Otro año que quedo con José Luis López en el bar de Nelly. Le llevo mis papeles para la declaración de la renta, pero lo que quiero es entrevistarle, quitarle la máscara porque intuyo que es el nuevo César de Echagüe, El Coyote, un héroe disimulado que lucha contra la injusticia. Mi intuición no me va a defraudar.
Accede, pero nos movemos al local que la asociación vecinal La Unión de Hortaleza tiene en la calle Mar Menor, un espacio que él ganó a la constructora El Triángulo para los vecinos. Dos horas son poco para destapar sus secretos y luchas. Además, él me prohíbe contar ciertos datos que otros pregonarían con orgullo.
Como el personaje más famoso de las novelas y el cómic español de la posguerra, José Luis es rápido y con puntería infalible para los números y los datos, es un experto jinete en tratar con todo tipo de gente, sus enemigos lo temen, incluida la poderosa Hacienda para la que “no todos somos iguales”, y su principal arma es una inteligencia despierta que lo llevó del barro de la niñez a dirigir una sucursal bancaria. De botones a director, pero su orgullo es la asociación de vecinos de la que ha sido presidente, tesorero, vocal y mucho más.
PREGUNTA: ¿De dónde eres?
RESPUESTA: Nací en la calle Vizcaya número 12, que era un hospital, y luego fue banco Vizcaya. Yo ya venía un poco predestinado.
¿En qué barrio te has criado?
En el de San Pascual. Mis padres vivían en una habitación en la que estábamos los tres.
¿De dónde eran tus padres?
Mi padre es de Jaén, un represaliado de Franco. En la guerra fue voluntario, fue de la Quinta del Chupete, estuvo en la batalla del Ebro, en Francia le metieron en un campo de concentración y vino aquí a España y lo metieron en otro campo de concentración en Andalucía. Lo condenaron a 30 años.
¿Y tu madre?
Ella estaba sirviendo en una casa hasta que se casó, pero iba periódicamente a la casa y le echaban una mano para que a mi hermana y a mí nos dieran ropa, comida y algunas pesetillas. Cuando tenía 4 años, le dieron cinco pesetas de lotería y le tocaron 25.000 pesetas. ¿Sabes qué hizo? Darlos de traspaso a una chabola.
¿A una chabola?
Nos metimos en el barrio de Bilbao frente al cementerio en una casa sin agua. Nosotros, toda la vida acarreando agua, no teníamos váter, teníamos… una humedad que mi madre acabó mal con los huesos y yo también estaba jodido.
¿Impresiona vivir junto a un cementero?
No, de hecho, al fútbol jugaba entre las tumbas. Éramos chavales, en la calle había espacios pequeños y los muertos de las tumbas no protestaban.
Pero ¿no por la noche?
Por la noche, las tapias del cementerio eran de las putas e íbamos a verlas. Veíamos que hacían cola y la otra “Venga, espabila, termina ya” y la tía decía “El siguiente”…
¿Mucho tiempo en la chabola?
Hasta los 18 años, que mis padres pudieron dar una entrada para un piso pequeño, pero un piso. ¡Jodé!, ya no había que ir a por agua a la fuente, ya había un lavabo, ya había váter…
“En los colegios públicos no me admitían por hijo de represaliado, tuve que ir a un colegio privado en el que pagaba cinco pesetas al mes”
¿A qué colegio fuiste?
Entonces, para ir al colegio, porque en los colegios públicos no me admitían por hijo de represaliado, tuve que ir a un colegio privado en el que pagaba cinco pesetas al mes, eso no se me ha olvidado. Yo tuve un profesor que, hasta lo catorce que me puse a trabajar, de repente te enseñaba geografía, francés, matemáticas… Sabía de todo, pero decía siempre que la letra con sangre entra. La de veces que me ha puesto de rodillas con libros y poner la mano para los palmetazos o, lo que me jodía más, con la mano vuelta, que te dejaba sordo. También que te levantaba de las orejas y te soltaba.
