Cuando compartes tu vida con un perro, te das cuenta de que su vida entera es tan solo una parte de la tuya y, entonces, el tiempo se deforma. Lo ves envejecer a una velocidad desconcertante y, entre la tristeza y la contención, te preguntas si serás capaz de soportar su pérdida.

Esto no siempre se entiende. Este amor, esta entrega vital a un ser que sabe de tus tristezas, porque las detecta, no porque las comprenda, al que le afecta tu estado de ánimo desde por la mañana hasta la noche, tiene siempre recompensa. Es como una buena novela.

Algunos domingos, a Elvis y a mí, nos gusta acercarnos al mercadillo del barrio, bajamos por la Carretera de la Estación y, unos metros antes de llegar, la fiesta de olores convierte a Elvis en un perro feliz. Se pasea por el barullo humano de sonidos, aromas, colores, por el ir y venir de tenderos y vecinos. Me arrastra insistente a las cajas vacías, a los restos de fruta, pescado o verduras, a los manjares que se acumulan tras los puestos.

Pasear cuando cae la noche es distinto a hacerlo bajo el sol. El paseante es una figura que representa el pensamiento y que lo simboliza

Si el día nos empuja a ello, seguimos caminando hasta Valdebebas y, en ocasiones, el atardecer nos sorprende a los dos ya cansados. Al regresar a casa, atravesamos el vacío que dejó el mercado, el campo de batalla está abandonado, cubierto de papeles, algún cartón, y yace envuelto en un extraño silencio. Es como si la ciudad nos avisase de que, a esas horas, todo muta, los ruidos cambian, las sombras se ciernen sobre el camino y nos sentimos un poco más solos.

Pasear cuando cae la noche es distinto a hacerlo bajo el sol. El paseante es una figura que representa el pensamiento y que lo simboliza. Fíjense si no en Rousseau, Sartre, Diderot, Woolf, Unamuno, Galdós, Baudelaire, Veil, Thoreau, Mann, Maupassant y tantos otros individuos declarados grandes paseantes del cuerpo y la mente: filósofos, escritores, poetas…

Ellos y otros, a lo largo de los siglos, han hecho del caminar un modo de vida, un instrumento de la Razón. Me pregunto si no sería maravilloso que, en esas horas en las que recorremos tranquilos los rincones del barrio, nuestro lado más humano y creativo se ejercitara con nosotros y nos hiciera un poco mejores.

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