Este verano he dejado unos días de mirar al barrio a través de mi ventana y me he asomado a otras ventanas. Es ahí donde quizá esté el horizonte completo. Cambiar el foco es siempre enriquecer las escenas, completar y comprender. Fijar la mirada y las ideas es parecido a clavar una estaca en el desierto, no sirve para nada. Decía la escritora belga Marguerite de Yourcenar que lo que hay que fijar es la atención. No se refiere a que fijemos la atención en nosotros mismos, sino en lo que nos rodea.

Mi ventana mira al este y despierto con el sol de la mañana, pero no sé qué ocurre al atardecer, ni al mediodía. Así que estas semanas he abierto las ventanas de la habitación de mis hijos y he fijado la atención como recomienda Marguerite.

Me he dado cuenta de que los geranios de la vecina parecen la suela de un zapato porque han cogido hongos; que la piscina del polideportivo está cerrada en pleno mes de julio, que ya no está el puesto de helados de la esquina, que la bandera de la casa del final de la cuesta se ha enganchado en el mástil y ya no ondea, que la gata negra del tejado está embarazada de nuevo, que Olivia, la más anciana de la calle, se ha quedado todo el verano mirando la televisión, y que, Sergio, el militar, ha cambiado de novia, la de ahora es un chico extranjero, creo que de Bucarest, y que la familia que llegó al barrio el año pasado por estas fechas, ha tenido que irse porque, según el del banco, la hipoteca les estaba estrangulando. Me he fijado también en los tatuajes desperdigados de María, la hermana de Sergio, y en el nuevo coche eléctrico de su padre.

Una mujer llamaba a la policía porque su marido la estaba amenazando con una cuchilla de afeitar

Ya al atardecer, a eso de las nueve, he oído gritos que venían de la calle. Una mujer llamaba a la policía porque su marido la estaba amenazando con una cuchilla de afeitar. Había bebido y quería hacerle una cruz en la frente. No me he enterado de qué era lo que movía a la bestia a hacer semejante salvajada. A los pocos minutos, ha llegado la policía y se lo han llevado esposado.

Entonces, agotada, de prestar atención a todo, he cerrado las ventanas, he programado el riego, cancelado la suscripción del periódico, apagado el ordenador y después de ver en nuestro cine de verano, La librería, con Ziggy relamiéndose sus cosas en el césped, me he dormido con una única idea, una idea bien fija: irme de vacaciones.

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