El barrio de la UVA de Hortaleza las alegrías son escasas. Desde que se construyera en 1963, la mayoría de sus vecinos todavía no han podido celebrar el realojo que les prometieron cuando llegaron a unos barracones provisionales que, cinco décadas después, siguen en pie. Y cuando el realojo por suerte llega, la alegría de unos es la desesperanza de otros.

Después de innumerables retrasos y plazos incumplidos, las tres nuevas torres levantadas por el IVIMA en la calle Mar de las Antillas empezarán a alojar, a final de verano, a 108 familias de las antiguas viviendas de la UVA de Hortaleza.

Tras las mudanzas, los viejos bloques serán derrribados. La mayoría de las viviendas estarán entonces vacías, pero no todas: al menos cinco familias sin derecho a realojo y con menores a su cargo perderán su único techo. Si nada lo impide, en pocas semanas la piqueta les dejará en la calle.

Sin alternativa

La Oficina de Apoyo Mutuo de Manoteras (OFIAM) reclamó el pasado mes de marzo durante una reunión con la gerente del IVIMA, Ana Gomendio, una solución habitacional para estas familias. Desde el organismo público de la vivienda prometieron estudiar «caso por caso» su situación, aunque los afectados todavía no han recibido respuesta.

«Estamos en vilo», admite Antonio, de 34 años, en el paro desde hace «dos y pico». Criado en la UVA, vive junto a su mujer e hija pequeña en una casa que estaba deshabitada tras la muerte de su última inquilina. Son okupas, a su pesar.

«Yo no quiero que me regalen nada, quiero pagar por mi piso, dentro de nuestras posibilidades. Hemos solicitado una vivienda mil veces, pero siempre nos dan largas. No tenemos más alternativa que la que ellos quieran», añade aludiendo al IVIMA, y con el temor al desahucio instalado en su hogar. «La niña me pregunta cuándo van a venir a echarnos. Ella se ha criado aquí, y eso me encoje el corazón».

La historia de su vecino Cristian, de 24 años, es parecida. «Estuve en casa de mis padres hasta que me casé», cuenta el joven, que también es de la UVA. Tras el nacimiento de su hijo, que ya ha cumplido dos años, y sin apenas ingresos económicos buscó cobijo, como Antonio, en una de las decenas de viviendas del barrio que han quedado vacías tras décadas de espera de realojos que nunca llegan.

Su familia sobrevive con los 450 euros de la Renta Mínima de Inserción, pero desearía un alquiler adaptado a sus ingresos. «Pedimos una solución, que no somos perros. Yo no me niego a pagar, y no estamos pidiendo nada del otro mundo».

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