Como arqueólogo profesional me pregunté, cuando tuve conocimiento de la convocatoria del magnífico Certamen Juan Carlos Aragoneses de historia de Hortaleza, si se habría documentado algún tipo de registro arqueológico dentro de los actuales límites del distrito. Imaginaba que con toda probabilidad la mayoría de las contribuciones versarían acerca de sincronías históricas más próximas a nosotros y muy especialmente dentro del último siglo. Es lógico, ya que para periodos anteriores apenas existen unas pocas fuentes, además de que, como es natural, tendrían mucho peso los aspectos memorialísticos o de “historia oral”, provenientes de los propios recuerdos de sus autores o de sus familiares más directos. Pero, ¿sería posible ocuparse del primer poblamiento humano (e incluso, considerando como tal a otros homínidos diferentes a nuestra especie) en este territorio? En efecto, existen una serie de interesantes trabajos “clásicos y pioneros” sobre la arqueología hortalina-canillense, realizados entre 1978 y 2001 por el mismo investigador: Francisco Javier Pastor Muñoz, auténtico padre fundador de estos estudios en Hortaleza.
Lo primero que revelaban los trabajos de Pastor Muñoz era que hablar de arqueología en la actual Hortaleza (descartando el actual distrito de Barajas, que este autor incluye parcialmente) equivale en la práctica a hacerlo sobre arqueología prehistórica, y más concretamente del Pleistoceno o Paleolítico Inferior y Medio. De hecho, de arqueología histórica sólo se nos informa sobre algunos materiales de cronología tardorromana o visigótica (cerámicas, tejas, huesos ¿animales o humanos?) aparecidos a principios de la década de 1980 durante una explotación de arenas y áridos junto al arroyo de Rejas en la “Colonia Palomas” (es decir, La Piovera), y que apuntan a la existencia de algún tipo de villa rustica o explotación agropecuaria. Desgraciadamente, al no haberse establecido aún leyes de control y protección patrimonial en las obras de remoción de terreno, esos mismos trabajos cabe suponer que arrasarían tal yacimiento.
EL YACIMIENTO HORTALINO
Uno de los padres de la arqueología del Pleistoceno en España, José Pérez de Barradas, publicó en 1929 algunas de sus investigaciones en el río Jarama, incluyendo varios hallazgos de material lítico en superficie en el actual distrito de Barajas. Pero no fue hasta 1978 cuando Francisco Javier Pastor Muñoz publicó el primer artículo de investigación acerca del yacimiento de Los Cenagales, “núcleo duro” de la arqueología hortalina. Si bien se documentan otros tres puntos de recogida de material lítico prehistórico en Hortaleza, su entidad es muchísimo menor.
El yacimiento de Los Cenagales se encontraba en el centro del actual Parque de Valdebebas. Se trata de la (actual) cola del antiguo arroyo de Las Zorreras y muy próximo al de Valdehigueras, cuyos cauces distan no más de medio kilómetro en línea recta. El primero hoy se encuentra canalizado y reconvertido más bien en eje norte-sur del parque, que transcurre por las proximidades de la controvertida talla de la Virgen del Abrazo, en su orilla oriental, y del denominado “arboreto”. Éste consiste en un humedal compartimentado en cinco estanques diferentes, de los cuales se yerguen sendos islotes artificiales y pasarelas.
En uno de ellos, emergiendo a modo de palafito sobre una charca habitada con carpas de colores, anfibios y diferentes aves, nos encontramos la denominada “cabaña”, que supone el centro prácticamente exacto del parque. En realidad, ésta rinde un recuerdo a la casa de labor denominada “Casa de los Cenagales”, emplazada junto al “Charco del Pescador”, que ya parece en documentos de nada menos que 1461 y como era conocido el paraje aún en la década de los 1970, por pescarse allí la anguila y aprovecharse el mimbre para cestos de su flora de ribera. En nuestros días la casa ya no se conserva, en razón de la profunda y severa transformación del paisaje en la zona a lo largo de las últimas décadas.
El yacimiento de Los Cenagales, en lo que hoy es el parque de Valdebebas, supone el “núcleo duro” de la arqueología hortalina
Respecto a la actividad cinegética, sabemos que también ha venido produciéndose en espacios cercanos a la actual Hortaleza ya en época histórica, como se documenta en el Libro de la Montería de Alfonso XI (año 1340) o en la Real Provisión de Felipe II. Todo ello nos configura, en definitiva, un pequeño valle por donde discurrían varios riachuelos tributarios del arroyo de Valdebebas, y éste a su vez el Jarama a la altura del puente de Paracuellos. Una zona francamente húmeda que quedaba estancada en las cotas menores entre los montículos de la zona y de los que emergían éstos, dando lugar a un paisaje de escorrentías y cárcavas epónimas del barrio, resultado de la erosión mecánica provocada por la meteorización y el ciclo hidrológico.
