La frase elegida para este editorial, aparentemente, duele menos que la rotunda “gente sin casa, casas sin gente”, una situación que vuelve a repuntar según las cifras, esa manera de presentar la realidad sin que nos manche.
Lo dijimos hace dos números cuando quedaba un brillo de esperanza mientras Ayuntamiento y Comunidad de Madrid conversaban; pero Van Grieken dijo no y las calles sintieron que, al igual que con la LOMCE, la ciudadanía retrocedía a tiempos preconstitucionales, esos años en los que los espacios y las gentes estaban acotados por el dedo de la dictadura y el blanco y negro catódico recitaban una salmodia imperial que dejaba a muchos en la cuneta. ¿Cómo es posible que siga ocurriendo?
En todo este tiempo, no hemos salido del “espacios sin gentes y gentes sin espacios”, una frase que no suele venir acompañada de rostros. Dicen que no es ético utilizar la imagen de quienes sufren un desahucio porque ello va contra su dignidad. Pero ocultar en los medios la cara de una anciana, de un niño, de una madre derrumbada o de un hombre desencajado en un desahucio (la lista es muy larga) tiene otros motivos.
Entre ellos, hay uno puramente biológico que se llama células espejo, ese crisol de la empatía. Ocultar tantas realidades impide que nos solidaricemos, algo que entendieron en la campaña Invisibles de Hortaleza. ¿Qué pasó con aquellos rostros? ¿Por qué los arrancaron de nuestras calles?
A los desahucios, técnicamente, los jueces los llaman lanzamientos. Nos admira la precisión léxica y la amplitud poética de la judicatura. Unos lanzan piedras, otros cohetes y nuestras leyes lanzan personas, físicas o jurídicas. Todos los lanzamientos tienen o debieran tener un destino, una diana o un lugar al que llegar. En el caso de las personas, está claro: es la calle y la marginación. ¿Para cuándo dictarán los jueces sentencias de recibimientos en viviendas vacías construidas con dinero público?
Pero ¿qué ocurre con las entidades? Estas también son lanzadas y pocas veces recibidas. Nuestra Hortaleza lo sabe bien. Saben que hay espacios sin gente, como el colegio Pedro Alvarado, y gentes sin espacios, como Jóvenes del Parque, Radio Enlace, Banco Obrero Solidario de Alimentos, Proel 334, Asociación Cultura y Música Bocarrana, Hortaleza Rebelde, 15M Hortaleza…, incluso la Asociación Hortaleza Periódico Vecinal.
Sin embargo, la Consejería de Educación, la propriétaire, dice que lo prefiere vacío hasta que se deteriore lo suficiente como para que haya que invertir una millonada, como es el caso del antiguo colegio Rubén Darío, o derribarlo, como también ha ocurrido con el colegio Josefa Segovia. ¡Tanto espacio público destinado a la especulación!
Pero hay muchos tipos de espacios y algunos nos chupan la sangre. Ocurre así para las arcas municipales con esa zona deportiva a la que llaman Palacio de Hielo, jugarretas a cosa hecha con las que el vecindario no pudo y ahora hemos de pagar.
En contraposición, también hay rincones que molestan. Son espacios de titularidad pública, pero donde el trabajo por el barrio, la cultura, la salud y la convivencia se comparte en 173 metros cuadrados. Ocurre así en Manoteras, una zona engañada y olvidada por las administraciones, donde la Agencia Social de la Vivienda ha urdido una deuda de espaldas al diálogo y a la realidad económica y social. Ahora les pide pagar lo que sabe que no pueden, aunque le consta que La Soci es el único espacio realmente público con el que cuenta el barrio de Manoteras.
Desde sus despachos, no pueden comprender que, sin dinero de por medio, haya quienes dediquen horas de su vida a cuidar de sus calles, a impedir que se sequen los jardines, a ver que los olmos se talen adecuadamente, a que haya cultura, a que los niños estén atendidos, a que los parados tengan apoyo, a que la ayuda mutua sea una realidad, a que florezca el huerto… Pero también la asociación vecinal se ocupó de que llegara el metro, de que se construyeran el centro de salud y los centros educativos. Así, el barrio no fue ciudad dormitorio.
A todas estas gentes las quieren dejar sin espacio. No son fondos buitre. Son una maquinaria perversa contra el asociacionismo. Va siendo hora de que modifiquen sus leyes para dejar respirar y dar espacio a la ciudadanía, que, a la postre, es la que paga sus nóminas e, incluso, sus sobres.
Va siendo hora de que el espacio público abierto sea un requisito imprescindible en cada barrio, que sea un imperativo para las administraciones al que accedan los jóvenes y las iniciativas sociales y culturales, que no dependa del juego caprichoso e injusto de subvenciones que solo generan clientelismo y burocracia. Tengamos espacios con gente y gente con espacios.