Hubo un tiempo en el que la palabra Hortaleza era sinónimo de buen comer y buen beber, gracias en parte a la familia Colino y su establecimiento, mitad bodega, mitad restaurante. Los Colino ya explotaban la antigua tahona de la calle del Mesón y se decidieron a ampliar el negocio adquiriendo a los Padres Paúles una viejísima casa de labor. El caserón tenía una fachada a la calle de la Taberna, con dos puertas y balcones en la segunda planta, y otra a la plaza,con un portalón de entrada a un patio descubierto en el que había unos originales pesebres.

En el interior destacaba el espacio de la bodega, en donde se alineaban 10 grandes tinajas, y una impresionante cueva que, según se decía, tenía más de 400 años.

Pronto, los caldos que se elaboraban allí adquirieron notoriedad, especialmente un vino denso color cereza, un pelín dulce, que se fabricaba pisando las uvas garnachas de las viñas del término, popularizándose en la capital acudir para degustar unas jarritas de garnacho, de moscatel o de riquísimo vino corriente y proveerse de alguna botella para la semana.

Pero el negocio de la restauración comenzó cuando, para pasar el vinillo, se empezó a preparar algún condumio de tapa; y en la inmediata posguerra, atraídos por unos sabrosos chorizos asados, se fue afianzando una numerosa clientela de alemanes que ya nunca dejaría de visitar la bodega.

Con el tiempo se definió el plato estrella: las chuletitas, acompañadas por una jarra de vino y un excelente pan cocido en la tahona familiar. Se llegaron a asar unos doscientos corderos cada fin de semana, convirtiéndose así El Garnacho en el restaurante número uno en su género.

Meson El Garnacho

Entrada al mesón Garnacho, sobre el año 1970. ANDRÉS VILLAR NOGALES

ESTRELLAS DEL CINES Y DICTADORES

Por la vieja bodega empezó a desfilar todo Madrid, y no había personaje importante que pisara la capital que no fuera al mesón. Especial querencia tenían los mandatarios de las repúblicas americanas: entre otras visitas de presidentes, fue muy comentada la del dictador paraguayo Stroessner, y era fácil ver en alguna mesa al general Perón acompañado de su hermano.

El mundo del cine siempre estaba bien representado, pues se había instituido un nexo entre El Garnacho y la sala de fiestas Villa Rosa, por el cual los clientes cenaban en el mesón y se tomaban las copas y bailaban en el palacete, o viceversa.

De las estrellas extranjeras pasaron todas; además, el productor Samuel Bronston organizaba allí sus cenas con los actores y el equipo de rodaje. Buenos ratos pasó Ava Gardner cenando al fresco en el patio, que en verano se llenaba de arena de río y se cubría con un enramado traído del arroyo Valdebebas; y de los cómicos españoles también todos pisaban el comedor, menos Fernando Fernán Gómez, que prefería recoger los víveres en la cocina y marcharse con su novia a Los Cenagales, a leer novelas debajo de los pinos. Los toreros iban todos, pero especial amigo de la casa era Antoñete, que dio sus primeros capotazos en los encierros de Hortaleza. Y del fútbol, el Real Madrid al completo, con Di Stéfano, Navarro, Olsen y los demás.

Pero no solamente trajo fama y animación al pueblo, también trajo prosperidad, porque de su existencia se beneficiaban los 20 empleados, los suministradores, y prácticamente en cada casa había alguna persona que, de una u otra forma, sacaba provecho del mesón. Y por si eso no bastara, al llegar la Navidad las familias del lugar iban a recoger un litro de garnacho que los Colino regalaban generosamente, ayudando así a que en todos los hogares se pasaran las fiestas con alegría, saboreando ese vino al que Salvador Rueda dedicó un poema cuyos primeros versos dicen así:

“Este es el grato vino de Hortaleza

embeleso del alma y los sentidos,

que acelera del pecho los latidos

y enciende en alegrías la cabeza”.


Juan Carlos Aragoneses es el autor del blog Historias de Hortaleza

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