¿A trabajar a los 14 años?
Trabajé en el hotel Tirol, que está en la calle Marqués de Urquijo número 4, de botones, que hay que espabilar porque había 400 pesetas de sueldo y yo me sacaba 5.000 todos los meses. O espabilabas o te quitaban la paguita los compañeros.
¿Y de ahí al banco?
Después de eso, estuve trabajando en una casa de repuestos de automóvil que se llamaba Rodríguez Portela y estaba en la calle Génova. Ahí estuve un tiempo, y no sé lo que hice que había un encargado que era una mole y me quiso dar. Salí corriendo para meterme en el váter y, cuando me metí, me metió una hostia que me dejó sentado. Le dije a mi madre ahí no vuelvo.
Y eso que eran rojos, pero tenían tres o cuatro tiendas y ganaban dinero con Franco… Para que se supiera que iban contra Franco, los sellos los ponían de culo. Siempre ponían los sellos de la cara de Franco boca abajo. Yo le decía “Señor Rodríguez, están al revés” y me decía “Chaval, tú a lo tuyo, echa las cartas”.
Y llegaste a los 15 años.
En el banco entré de casualidad con 15 años. Una tía mía trabajaba sirviendo y la jefa de ella trabajaba en el hotel Intercontinental en el Paseo de la Castellana. Allí había una oficina del Vizcaya y al botones que había, que ahora vive aquí en el barrio y juego con su hijo al fútbol, le pidió para mí una instancia para entrar de botones. Un día me llama urgente mi tía que me presente aquí en la plaza de los Delfines. Yo voy allí y, de repente, 700 para 15 o 20 plazas de botones. ¿Yo qué voy a hacer aquí?
Me siento y se me abre el cielo. Cuatro hojas llenas de sumas, restas, multiplicaciones por veinte números, divisiones… que es mi especialidad. Voy: ¡tarrarrará, pum!, ¡tarrarrará, pum!, ¡tarrarrará…! Por decirlo de algún modo, es un don que he podido tener. Yo veo mi papel y voy rápido, pero es lo que me pedían. A los quince minutos había terminado. Podía haber revisado, pero si esto se me daba bien… Entregué el papel y el tío me miró como diciendo este de qué va.
¿Sacaste la plaza?
Entré en un departamento que se llama Títulos Valores. Yo tenía que cargar cajas, informes… Entonces, había una máquina taladradora que agujereaba hasta un trozo de madera. Una vez se me cayó un cupón al suelo, no paré la máquina y, con esta mano hice así y este dedo se me quedó jodido de por vida y no me lo arrancó, pero casi.
Ahí el jefe que tenía me engañó. Me dijo que, si iba a trabajar, en los próximos exámenes me ascendía oficial. ¿Y qué pasó? Que yo como un gilipollas lo hice y nada. Si es que no te puedes fiar.
¿Pudiste trabajar y estudiar?
Ascendí con 17 años. Yo había estudiado Bachillerato y Periodismo lo terminé en el año 76, que esa es la segunda parte. La carrera me la pagó el banco. Yo cuando hice la carrera, les escribí “He terminado la carrera, señores, si me quieren utilizar para algo…”. Sin contestación.
¿Por qué elegiste el periodismo?
A mí me ha gustado de toda la vida escribir, ahora me da mucha pereza. En el banco me gané 25.000 pelas escribiéndome un cuento. Era un concurso de cuentos y lo gané. Me gusta mucho. Lo hice de un minusválido. Muy melodramático. Uno de los del jurado fue José Luis Sampedro. Tengo un libro firmado por él: “Para que sigas escribiendo”.
“En Radio Fortaleza, tenía todos los viernes un programa de entrevistas y con música de Vangelis”
¿También radio?
En Radio Fortaleza, no Radio Enlace, tenía todos los viernes un programa de diez a once con música de Vangelis. Era un programa de entrevistas y música. Llevaba a artistas del distrito, el concejal, alguien que tenga alguna relevancia… Pues así estuve dos o tres años haciendo el programa.
