A mediados de los años ochenta un grupo de chavales del Poblado de Canillas iba gritando por la calle Mayor de Madrid: “Somos del barrio Canillas / ¡aúpa! / no nos metemos con nadie / ¡aúpa! / quien se meta con nosotros nos cagamos en su padre /¡aúpa, aúpa aúpa!”. Oído en directo tenía algo de ritmo, y además se mezclaba con sonrisas de nerviosismo, de vergüenza y de un orgullo paradójico. Era la primera vez que habíamos cogido el Metro para ir solos al centro desde el barrio. Reivindicábamos algo de lo que era difícil presumir: éramos del Poblado de Canillas.

Treinta años antes el director general del Instituto de la Vivienda, Luis Valero, explicaba qué eran los poblados de absorción, con ese nombre que era una confesión simplemente con enunciarse. Después de quejarse por la falta de materiales, de dinero, de mano de obra, de “capacidad económica de los futuros usuarios” (viviendas para pobres, en definitiva), apelaba a “agudizar el ingenio, derrochar facultades, para resolver «a la española» el enorme afán de la patria para dar hogar digno y alegre a todos los compatriotas que de él carecen.” Se trataba nada menos que de “salvar los cuerpos y las almas de millares de compatriotas”.

A nosotros nos tocó que nos salvara el alma (el cuerpo estaba un poco más desprotegido) la maestría de Federico Faci, un arquitecto recordado por, entre otras, sus viviendas unifamiliares en Aravaca para militares estadounidenses de alto rango que llegaban en los años cincuenta a las bases en España. Un prodigio de modernidad, jardines exteriores, espacios interiores fluidos, amplios ventanales.

VIVIENDA BARATA

Aproximadamente en la misma época Faci diseñó el Poblado de Absorción de Canillas. Cuenta Ricardo Márquez que, “ciñéndose a lo establecido logró un gran abaratamiento en la construcción, sobre todo en las compras de materiales por ser todas las viviendas iguales, pero ello conllevó también la mala calidad de los materiales, un deficiente aislamiento y una escasa cimentación”. Así, diez años después, en 1966, como sigue contando Ricardo Márquez, el Boletín de la Asociación de Cabezas de Familia de Canillas decía, hablando sobre la calidad de la construcción de las viviendas del Poblado: “Sus pavimentos se ondulan cual baja marea oceánica; en épocas de lluvia, el agua se introduce en los interiores de las viviendas (…) tabiques que se agrietan, cielos rasos cuarteados (…) al intentar clavar un simple clavo nos pasamos in fraganti a casa del vecino”. Eran casas bajas de menos de 50 metros cuadrados, bloques con viviendas aún más pequeñas que daban a corredores llenos de geranios, de ropa tendida, de canciones, de riñas. En esas casas la dignidad y la alegría no las ponían ni Faci, ni la patria; la poníamos los habitantes.

Imagen área del Poblado de Absorción de Canillas, extraída del libro 'Canillas' de Ricardo Márquez

Imagen área del Poblado de Absorción de Canillas, extraída del libro ‘Canillas’ de Ricardo Márquez

LA TRIBU DEL POBLADO

Así era el barrio, hecho de materiales heterogéneos, como quienes vivían allí, que venían absorbidos de la emigración a Madrid después de la guerra, de las chabolas o cuevas del Abroñigal, de varias carambolas de la historia. Visto desde fuera, ese barrio generaba desconfianza, por supuesto desde el lado de la ley y el orden, que no entraba a un barrio con pocas calles asfaltadas excepto en episodios de bronca máxima. Pero también daba miedo a otros vecinos de Canillas, que nos veían un poco como una tribu peligrosa, sin civilizar.

