Vicente Blasco Ibáñez, recordado sobre todo por su obra literaria, también tuvo una intensa vida política como líder del Partido Republicano en Valencia y diputado a Cortes. En aquella época, el que fuera su amigo en el partido y también diputado Rodrigo Soriano emprendió una furibunda campaña en su contra, publicando algunos artículos ofensivos de los que don Vicente se defendía haciendo lo propio.

Aunque aparentemente parecían desavenencias políticas, se rumoreaba que la enemistad había surgido por un lio de faldas. El republicanismo valenciano se dividió en dos facciones irreconciliables: los blasquistas y los sorianistas, que montaban terribles trifulcas y llegaban a las manos en cuanto tenían ocasión.

Los agravios llegaron al punto que decidieron resolver el asunto como lo hacían los caballeros: a tiro limpio, en el campo del honor. El día elegido fue el 13 de julio de 1903 y el lugar, Hortaleza.

Las autoridades tomaron cartas en el asunto, poniendo bajo vigilancia a los dos contendientes. Estos emprendieron sendas maniobras de despiste para evitar a la policía. El señor Soriano salió de su casa, en coche de caballos, seguido de cerca por varios agentes. En la plaza de Oriente subió a un tranvía, comprando un billete hasta final de trayecto, pero unos metros más adelante, en un rápido movimiento, se apeó y tomo un carruaje que le estaba esperando, partiendo a toda velocidad y dejando plantados a los polis con un palmo de narices.

El viaje de Blasco Ibáñez a Hortaleza tuvo de todo: salidas del camino, vuelcos y un accidente con una manada de vacas

Don Vicente, que se había marchado a Toledo unos días antes con la excusa de ambientarse para una novela, dio esquinazo a los guardias, montándose en el vehículo de un amigo periodista con el que salió raudo en dirección a Madrid.

Tras un rocambolesco viaje que duró siete horas en el que tuvieron de todo (salidas del camino, vuelcos y un accidente con una manada de vacas) por fin se quedaron sin gasolina a dos kilómetros del pueblo, teniendo que terminar el recorrido a pie bajo un intenso aguacero.

De madrugada, después de cambiarse de ropa y de calzado, se dispusieron para el lance cerca de las tapias de la finca de El Quinto. Tras cuatro disparos que no hicieron blanco, el juez de campo dio por terminado el combate. Los doctores cerraron sus maletines y los padrinos guardaron precipitadamente las pistolas en sus estuches ante la llegada inminente de una pareja de la Guardia Civil que venía del cuartelillo de Hortaleza. Se dieron todos las manos y se despidieron como amigos dando por finalizado aquel contencioso que tuvo en vilo a todo el país.

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