Érase una vez, en el lejano país de Canillas, un joven que tuvo un sueño: llevaría el hielo a un descampado. Donde sólo había espigas crecerían los iglús. En el lugar de los escombros, los soberbios alcázares de la miseria que cantara Martín Santos, habría todo un palacio. De hielo nada menos.
Unos pensaron: está loco. Otros cuchichearon: le puede la soberbia. Todos coincidían: ¿qué magia podría traer el hielo a Canillas, un lugar en el que sólo pueden crecer edificios como colmenas, carreteras, malas hierbas? Y él los miraba sonriendo, porque poseía una hechicería capaz de hacer crecer el hielo a Canillas. “Algunos lo llaman capitalismo”, les dijo. “Si vosotros me dejáis hacer, os prometo hielo, y no habrá sol que pueda derretirlo”.
“¿Qué podemos perder?”, se dijeron todos. “Permitamos a este insensato intentarlo, y nos reiremos de él cuando se le funda su sueño de hielo en las manos”. El joven, todo un emprendedor, se puso manos a la obra. Y todos contemplaron con asombro y algo de temor cómo crecían torres en el solar.
Llegaron cientos de ayudantes para levantarlo. “¿Quiénes son?”, preguntaron algunos. “Son mis sacerdotes”, contestó el emprendedor. “Comerciantes, adoradores del Becerro de Oro, y gracias a ellos veréis el hielo en Canillas”. Los más cercanos al palacio no dejaron de observar que su sombra era tan siniestra y sus humos tan ominosos que ya no les dejaban ver la luz del sol.
Se quejaron a los regidores, que fueron a pedir cuentas al visionario. Este, con frialdad, les respondió: “¿No queríais el hielo? Todo cuesta, necios. ¿O pensabais que mi dios, ese que algunos llaman capitalismo, no iba a pedir su parte?”, y los echó con cajas destempladas del impávido palacio donde nunca se veía el sol.
Y así se sucedieron los frígidos milagros del palacio, lleno de imágenes glaciales, luces gélidas, comidas crudas. Cuando los vecinos y los gobernantes le preguntaron: “¿Dónde está el hielo que nos prometiste?” él les mostraba, allá al fondo, una fina lámina. “¿Acaso no he cumplido mi parte? Pues ahora dadme lo que me corresponde”.
El joven emprendedor no era Aladino, ni siquiera era joven. Lo conocen por varios nombres. Lucifer, Satanás, Belial, Belcebú, Leviatán, Samael, Behemot. A veces él mismo responde: somos Legión.
Dice Dante que en el infierno, en su noveno círculo, el diablo está cubierto de hielo hasta la cintura. Es el lugar reservado para los condenados por traición, desde Caín hasta Judas. Para Satanás, el infierno es siempre un día frío. En su lejano palacio.