Francisco Caño era comunista. Cuando falleció, le pusieron su nombre al parque de Villa Rosa. Era más que merecido porque ese parque fue un proyecto personal del propio Caño, que nunca se hubiera producido sin sus gestiones y su esfuerzo.
En redes sociales, un vecino del barrio protestó porque le habían puesto al parque del barrio el nombre de “un comunista”. Yo le expliqué que Caño era mucho más. “La vivienda protegida en la que vives no la tendrías sin él”, le dije. “¿Qué tiene de malo que fuera comunista?”.
Durante años he tenido la misma conversación: Alguien, por lo general alguien católico, criticaba que alguien fuera “comunista” mencionando a Stalin. Yo le explicaba que eso era como criticar a alguien que había comido en la parroquia del padre Ángel su cristianismo por la Inquisición o el nacionalcatolicismo franquista.
Siempre les digo que los “comunistas” que yo he conocido trabajaron gratis et amore por lograr un barrio mejor y se murieron con el mismo coche y la misma chaqueta. ¿Por qué entonces debería odiarlos?
Pero se les criticó. Y se les sigue criticando.
Recuerdo enfadar a un grupo de personas que criticaban la bandera comunista sobre el féretro de Anguita. “Una bandera con millones de muertes”, me espetaron. “Como la cruz que está en casi todos los féretros y no la criticáis”, respondí.
Hoy seguimos igual. El relato y los bulos defienden mentiras que se convierten en verdad, como Goebbels anticipó. “Los rojos os quitarán los pisos”, pero fue Botella la que lo hizo. “El terrorismo financia a Podemos”, pero lo cierto y verdad es que financiaron a Vox. “Todos roban”. Y no. “Todos son iguales”. Y tampoco.
Termino con una anécdota sobre estos bulos. Hace años la asociación de vecinos hizo varias cooperativas de vivienda protegida y otra de garajes enfrente de las piscinas. A mí me criticaban que estuviera apuntado a la cooperativa de pisos de Montecarmelo. “¿No te importa que el piso que te van a dar esté manchado de sangre?”, llegaron a decirme. “¿Dar? Tengo que pagarlo. ¿Sangre? ¿Acaso la Asociación ha matado para fundar esa cooperativa?”, contesté. “Tú estás muy engañado con la Asociación”, me dijo mi amigo Chema justo después. “Mira, no te lo iba a contar, pero te lo cuento: He visto pruebas fehacientes de que el presidente de la cooperativa de garajes se ha llevado tres millones de pesetas de la cooperativa. ¿Qué te parece?”. Ese presidente era mi padre Alberto Collantes. Alguien incapaz de robar un boli en el trabajo. “Si es tu padre, entonces no”, me dijo Chema blanco y avergonzado.
Si no hubiera sido mi padre, ese bulo hubiera calado como calan hoy otras mentiras. Mentiras que se inventan a diario por cientos para demostrar que un comunista (por cierto, mi padre no era comunista) es alguien peligroso. Pero yo no he vivido eso. Caño peleó y logró junto a mucha otra gente un barrio mejor. Y era comunista. Y, mientras yo viva, nunca dejaré que nadie, en mi presencia, insulte o ataque a los comunistas.
Porque fueron ellos los que hicieron barrio.
Esos rojos.