Cuando Dios creó el universo, decidió que las cebras tendrían rayas blancas y negras, los hombres caminarían sobre dos piernas y, en el norte de Madrid, habría rascacielos llenos de titulados con MBA que podrían rezarle en capillas católicas a muchos metros de altura.

Desde 1987, ya ha llovido, una horda de benefactores, entre los que abundan los bancos, marea con un proyecto para enterrar las vías de Chamartín, hacer parques y, como mero adorno, erigir decenas de rascacielos, oficinas y viviendas de lujo a precios absurdos.

Cómo sería la cosa que ni en lo peor del ladrillazo lo sacaron adelante. Tenían tanta ansia por forrarse que no se ponían de acuerdo en el precio. Luego reventó la burbuja y, al buscar dónde podían seguir arañando dinero, olfatearon su vieja idea en Chamartín.

Le cambiaron el nombre y se lo vendieron al Ayuntamiento que había venido para cambiarlo todo. En un debate en la Asamblea de Madrid en el 2005, Rafael Simancas, sangrando por la herida del tamayazo, criticaba el modelo urbanístico del PP en la región: miles de chalés adosados enladrillando el horizonte y llenando de millones las cuentas de algunos expertos en recalificaciones.

Ese día, Ignacio González, que fue vicepresidente de Esperanza Aguirre antes de ir a la cárcel por (presunto) ladrón, tuvo la mala baba de recordar que la plana mayor del socialismo vivía en chalés en Boadilla, Majadahonda o Las Rozas.

Los socialistas ganaron las elecciones en 1982 y creyeron antes que Fukuyama que había llegado el fin de la historia. Se retiraron a descansar en la zona de la carretera de La Coruña, en chalés construidos por y para gente que los despreciaba. Buena parte de su electorado seguía (mal)viviendo en Hortaleza, pero ellos surfeaban las olas de un modelo productivo en el que las gráficas del Ibex35 iban dibujando mansiones y rascacielos.

Un día, perdieron el Ayuntamiento de Madrid, después la Comunidad y al final el Gobierno de España, y se preguntaron qué habían hecho mal. Siguiendo su ejemplo, muchos de sus votantes habían pensado que el socialismo desembocaba en Pozuelo y habían cambiado de partido como se cambia a un perro la correa (que, en alemán, curiosamente, se dice Gürtel).

La izquierda tardó décadas en recuperar el Ayuntamiento de Madrid. Mucha gente empujó para que la capital no fuera solo un cortijo para los ricos. Querían una ciudad con casas de verdad, no una inversión de lujo. Si todo sigue su curso, solo nos queda esperar unos años para que una mañana algún ya ex dirigente del Ayuntamiento de Carmena despierte con resaca en su piso de Madrid Nuevo Norte, mire desde el ventanal de su terraza de diseño y se pregunte: “¿En qué momento se jodió todo esto?”.

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