En los 27 kilómetros cuadrados que abarca nuestro distrito convivimos actualmente 177.738 almas. El dato sorprende: tenemos una densidad de población similar a la de Hong Kong, si atendemos a la estadística. Aunque son otra clase de números los que provocan a muchos vecinos y vecinas la sensación de que en su barrio les falta espacio.

En un distrito de emigrantes (lo insólito es ser nativo y tener ‘ocho apellidos hortalinos’) sucede desde hace tiempo algo paradójico. Los hijos de aquellos que llegaron al barrio procedentes del campo, cayendo aquí porque la periferia era lo único al alcance de sus bolsillos, deben buscar techo lejos de las calles en las que crecieron, porque ya no les cuadra el precio que hoy tiene lo que antes era vivienda barata. Gentrificación, lo llaman. Una palabra hasta hace poco extraña que se empieza a escuchar, con mayor frecuencia, en boca del vecindario.

En el desorden que transformó los pueblos de Hortaleza y Canillas en un populoso distrito de la capital hubo proyectos que intentaron armonizar aquel caos urbanístico, como la colonia Esperanza, aunque su laberíntico trazado, donde emergen atalayas de 16 plantas, inviten a pensar lo contrario.

Entre esas calles que huyen de la lógica rectilínea se esconden varios colegios construidos durante el despunte de natalidad del baby boom, pero hace años que en sus patios no corretean niños y niñas. Coles como el Pedro Alvarado, de la calle Andorra, son hoy pasto de la melancolía. Cerca de allí, en el Rubén Darío, las aulas fueron saqueadas en cuanto fueron vaciadas de escolares. El abandono de este colegio acabó dando tanto miedo que el programa de Iker Jiménez lo visitó para captar psicofonías.

Lo que no se usa, o no se cuida, languidece y se estropea. El proyecto de Espacio Vecinal que diferentes colectivos reclaman en el Pedro Alvarado revitalizaría un barrio envejecido, y aliviaría la endémica falta de locales para el amplio y activo tejido asociativo de Hortaleza.

Sería además la justa recompensa a la impagable labor de veteranos colectivos como Jóvenes del Parque, que lleva tres décadas integrando la discapacidad y fue expulsada sin explicación de la parroquia donde nació. O Radio Enlace, la emisora de Hortaleza, una de las joyas del patrimonio inmaterial del barrio, enclaustrada desde su fundación en 1989 en un pequeño sótano prestado por la asociación vecinal La Unión. Más estrecho todavía es el local donde los scouts de Proel 334 resisten como la única asociación juvenil de la colonia Esperanza. Que la administración no facilite a este tipo de entidades un espacio en el que puedan desarrollar una actividad que enriquece al barrio no supone solo una anomalía. Es también una irresponsabilidad.

Falta espacio para las asociaciones, y falta espacio para la gente. Para vivir con dignidad. Otra paradoja sobre la que reflexionar: en un distrito donde la construcción de vivienda no ha cesado en los últimos 50 años, que ha visto como se levantaban dos inmensos desarrollos urbanísticos en poco más de un decenio, se producen situaciones tan lamentables como la que sufrió Rosa, vecina del barrio de Canillas, discapacitada y víctima de un desahucio inverosímil.

Rosa perdió su hogar sin deber un euro a nadie por una deuda de su exmarido de la que nunca tuvo constancia. Cuando los servicios sociales del Ayuntamiento buscaron una alternativa habitacional para evitar que se quedara en la calle, no hubo manera de encontrar un solo piso de propiedad municipal disponible en todo el distrito. Y no sería por falta de espacio. En 27 kilómetros cuadrados todavía debería quedar hueco para la vivienda social. Sin cuidar de los más débiles, no hay convivencia saludable.

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