“La langosta invadió todo el país de Egipto, y se posó en todo el territorio egipcio, en cantidad tan grande como nunca había habido antes tal plaga de langosta ni la habría después. Cubrieron toda la superficie del país hasta oscurecer la tierra; devoraron toda la hierba del país y todos los frutos de los árboles que el granizo había dejado; no quedó nada verde ni en los árboles ni en las hierbas del campo en toda la tierra de Egipto” (Éxodo, 10, 14-15).

“Somos un país demasiado apegado a la propiedad”, nos decían. “La culpa de la subida del precio de los pisos es solo vuestra”, nos repetían. ¡Lo moderno es el alquiler! Y entonces llegó el hundimiento, ese que iba a ser el Armagedón del capitalismo, ¿recuerdan?, apenas hace 12 años, y todos dijimos: “No volverán a engañarnos, se acabó empantanarnos con hipotecas”. Pero qué bien se mueven las empresas en el fango. Si no querían hipotecas, tendrían alquileres.

Qué bien se mueven las empresas en el fango. Si no querían hipotecas, tendrían alquileres

Boyer, el ministro socialista, comenzó a derribar cualquier defensa legal eliminando la renta antigua en 1985. Para 2008 los fondos buitre (en la neolengua del Ibex-35 se llaman socimis) se relamieron con los despojos del reventón inmobiliario y compraron alquileres por miles para duplicarlos con la ley en la mano. Ahora los desahucios son sobre todo por alquileres y no por hipotecas. El resultado es el mismo, los beneficiados son los de antes, los perjudicados los del pelotón.

Uno de los fondos buitre más lúgubres, sin diques morales, pero con su correspondiente departamento de responsabilidad social corporativa, es Blackstone, que, a través de distintos nombres (Fidere, por ejemplo), martiriza a miles de inquilinos.

Por qué conformarse con lucrarse con las viviendas si también pueden chupar la sangre de las personas donde trabajan

Pero por qué conformarse con lucrarse con las viviendas si también pueden chupar la sangre de las personas donde trabajan. Blackstone compra más socimis, entre las cuales está una que se llama Hispania, y a través de ella promueve en Hortaleza miles de oficinas, esos lugares de vidrio y metal dedicados al culto al dinero.

Cada mañana miles de empleados vienen a una zona del distrito sin equipamientos, con una carretera pensada para comunicar un asentamiento como Las Cárcavas con Hortaleza, rodeada por autopistas como la M-40 o la M-11, sin transporte público decente y a bordo de miles de coches que dejarán tirados por cualquier parte, arrasando con todo como las langostas bíblicas.

Mientras, el faraón, en su palacio, cuenta sus riquezas y piensa cómo seguirá sangrando a sus esclavos cuando el cuento del alquiler se termine.

 

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