Rafael Alberti, autor de la generación del 27, escribió un libro de poemas titulado Sobre los ángeles, en el que expresaba su estado anímico, sumido en un profunda crisis sentimental. José María Amado, el que fuera director de la revista Litoral, recordó en varias ocasiones que fue en Hortaleza donde tuvo lugar el noviazgo imposible del que luego nacieron aquellos versos.
Alberti había recibido el Premio Nacional de Literatura en 1925 y decidió hacer una visita de agradecimiento a cada uno de los miembros del jurado, entre los que estaba Carlos Arniches, con cuya familia trabó amistad. Amado era sobrino nieto de Arniches y coincidió con el poeta en la Huerta de Mena, la propiedad hortaleceña de la familia.
En sus recuerdos nos describe los juegos de frontón y fútbol que se organizaban allí; los paseos a caballo acompañados de un viejo mastín para trillar en las cercanas eras del barrio de La Rusia; una curiosa celebración con el equipo del Atlético de Madrid del 1929 por su final de Copa; las visitas de actores y músicos, y las reuniones, que califica de signo intelectual y poético, a las que acudían tres de los hijos de Arniches: Carlos, arquitecto de la Residencia de Estudiantes; Rosario, con su futuro marido, el escritor José Bergamín, y Pilar, con su novio, Eduardo Ugarte, fundador junto a Federico García Lorca del grupo de teatro La Barraca.
También estaban, entre otros, el director de cine José López Rubio; el compositor Gustavo Pittaluga; el ingeniero Eduardo Rodrigañez, al que Alberti dedicó el poema El ángel de los números, y Victoria Amado, de la que se había enamorado el poeta, al que todos ellos hacían corro, sentados en el suelo, mientras mostraba sus dibujos y recitaba poemas.
Solía ser al atardecer y a la orilla de un estanque con patos que había en el jardín y que aparece en su poema El cuerpo deshabitado.
Tú. Yo. (Luna). Al estanque.
Brazos verdes y sombras
Te apretaban el talle.
Recuerdo. No recuerdo.
¡Ah, sí! Pasaba un traje
Deshabitado, hueco,
Cal muerta, entre los árboles.
Yo seguía… Dos voces
Me dijeron que a nadie.
Tras la guerra, la finca cambió de dueño y las reuniones cambiaron de signo. El nuevo propietario, el doctor Manzaneque, agasajaba a la élite del régimen de Franco.
Yo conocí de niño aquel estanque: tenía el aire misterioso y bucólico del abandono. Por aquel entonces ocupaba la casa una pequeña congregación de monjas. Atrás habían quedado las elegantes fiestas de la posguerra y no había rastro de los aristocráticos cisnes que reemplazaron a los patos.
Ya en democracia, el estanque y la alameda circundante fueron arrasados para la construcción de la M-40, quedando la Huerta de Mena seriamente amputada. Curiosamente se bautizó una avenida del barrio de Las Cárcavas, a pocos metros de la huerta, con el nombre de la que fuera compañera de Alberti en los años veinte: la pintora Maruja Mallo. ¡Contradicciones del sistema!