Cuando a Tony Soprano le preguntaban a qué se dedicaba, la respuesta, invariablemente, era waste management (gestión de residuos). Aunque Los Soprano sea una ficción, el amor de la mafia por la basura es un hecho comprobable. Más allá de los wise guys de los Estados Unidos, su contraparte en Europa, la camorra de Nápoles, demostró hace unos años su know-how en el negocio: pilas de basura ardiendo por toda la Campania, pozos colmados de mierda nuclear o biológica, cultivos contaminados, toda una ciudad rebosante de inmundicia.
Aquí no tenemos una mafia dedicada a gestionar nuestros desperdicios. Aparentemente. Las constructoras decidieron hace años que, con el ladrillo, no tenían suficiente o que alguna vez se agotaría el maná del cemento, así que pusieron sus ojos en nuestras debilidades: nos ponemos enfermos (privaticemos hospitales) y sí, somos muy guarros. Para los capitanes de empresa, somos como cerdos, no solo por lo que manchamos, sino porque de nosotros se aprovecha todo, hasta lo que ensuciamos.
En los buenos viejos tiempos, recoger basura y limpiar las calles era algo degradante para las mentes delicadas (y no digamos para sus blancas manos). Pero, cuando esas mentes se pusieron a echar cuentas, constataron que, como decían los romanos, pecunia non olet, el dinero no huele, no importa de dónde provenga. Y pusieron en funcionamiento el conocido mecanismo de economistas que demuestran fe-ha-cien-te-men-te que la gestión privada de lo que sea es siempre mejor que la pública y el corolario de amiguetes políticos que, cuando alcanzan el poder, privatizan lo que antes parecía una maldición.
Para poner caras, pongamos que hablo de(l Ayuntamiento de) Madrid y supongamos que nos referimos al mandato del PP como privatizador y a las grandes constructoras llenas de siglas como beneficiarias del proceso. Todo pura coincidencia, señoría.
Como en el PP son muy partidarios de lo atado y bien atado, firmaron contratos que durasen décadas, como las buenas condenas; y como estas, minadas con trucos legales de sus abogados, los sumos sacerdotes, de modo que lo que Génova había unido no lo pudiera separar una Carmena cualquiera. ¿Anular privatizaciones? Los honrados constructores han hecho una grandísima inversión y usted no puede expropiarles como si fuera un Maduro cualquiera. Y si está pensando en tirar de chequera, ya se lo prohibirá Montoro, el otro poli malo (en este caso, no hay más que poli malo y poli peor; el bueno se guarda para los suyos).
Y mientras, los barrios padecen suciedad, la basura se recoge a trompicones y las exigencias de mejor servicio a las concesionarias serán recibidas con un contrito gesto de preocupación y una media sonrisa condescendiente que no se les cae de la boca a los ceos de las empresas del Ibex-35 cuando tratan con este Ayuntamiento.
Porque, en sus escuelas de negocios, estas cosas no se estudian con ecuaciones, sino con el visionado de El Padrino. Nada personal, solo negocios.