Los habitantes del Poblado venían absorbidos de la emigración a Madrid, de las chabolas o cuevas del Abroñigal, de varias carambolas de la historia

Dentro no veías más que gente que trabajaba hasta la extenuación para volver después a una casa que no daba de sí. Era un barrio contradictorio: un día encontrabas un exlegionario borracho que voceaba sus consignas extendiendo el único brazo que le quedaba, y otro día veías una ikurriña en una barandilla de los bloques porque ETA había puesto otra bomba. En un terreno tan duro hubo gente que consiguió construir hogares, cultivar sus flores, celebrar las fiestas riéndose en la cara del destino sin importarles la nada que seremos.

BORRADO DEL MAPA

Hay edificios en el centro de Madrid que tienen 200 años y siguen habitados. En cambio, en el Poblado, 30 años después de construido, su carácter de andrajo era evidente. Un día aparecieron por el barrio unos señores, entonces no sabíamos que eran de la Operación de Remodelación y Realojamiento. Nos contaron las bondades de:

1. Irnos a Hortaleza (para nosotros, entonces, otro planeta)

2. Esperar y ver cómo se rehacía el barrio por fases.

Muchos se fueron a Hortaleza, otros nos quedamos y vimos cómo se desmontaba el escenario de nuestros recuerdos: las madres preocupadas aquel día que llegamos tarde de una excursión absurda hasta Paracuellos en nuestras bicis BH, las nochebuenas de zambomba y petardos, las horas de verano leyendo en las baldosas frescas del pasillo, los cubos de la basura metálicos, el miedo que daba el Callejón de la Muerte.

Foto Poblado Julian Diaz

Pasillo lleno de plantas de uno de los antiguos bloques del Poblado de Absorción de Canillas.

Como niños nunca pensamos que nuestras vidas fueran provisionales. Ahí donde jugamos partidos de fútbol sin más límite que los balonazos que molestaban a los vecinos, en ese lugar donde enterramos un gorrión bajo los aligustres, ya no queda nada. ¿Cómo iban a ser efímeras las esquinas de la Paca y de la Pepita, si el mundo seguramente terminaba allí? El bloque de enfrente, donde, como desde un palco, podías ver a los vecinos subiendo y bajando, a aquel chico con discapacidad mental paseando horas y días, a aquel otro que ponía la música a todo volumen y se asomaba… ¿podía ser aquello temporal?

Todo cayó bajo la piqueta, y nosotros celebramos que lo tirasen. Fueron años de reclamación de viviendas decentes a las administraciones, aún recuerdo esa Constitución del 78 casi borrada de tan subrayada en su artículo 47: “Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho”. Pero siempre hubo otros artículos más importantes en la Constitución.

Poblado Canillas

Una de las últimas casas del Poblado de Absorción de Canillas, ya demolida. SANDRA BLANCO

De los bloques no permanece nada en pie desde hace más de 30 años. Las casas bajas fueron cayendo hasta que en octubre derribaron la última. Del Poblado queda un solar que algunos aprovechan para tirar sus desperdicios, otros como cagadero de perros.

Quizás era lo mejor que podía suceder con ese lugar, pero no fue fácil salir de allí. Entre quienes habitaron el Poblado hubo después de que lo tirasen un par de suicidios, o un muerto al incendiarse su casa mientras dormía el sueño de los borrachos. No se sabe qué raíces podían echarse en ese suelo raquítico, pero seguro que nos marcó.

Aquel día hace 40 años en la calle Mayor debía de ser en vísperas de las vacaciones navideñas o algo similar. En el metro de Sol, para entrar, había un gentío espantoso. La cosa se desbordó y el Raúl, que era uno de los nuestros, se agobió. Tuvimos que deslizarnos por detrás de las máquinas de billetes para poder pasar y coger el metro. Volvimos al Poblado y se tranquilizó.

Hace poco ha muerto el Raúl. Él seguía viviendo en el barrio, donde estuvo el Poblado de Canillas del que ya no quedan más que recuerdos deslavazados y su huella en los que vivimos allí. Va por ti, Raúl.

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