¿Estabas ya involucrado en el barrio?
Yo hasta los 23, que me casé e hice la carrera, no había tenido ninguna actividad de tipo social, ninguna.
Vine aquí y encontré una asociación de vecinos y un barrio que estaba hecho una mierda. “Si puedo colaborar en algo”, y enseguida me impliqué. Y ya te digo, presidente, vicepresidente, tesorero, vocal de Huerta de la Salud, las comisiones de educación, cultura y deportes. He estado en todas, menos en urbanismo.
No he militado ni militaré en un partido. Solo soy sindicalista y tampoco. Lo mío en el tema social, la asociación de vecinos.
¿Hay diferencia del antes al ahora?
Entonces, las propuestas eran vinculantes. No podían echarlas atrás en la Junta. Iban al Ayuntamiento central. Eso es muy importante y eso ahora no funciona de esa manera.
“Vine aquí y encontré una asociación de vecinos y un barrio que estaba hecho una mierda”
¿Y en el barrio?
Todo era un barrizal. Mira, aquí viene la historia de la rehabilitación del Silo y la consolidación del parque en El Triángulo. Supongo que sabes que donde está el Silo ahí venían tres bloques de once plantas.
¿Tirando el Silo?
A Nacho Quintana, que era presidente de La Unión de Hortaleza, se le ocurrió una brillante idea, que luego la llevó a la práctica, después fue gerente de la Empresa Municipal del Urbanismo, que el Silo era monumento histórico-artístico. Hay que tener cojones, pero funcionó. Ahí no se puede construir.
¿Era suelo público?
No, era de una inmobiliaria que se llamaba Constructora Internacional y venían para hacerlo. Lo habían comprado. El Triángulo se anexionaba así Huerta de la Salud. Sin eso, no se hubiera hecho la biblioteca ni el local de ancianos ni nada. Sería todo bloques.
En esa época, conseguisteis algún local.
Este que era de aperos de labranza y que tenía mierda… Era de la constructora. Entonces, yo negocié con ellos y les dije “Oye, para tener eso ahí, dejadlo para que los vecinos lo puedan disfrutar”. Entonces, tengo un documento en el que lo concedían. Traje un albañil y esto lo adecuaron.
¿Sigues con el fútbol sala?
Sí sigo, pero poco. Ya hay otros chicos que lo llevan. Soy, por así decirlo de alguna manera, actual presidente honorario. Me ven y dicen hola, presi. Si voy, voy a verlos. Se han tenido que ir a Barajas.
¿Por qué?
En los últimos años, había 110 o 120 equipos de fútbol sala en Hortaleza. Ahora solo diez.
¿Y eso por qué?
Porque no lo han promocionado. Y en Hortaleza los campos cubiertos no los permiten para fútbol sala, solo para baloncesto. Con lo cual, si llueve en invierno cinco veces, cinco partidos que hay que aplazar y luego, para recuperarlos, estás bueno. En Barajas, siempre hay un campo cubierto y, claro, ahí nunca se suspende un partido. Así que se han ido todos de Hortaleza.
“En Hortaleza los campos cubiertos no los permiten para fútbol sala, solo para baloncesto”
¿Quién te ha influido más?
Juan Rey, el cura del barrio de la UVA y de Santa María, que luego fue presidente de La Unión, es con quien más he aprendido. Era filósofo, o sea, él daba clases de Filosofía. Era para mí una mente privilegiada. Yo para cualquier duda…
¿Cómo llegaste a director de banco?
Un día le digo a mi mujer, así a lo tonto, “Madre mía, qué nivel tenemos en el banco; de los directores que estoy teniendo, si es que son unos putos inútiles, si esto lo hago con la gorra”. Y me dice mi mujer “Ya será menos”, pinchándome. Le digo “Mira, hacemos una apuesta, si yo no soy director cuando cumpla 40 años, lo dejo, sigo de oficial primera y ya está.
