En el desgarro de la emigración una iglesia es mucho más que un lugar de culto. Es donde todo alcanza un cierto sentido en un mundo que muchas veces no comprendes. Esto vale para españoles en Suiza como para rusos o ucranianos en España. Por eso, la catedral ortodoxa de Santa María Magdalena en la Gran Vía de Hortaleza es mucho más que unas vistosas cúpulas doradas que nos llevan a Bizancio. Por mucho que en su construcción se implicara Su Alteza Imperial la Gran Duquesa María Vladimirovna Romanova, que vive en Madrid, es el lugar al que llega cada fin de semana Elena, rusa, que viene desde Leganés para encontrarse con su amiga Natalia, ucraniana. Las dos llevan casi dos décadas en España.

Elena no sabía que había ucranianos enfrentados con Rusia hasta que se enteró en España. Como muchos gallegos supieron que lo eran en Buenos Aires, muchos rusos o ucranianos se descubren a miles de kilómetros de su país. Eso fue en 2014, cuando comenzó la guerra civil armada en el este de Ucrania y ya hubo ciertos problemas entre los fieles de esta parroquia. Algunos ucranianos salieron de esta iglesia, que pertenece al Patriarcado de Moscú. Otros, rusófonos, llegaron desde el este de Ucrania como refugiados y hoy llevan ocho años viviendo en España.

La postura de esta Iglesia es confusa. Mientras el patriarca de Moscú Kiril parece contemporizar con el gobierno de Vladimir Putin cientos de sacerdotes ortodoxos obedientes jerárquicamente al patriarca piden el fin de la guerra en una carta. Su dolor se reparte entre rusos y ucranianos, porque esta Iglesia tiene fieles en uno y otro lado.

Nos lo cuenta uno de los firmantes de esa carta, el padre Andréi Kórdochkin, responsable de la iglesia ortodoxa en Hortaleza y en España. Andréi nació en San Petersburgo cuando aún era Leningrado. Andréi impresiona por su estatura y su barba. Nadie dudaría de que es un cura ortodoxo. Es el responsable de una iglesia en cuyo interior se exponen iconos con Nicolás II y su familia, los últimos zares de Rusia, fusilados por los bolcheviques y santificados por la iglesia ortodoxa. En la parroquia de Santa María Magdalena puedes encontrar alabanzas a unidades de rusos blancos que, en la Guerra Civil española, apoyaron a los sublevados del bando franquista. Y sin embargo, hablando con Andréi se escuchan los ecos, irónicos a veces, de sus estudios en Inglaterra, en la Universidad de Durham.

Iglesia

La catedral ortodoxa de Santa María Magdalena, desde la Gran Vía de Hortaleza. SANDRA BLANCO

San Andrés, el hermano mayor de San Pedro, es considerado el primer patriarca de la iglesia ortodoxa. Por eso Andréi comparte nombre con otro sacerdote de la parroquia que nació en Kiev y cuyo abuelo es uno de los niños de la Guerra Civil española. Aquí todo está mezclado y no es fácil separar los ingredientes nacionales que unos y otros dicen defender.

Andréi confirma que una gran mayoría de parroquianos son, al menos por su pasaporte, ucranianos, y ninguno puede ser ajeno a lo que está sucediendo a miles de kilómetros, a los cañonazos, lanzamientos de misiles, desplazamientos de millones de civiles. Andréi cree que rusos y ucranianos son hermanos, y por tanto este conflicto es fratricida. Frente a otros momentos en que la iglesia ortodoxa rusa apoyó luchas que consideraba justificadas, ahora, afirma rotundo, “no se puede bendecir a nadie” en esta salvajada.

Desde Kiev, asegura, le llegan mensajes de antiguos fieles que se ven, enfermos o no, con mujeres embarazadas, con un fusil en la mano. Y algunos no quieren morir ni matar en esta guerra. Las heridas que todo esto deje entre rusos y ucranianos no las conocemos aún. Andréi nos recuerda que todo este dolor puede marcar el futuro, incluso, de quienes aún no han nacido.

Resuenan las campanas de la catedral de Santa María Magdalena llamando a la oración mientras llovizna en Hortaleza y esa vibración se mete en el estómago y hoy recuerda a las alarmas antiaéreas que atronan en Ucrania.

Natalia comparte también el nombre con la mujer ucraniana que vimos antes, pero está al otro lado del espejo de esta pesadilla. Ella es rusa. También lleva dos décadas en España. Cree que Putin tiene sus razones para hacer lo que está haciendo. Echa de menos su país y la época socialista. “Entonces”, dice, “no había Dios, pero se cumplían todos los Mandamientos”. Natalia apresura su paso bajo la llovizna subiendo las escaleras para entrar a una iglesia donde Dios parece haber dejado de mirar a quienes le rezan.

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Velas en el interior de la iglesia ortodoxa de Hortaleza. SANDRA BLANCO

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