Resulta del máximo interés la elevada cota relativa de los hallazgos, induciéndose a pensar en un paisaje de altozanos otrora emergiendo de un terreno pantanoso, casando bien con el panorama general de los yacimientos paleolíticos (Inferior/Medio) en el actual territorio madrileño. Éstos responden mucho más al rol de cazaderos y/o depósitos para el carroñeo que de hábitats, mucho más “invisibles” para la arqueología, y que incluirían (aunque no sólo) a las cavernas resultantes de los procesos kársticos en la región. Dichos cazaderos-depósitos de carroñeo aparecerían emplazados sobre cabezos y colinas de cota superior al del espacio circundante, por encima del nivel freático y por tanto a la orilla de cursos fluviales o zonas pantanosas, algo que parece claro en el caso hortalino ya desde la propia toponimia de Los Cenagales.
Especialmente sugerente parece la hipótesis de que estos cazaderos-depósitos de carroñeo se dispondrían a lo largo de las rutas de “transhumancia natural” o movimientos estacionales que ya desde el Paleolítico la fauna, y muy especialmente los macromamíferos, realizarían a través de los caminos y vías de comunicación naturales. En este sentido, cobra especial relevancia la máxima de que los grupos humanos persiguiesen a los animales durante sus movimientos estacionales, primero para cazarlos y posteriormente, ya desde el Neolítico, para pastorearlos. Y en efecto, en numerosas ocasiones estos hallazgos coinciden con ella presencia de posteriores rutas de transhumancia pastoril antrópica, que se vendrán estableciendo ya desde el Neolítico. Por el actual parque atraviesan una serie de vías pecuarias (lo que ha dejado relicto en la toponomia el nombre de “Vereda de los Toros”, si bien aparece en un mapa militar republicano de 1932 directamente como “Cañada de los Toros”) tema de la máxima relevancia para comprender la articulación del poblamiento humano en el territorio a lo largo de toda la secuencia diacrónica, incluso quizás para épocas preneolíticas en razón de las paleorrutas para el movimiento estacional de la fauna.
La zona, con montículos y humedales, podía ser un buen lugar de caza y carroñeo, aprovechando el paso estacional de animales
Cabe pensar que los primeros homínidos ibéricos se encaramarían a las colinas emergentes de lugares húmedos (ríos, pantanos, lagos, marismas, acuíferos, etc.) situadas estratégicamente en lugares de migraciones y pasos naturales animales, donde elaborar in situ siquiera parte de su utillaje mientras se preparaban para acechar el paso de los animales en las inmediaciones situadas a menor cota. Allí establecerían aquellos primeros homínidos de Hortaleza una serie de pequeños campamentos o bases provisionales de carácter nómada o seminómada, con el fin de depredar y aprovechar (bien mediante la actividad venatoria y pesquera, bien mediante el carroñeo y marisqueo o recolección de moluscos y pequeños anfibios, sin olvidar todo el amplio espectro de aves de diferente condición) la fauna circundante.
En ellos cabe suponer que se desarrollarían todas las actividades relacionadas con las tres principales necesidades básicas humanas: alimento y bebida (lo que implica, aparte del propio consumo, las tareas de asechanza y vigilancia de flora y fauna, además de la talla de los útiles líticos necesarios, además del fuego), el vestido (y en efecto, se documentan raspadores y cuchillos para el curtido y corte peletero) y el hábitat y el resguardo de los elementos (en este sentido, algunos de los útiles mostraban marcas de fuego), toda vez que además del hábitat rupestre se han documentado en algunas zonas de Europa cabañas al aire libre datables en el Paleolítico Inferior y Medio.
LÍTICOS EN LOS CENAGALES
El arroyo Valdehigueras, hoy desaparecido, funciona como una suerte de eje vertebrador para nada menos que tres zonas diferentes de aparición y dispersión de los hallazgos en superficie. Pastor Muñoz documentó en el periodo 1973-86 un total de 424 útiles, líticos en su totalidad. En consecuencia, no se documenta rastro alguno de restos faunísticos ni tampoco humanos, extraordinariamente raros por lo demás en el registro madrileño del Paleolítico Inferior y Medio, a excepción del yacimiento de Pinilla del Valle, en el Lozoya. Tampoco hay trazas de hábitat ni de ninguna otra consideración más allá del mero utillaje lítico. El paradero de estos materiales resulta hoy desconocido, no habiéndose depositado en ninguno de los principales museos madrileños.
El paradero los útiles líticos encontrados en Hortaleza es desconocido, y nunca llegaron a ningún museo
Los hallazgos pueden dividirse en dos grandes grupos: “macrolitos” en cuarcita, más pesados y toscos, y “microlitos”, más refinados y “quirúrgicos” que los anteriores, realizados en sílex de diferente gama y donde se documenta la técnica Levallois. Aunque hay cierto debate, podrían quizás adscribirse a la industria musteriense de tradición achelense, esto es, entre el Paleolítico Inferior y Medio, matiz que resultaría clave para identificar a su autor. Nos iríamos entonces directamente al Paleolítico Medio y a la Europa dominada por el Homo (Sapiens) neanderthalensis.