Rita Pinar tiene 77 años y presume de buena memoria. Lo demuestra al recordar con detalle su última mudanza, hace ya medio siglo. Aquel sábado 30 de noviembre de 1963, se subió a una camioneta acompañada de su marido y su niña de 6 años con todas sus pertenencias como equipaje. “Vivíamos en un patio, donde luego hicieron El Corte Inglés de la Avenida del Generalísimo”, en el actual Paseo de la Castellana, a pocos metros del estadio de Chamartín, por donde todavía jugaban Di Stefano y Puskas.

“En el viaje mi hija le dijo al conductor: ¿sabe por qué está mi madre tan contenta? Porque la cigüeña le va a traer un niño”. A Rita, embarazada de seis meses, también le alegraba estrenar hogar. “Imagínate, de vivir todos en una sola habitación…”. Tenía ilusión, aunque la nueva casa sólo tuviera 45 metros cuadrados y un par de metros de altura. A pesar de estar situada en los confines de Madrid y en un barrio de nombre raro: Unidad de Viviendas de Absorción (UVA) de Hortaleza.

SOLUCIÓN AL CHABOLISMO

La familia de Rita fue una de las 1.104 que llegaron hace cinco décadas a un poblado que tenía fecha de caducidad. Diseñado por los arquitectos Antonio Miró y Fernando Higueras, levantado en apenas seis meses, el barrio pretendía ser una solución temporal para inmigrantes del éxodo rural que buscaban su hueco en la capital.

ScannedImage 14Una de las calles de la UVA, en una fecha sin datar (Archivo La Unión de Hortaleza)

Manuel Villa, de 57 años, vino siendo un niño. “Nací en el pueblo de mis padres, Logrosán, en Cáceres. Con dos años emigramos a Madrid. Vivíamos en la barriada del Pozo del Hielo, donde ahora está el ‘Pirulí’. Nos expropiaron para hacer la M-30”. Como todos los primeros moradores de la UVA, abandonaron la chabola con la expectativa de tener una vivienda definitiva cinco años después. Pero Manuel, como Rita y como tantos otros, sigue bajo el mismo techo que hace 50 años. Y lo que les queda.

PROMESAS QUE NO VALEN NADA

Incumplidos los plazos del franquista Instituto Nacional de la Vivienda, los vecinos de la UVA tuvieron que esperar a la década de los 90 para recuperar la esperanza de un realojo. El barrio fue incluido entonces en las catorce zonas de la capital que debían ser rehabilitadas, y su futuro pasó a la manos del IVIMA de la Comunidad de Madrid. Algunos todavía lo lamentan.

“Nos han mentido siempre”, sentencia Miguel Ángel Ortiz, de la asociación vecinal. En 1993 se entregaron las primeras 36 nuevas viviendas. Dos décadas después, sólo la mitad del barrio ha sido realojado. “¿Qué esperan? ¿Qué se mueran los vecinos?”. El representante vecinal no exagera: en los últimos años han fallecido una treintena de los que esperaban la entrega de llaves.

FALTA DE VOLUNTAD POLÍTICA

En estos últimos 20 años, los vecinos de la UVA han presenciado el desarrollo de gigantescas urbanizaciones a su alrededor, como Sanchinarro y Valdebebas, mientras sus futuros bloques se construyen a paso de tortuga. En la calle Mar de las Antillas, tres nuevas torres están listas para ser habitadas.

Sin embargo, el IVIMA no las entregará hasta el verano de 2014 porque falta acondicionar las calles. “Sí, se han retrasado”, admite un alto cargo de la institución, “pero ahora vamos a empezar a correr”, aunque evita poner fecha a la definitiva remodelación de la UVA, que el Gobierno regional marcaba para 2012 en su última previsión, siendo Esperanza Aguirre presidenta de la Comunidad de Madrid.

ScannedImage-7Imagen de las fiestas de la UVA en los años 70 (Archivo La Unión de Hortaleza)

LA PARADOJA DE LA UVA

La desidia de la administración sólo ha acelerado una cosa: la degradación de la convivencia en las calles del barrio. Entre los vecinos con derecho al realojo y las familias que han ocupado viviendas vacías existe un recelo latente que el IVIMA ha aprovechado en alguna ocasión para justificar los retrasos.

“El Colegio de Arquitectos de Madrid (COAM) también ha retrasado la remodelación”, recuerda Miguel Ángel. En 2005, el COAM intentó frenar el derribo de los bloques por su “valor arquitectónico”. La singularidad de sus calles ha atraído también rodajes de series y películas. Es la paradoja de la UVA. Donde unos ven infraviviendas, otros defienden que es patrimonio digno de conservar.

Algunos vecinos tienen interiorizada esa contradicción. Al contrario que su hermano Manuel, Conchi Villa ya nació en Madrid, y la UVA es el escenario de toda su vida. Por eso el realojo le produce una melancolía anticipada. “Es que aquí abrimos la puerta y ya estamos en la calle”.

En la plaza, bajo la torre de la iglesia que se utilizó para vigilar al vecindario, la memoria de esta enfermera puede recrear toda la historia de un barrio “humilde pero alegre”, habitado por familias que sacaron adelante “hasta a doce hijos” y donde las señoras hacían costura reunidas en la calle. En sus recuerdos también reconoce sombras, como los amigos que sucumbieron a la droga, el peor estigma de su generación. “Pero nunca nos quisimos ir de aquí”. Y lo dice con orgullo. El orgullo de un barrio que es símbolo de lucha por el derecho a la vivienda digna.

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