Tengo las ventanas cerradas, ni siquiera me he atrevido a abrirlas para escribir la columna del periódico. Viene un frío persuasivo de la Sierra Norte que ha dejado mis cortinas amordazadas. El cielo del barrio, tras mi cristal, es de un azul intenso, engañoso, casi se puede tocar y moldear.

No hay todavía golondrinas a la vista, y las enclenques ramas del cerezo que tengo frente a mi ventana hacen que todo lo de ahí fuera, me resulte frágil. Todo, menos el tiempo que transcurre. ¡Ese devenir es inmutable!, lo percibimos desde la subjetividad de nuestras emociones.

Es curioso cómo somos capaces de engañar a nuestro cerebro y acelerar el tiempo o pausarlo. Cuando ya nada esperamos el tiempo se acelera, pero cuando esa espera tiene un fin, tiene un deseo que damos forma, entonces el tiempo nos parece que va mucho más lento.

Imaginen que están leyendo una novela en la que el tiempo narrativo se acelera, es decir, los años saltan de párrafo en párrafo, la trama trepidante se desliza arrolladora, un suceso tras otro, ese tiempo narrativo se deforma, se contrae… Leemos con ganas de llegar al final, igual nos saltamos un capítulo o dos, una descripción, un diálogo que creemos irrelevante o una pausa descriptiva y, en pocas horas, hemos cerrado el libro y lo hemos dado por terminado. En realidad, no nos hemos enterado de nada.

En este nuevo mundo, se nos exige vivir una trama diaria trepidante que algunos somos incapaces de digerir y saborear

Esa misma sensación es la que yo tengo día a día cuando miro a mi alrededor y todo parece sucederse a una velocidad inabarcable; es la sensación de que el progreso va en todas las direcciones. Las noticias se acumulan unas encima de la otras, decenas de mensajes en el móvil construidos con palabras quebradas e incompletas nos cuentan y nos dicen sin en realidad finalizar nada; una conversación a medias, una revista que ojeamos, vídeos, fotos que, como una película a alta velocidad, pasan frente a nuestros ojos y… comenzamos otra cosa, y otra…

Al esperar satisfacción o tan solo placer de todo lo que acontece al mismo tiempo, nada se completa, nada parece concluir. Es un caos informe, un eterno presente ¿Dónde está el final de cada una de nuestras acciones? A veces no lo sabemos porque el presente es abrumador, no es uno son muchos.

Ahora me detengo y pauso el tiempo para pensar y, a medida que escribo, anochece y el azul adquiere un tono violáceo, casi gris en el que las ramas de mi cerezo se convierten en garras feroces. ¿Cuánto tiempo llevo escribiendo? No lo sé, no he sido consciente, la acción de escribir me impide saberlo. Si no es por el movimiento de la Tierra alrededor del Sol, un tiempo inmutable, coordenadas que nos mantienen a salvo, enloqueceríamos; porque, en este nuevo mundo, se nos exige vivir una trama diaria trepidante que algunos somos incapaces de digerir y saborear.

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