¿Quién ganó la apuesta?
Con la fusión del Bilbao, al poco tiempo, buscaban empleados del banco que sean universitarios titulados y que no sean jefes para directores de oficina. Salimos siete u ocho. Yo, fíjate el título… Después, el jefe de zona me dijo que, dado que lo estás llevando muy bien y que no está el jefe, te vamos a hacer director de una oficina. 39 años (risa).
¿Cómo reaccionaron en casa?
Me dijo mi mujer “Ya puedes renunciar”. Si tú querías demostrarte a ti mismo que podías, ya lo has conseguido. Intenté demostrarme a mí mismo que era mejor que muchos de los que habían visto. La verdad es que todos los años cumplía… a mi aire.
El banco me pedía colocar ese fondo de vencimiento de fondos de riesgo infinito y tal…, pero a mí me decían al final que tenía que hacer una cifra y yo la sacaba, que eran seguros y con eso yo podía vivir. Entonces, decían “Joder, tus compañeros hacen lo que les estamos diciendo”, “Si yo lo ofrezco, pero no lo quieren”. Nunca lo ofrecí. Entonces, a callar.
¿Qué quieres decir?
Las imposiciones son todas seguras, un 0,5% o un 4%, pero al vencimiento te lo pagan. Los fondos de inversión, en su día, estaba garantizado que, a lo mejor, no ganabas ni un duro. Yo no quiero fondos, quiero seguridad total, que, aunque no me des intereses, mi dinero lo rescato. No hay ningún sector de inversión seguro.
¿Has circulado por muchas oficinas?
Estuve en Lavapiés. Tuve la mala suerte de ir a Maudes. En Manuel Becerra, yo estaba de director en una oficina enorme. Eran cuatro y todo amontonado. Yo me levantaba a las ocho de la mañana y no había día que llegara antes de las once de la noche. Los impagos han sido exagerados y yo desesperado. El endocrino me dijo “Has tenido suerte, en la situación que has tenido, suele dar un infarto o un ictus”.
“Me siento muy satisfecho con mi labor en el barrio, pero llegaba a las once de la noche a casa”
¿Y qué pasó?
Y me mandaron al Cuartel General de la Armada. No he estado en mi vida mejor que con los militares. Les tenía que aguantar. Me contaron su vida y milagros, que qué malos son los rojos, los comunistas y los otros. Aguantando el chaparrón y poniendo parches calientes.
Allí me jubilé en el 2006, hace ya diecisiete años, y, desde entonces, rentas, ventas de coches, impuestos, IVA…
¿Hacienda somos todos?
Y una m*. Todos los que no tenemos dinero. Hacienda no mira nada, no tiene ideología. Va más a por los pobres que a por los ricos. Los tíos que tienen mucho dinero tienen unos abogados y unos técnicos que al final no pagan. ¿Cómo está el impuesto de sociedades? Es que hay eléctricas que están pagando el tres o cuatro por ciento y a un trabajador le están cobrando el 20% o el 30% o lo que sea.
Los que tienen que pagar de verdad no pagan. Además, no es lo mismo una delegación que otra. Cada una tiene su gerente y cada uno tiene sus objetivos y cada uno lo lleva de una manera. El que gana más es el gerente y, en función de lo que entre, se reparte un porcentaje. No puedo con esto.
Yo con mi ordenador pongo en las reclamaciones y es “el legislador no pudo haber hecho esto pensando en fastidiar al contribuyente”.
¿Satisfecho con tú labor en el barrio?
En una entrevista, Ray Sánchez me preguntó si cambiaría algo. Y digo “Sí, la cantidad de tiempo que tendría que haberle dedicado a mi hijo”. Me siento muy satisfecho, pero llegaba a las once de la noche y mi hijo “Ayúdame con los deberes…”. Tenía abandonado al crío.
¿Algo para mejorar Hortaleza?
Sí, que no gobierne la derecha.