamiento, también la Junta Municipal de Hortaleza (un saludo al sr. Pérez y su pelasso), han decidido asesinar lentamente el Pinar del Rey, y en connivencia con las Madres Adoratrices del Santo Euro Inmaculado, arrasar la Finca de Los Almendros. Como decían Kurtz y Willard en Apocalypse Now: terminad con todo, bombardeadlo, son nuestros enemigos, que no quede nada en pie.
Así se entiende que más de dos años después de la borrasca Filomena aquello siga sin solución. Miedo da pensar que esta misma gente, sus adláteres valencianos, vayan a gestionar la reconstrucción de lo que la riada se ha llevado por delante.
El caso de la Huerta de Mena es una mezcla a partes iguales de memoricidio y dopaje de pasta por la gracia de Dios. A quién le importa lo que sucediera hace cien años en ese lugar, sobre todo si ahora podemos forrarnos convirtiéndolo en oficinas, otro mojón de cristal, más atascos, menos cultura.
Ya lo decía el coronel Kurtz: “El horror, el horror”.