Recientemente, una joven vecina de Hortaleza de tan solo 16 años escribió a este periódico para expresar su preocupación por el futuro de la Huerta de Mena, también conocida como finca de Los Almendros, y la amenaza constante que pesa sobre el patrimonio cultural de nuestro distrito. Su carta es mucho más que un testimonio, es una señal de esperanza. Representa a una generación que, pese a los prejuicios, no solo observa desde la distancia ni se pierde en una pantalla. Es una generación que se moviliza y se implica, con una sensibilidad que, a menudo, subestimamos.

Pero ¿por qué ocurre lo que ocurre?, ¿por qué este espacio privilegiado, una joya histórica que podría seguir el mismo ejemplo de la Quinta de los Molinos o Torre Arias está en peligro? ¿Cómo puede un lugar que fue refugio de poetas como Rafael Alberti y Federico García Lorca, que inspiraron versos inmortales, enfrentarse a la amenaza de desaparecer bajo toneladas de cemento y cristal para convertirse en oficinas? ¿Por qué parece que el patrimonio, los espacios públicos y la vida comunitaria están siempre en una cuerda floja?

Existe una lucha entre dos modelos culturales, dos formas de entender la ciudad y sus recursos

La respuesta no es sencilla, pero hay algo que subyace a esta problemática: una lucha entre dos modelos culturales, dos formas de entender la ciudad y sus recursos. Por un lado, está la visión del asociacionismo y la comunidad, que busca proteger, gestionar y disfrutar del patrimonio como un bien común. Por otro, está el modelo que prioriza la mercantilización, donde todo –desde una finca histórica hasta un parque o una plaza– puede convertirse en una mercancía. Este modelo último ve la ciudad no como un hogar para quienes la habitan, sino como un espacio para maximizar beneficios económicos.

Esta lucha no es nueva, pero se ha intensificado. Las políticas que priorizan el consumo por encima del bienestar colectivo han llevado a transformar lo que debería ser un derecho –como la vivienda, los espacios públicos y el acceso a la cultura– en privilegios accesibles solo para unos pocos. Así, el patrimonio histórico, que debería ser un legado para todas las generaciones, se enfrenta al abandono, a la especulación o a la transformación en atractivos comerciales que despojan a los barrios de su identidad.

Sin embargo, no todo está perdido, y aquí es donde queremos hablar directamente contigo, joven lectora. Porque tu preocupación por Los Almendros no solo es válida, es poderosa. Cada vez que alguien alza la voz por proteger lo que nos pertenece a todas, está dando un paso hacia la construcción de un modelo de ciudad más justo y humano. Esa inquietud que sientes por defender lo que amas de tu barrio es la misma que llevó a vecinos y vecinas a luchar por recuperar para las familias del colegio Juan Zaragüeta los terrenos cedidos para hacer un parking o a evitar que la plaza de la iglesia de San Matías perdiera su esencia histórica, albergando un macrogimnasio impersonal.

El asociacionismo es la manera en la que las personas transformamos la indignación en acción y demostramos que otra ciudad es posible

Gracias a esa movilización, hemos aprendido que la unión y la organización son nuestra mejor herramienta frente a quienes prefieren una ciudad sin alma, diseñada para el consumo masivo y el lucro rápido. El asociacionismo es una forma de resistencia, pero también de esperanza. Es la manera en la que las personas transformamos la indignación en acción y demostramos que otra ciudad es posible.

Querida lectora, tu sensibilidad y compromiso demuestran que el futuro no está perdido. Si algo nos ha enseñado tu generación es que los jóvenes no son indiferentes, como a menudo se dice. Son críticos, activos y profundamente conscientes de que el cambio está en sus manos. Mientras haya personas como tú, preocupadas y valientes, podemos seguir luchando por una ciudad que no pierda lo que la hace única: su historia, su gente y su alma.

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