“Tengo una imaginación portentosa, no necesito amigos”. Se lo escuché decir a un tipo que hablaba por teléfono en mi taxi. No sé con quién hablaría; supuse que sería un familiar, o un proyecto de amigo ahora truncado. El caso es que, al oírlo, me dio por pensar en la amistad como concepto, y más concretamente en la respuesta que yo le habría dado de estar al otro lado del teléfono.

Tal vez le habría dicho que la amistad es un pilar básico para la convivencia. Le habría hablado de la necesidad de empatizar con terceros, o de lo importante que es tener opiniones distintas a la propia y en confianza capaces de advertirnos cuándo erramos, o de animarnos en nuestras horas bajas. Aunque ciertamente su argumento ponía difícil la réplica. Yo también tengo una imaginación portentosa, y también hablo mucho conmigo mismo. Y discuto acaloradamente. Y me enfado, y me dejo de hablar, a veces, durante días. Y después, me reconcilio.

De pequeño tuve un mejor amigo imaginario que duró bastantes años: se llamaba Bruno

De hecho, de pequeño tuve un mejor amigo imaginario que duró bastantes años. Se llamaba Bruno. Hablaba con él en voz alta, igual que ahora, solo que antes no tenía la excusa de estar conectado al dispositivo manos libres del taxi. Y digo igual que ahora no porque aún conserve a Bruno en mi cabeza, sino porque continúo charlando conmigo mismo, pero ahora sin ponerle cara a mi otro yo. Es la gran diferencia entre la infancia y la edad adulta: crecer es borrarle el nombre a tu amigo imaginario, aunque, en cierto modo, continúe empadronado en tu cabeza.

En estas me acordé de aquel banco de mi infancia en el parque de Santa María, en cuyo respaldo yo mismo grabé un Bruno con un punzón. Era, digamos, nuestro banco especial. Pasé, pasamos, horas, días, años en ese banco. Me pregunté si seguiría intacto después de más de veinte años.

Me acordé de aquel banco de mi infancia en el parque
de Santa María, en cuyo respaldo yo mismo grabé un Bruno con un punzón

La incertidumbre pudo más que yo, de modo que, nada más bajarse el tipo de la imaginación portentosa de mi taxi, fui directo al parque. Y ahí estaba: el mismo banco y la misma inscripción, pero ligeramente modificada. Alguien había rodeado mi Bruno con un corazón y añadido a una tal Beatriz justo debajo. Y aquello me dejó bloqueado. ¿Acaso mi amigo imaginario se había echado novia a mis espaldas? ¿Cuándo fue? ¿Por qué decidió ocultármelo? Desde entonces, y han pasado dos semanas de esto, no me hablo.

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