Como cualquier frontera que se precie, la calle Nápoles, en Canillas, que separa la zona “cuesta arriba” del antiguo barrio de Portugalete y el exclusivo Conde de Orgaz, tiene de todo: la parada de metro Esperanza, un instituto, un centro de mayores –Nuestra Sra. de la Merced– y un mercado. Lo único que había perdido eran los bares, carencia llamativa en la ciudad de las cañas.
La bodega Caña y Jamón, en el Mercado Tradicional de Nápoles, llegó en octubre para paliar esta necesidad del vecindario, pues, para tomarse el aperitivo o un café, no quedaba más remedio que enfilar la cuesta arriba de la calle Andorra para salir a Carretera de Canillas, arteria comercial del barrio. Antes había tres bares en la calle (el Nápoles, Sheila y el Bali), pero el impacto de la pandemia y la falta de relevo acabaron con décadas de historia.
Ángel Luis González, propietario de la charcutería La Veta en el mercado, se decidió a ampliar el negocio consciente de la demanda, ya que venían clientes a comprar para comerse un bocata en cualquier sitio porque no había dónde. Caña y Jamón ya tiene parroquianos fieles y los fines de semana se anima para degustar los buenos vinos y mejores ibéricos que provee La Veta. “Antes aquí había tortas para coger mesa en los bares de la calle, tenía mucha vidilla”, reconoce el charcutero, empeñado en recuperar la oferta comercial y la vida de barrio.
“La gente busca la complicidad cuando te conoces, los buenos precios, la calidad” Ángel González
Porque es el Mercado Tradicional de Nápoles el que pelea por resurgir. Aunque la mitad de sus 42 puestos siguen cerrados, vuelve a contar con todo lo necesario en la despensa: “Ahora puedes llenar el carro de la compra”, afirma Ángel. La apertura de una pescadería completa la oferta, con la carnicería, pollería, frutería, encurtidos, farmacia, peluquería… Como cuenta Cristina, propietaria de la tienda de regalos Perla y Chocolate, “estamos pensando en abrir una lavandería, poner un cajero, que ahora que han desaparecido hasta los bancos, te tienes que ir lejísimos a sacar dinero”.
En un distrito en el que no hay mercados municipales, tras la reconversión de Carril del Conde en centro cultural, pero proliferan las cadenas de supermercados, el de Nápoles empieza a ser rara avis. Es una comunidad de propietarios que han ido abandonando sus negocios por falta de “relevo generacional”: locales como el de Mari, por ejemplo, que tenía una droguería, cerraron hace una década y ahora se usan como trastero particular. Por fortuna, parece que la zona empieza a despertar interés y se barrunta la apertura, al menos, de una tienda de cafés. “La gente busca la complicidad cuando te conoces, los buenos precios, la calidad”, defiende Ángel frente a las grandes superficies.
Todo lo que haga falta para revivir un comercio tradicional que no solo es fuente de riqueza, aporta seguridad, relaciones humanas: “La gente tendría que valorar más el comercio de barrio, tienes un trato más cercano, productos de calidad, sirven para dar vida a las calles”, recuerda Cristina. En su tienda de regalos, se encuentran muchos objetos de artesanía que tienen su intrahistoria: “Estos pendientes los hace Inés, una vecina de 70 años que es un portento de mujer”. Los amigurumis –figuritas tejidas a croché– los hace otra artesana. De paso, venden ropa “que te puedes llevar a casa a probarla sin compromiso, además, intento que no vayamos todas igual, cuando traigo un jersey a la tienda, es único”.