Érase una vez un país en el que nada era lo que parecía, las cosas significaban algo diferente según quién las dijera (¡libertáynolibertinaje!), y las ideas sobre el futuro desde que se muriera el viejo que había secuestrado la vida eran muchas, la mayoría hermosas, pero al final nos quedamos con la más rastrera, perdón por el spoiler.

Era un país donde se había pasado mucha hambre, y de repente había comida, pero las madres veían con terror que muchos hijos adelgazaban porque se alimentaban no por la boca sino a través de agujeros en los brazos, y pensaban que por eso veneno se escribía como vena.

Como en un mundo esquizofrénico donde cada uno mira un reloj que da horas distintas, mientras unos señores se sentaban a escribir la Historia con Muchas Mayúsculas, otros les otorgaban a las palabras redes sociales un significado que ahora ni llegamos a imaginar mientras bailamos al son de un like.

El otro día Felipe González y José María Aznar se reunieron a ilustrarnos sobre las muchas bondades del régimen del 78 y los 40 años de felicidad que nos ha traído. Nos vamos a cansar de oír el coro de las alabanzas a los beneméritos padres (o padrastros) de la Constitución, que cumple 40 años.

Y uno piensa que no es la Constitución, ni el Rey, ni la Pacífica Transición (con 600 muertos a cuestas) quienes han convertido ese país soleado pero brumoso en algo mucho más habitable, sino que es gracias a instituciones como Amejhor, que nació precisamente ese año. Este pasar modesto se le debe a las personas que lo forman y le han dado vida durante 40 años, del mismo modo que hay que reconocer a las que estuvieron en las asociaciones de vecinos de unos barrios tan permanentemente recién llegados que ni existían en el gris formalismo administrativo franquista.

Y es que quien decide dedicar su tiempo y sus recursos y su energía a cuidar a drogodependientes y a sus familias es gente que no encaja en los festejos que nos amenazan. Ya hemos dicho que el modelo que elegimos fue el más innoble, en el que nadie le debe nada a nadie porque cada cual tiene lo que se merece, y que el Dios Mercado reparta suerte. Y sin embargo algunos malgastan—desde ese punto de vista— su vida preocupándose por niños de arrabal. Esa gente va siempre a contrapelo.

Amejhor: felicidades por haber sobrevivido a lo inimaginable y gracias por celebrar vuestra propia fiesta, aunque no rime con las alharacas constitucionales.

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