El centro cultural de Sanchinarro es nuestro punto de encuentro. También vale como primer punto o vértice geodésico para acercarnos a la geografía vital de Carlos Sanz, un castellano bien formado de savia machadiana en cuyo camino ha abierto muchas veredas.
Viene preparado. Bajo el brazo trae los boletines de la asociación vecinal. Creo que piensa que solo nos interesa Hortaleza, pero nos interesa el hortalino que ha creado barrio y eso tiene un antes. Sin lo que simbolizan esas hojas impresas o digitales, este nuevo desarrollo urbanístico solo serían enormes moles ensimismadas, fáciles cárceles de soledad.
La asociación vecinal abrió muchos muros con las picas de la información y con una labor constante de actividades y reclamaciones. Ahí estaba Carlos Sanz, presidente hasta diciembre de 2021. Dio el relevo y se quedó comprobando que el fruto madura y el barrio es más barrio.
Buscamos algunos de sus pasos desde la escuela hasta el sindicalismo y de la cooperación internacional al barrio y a una viña. Es tiempo de vendimiar. Dejemos que nos lo cuente él.
PREGUNTA: ¿De dónde eres?
RESPUESTA: De un pueblo de Segovia, Valdehorno, próximo a Burgos.
¿A qué se dedicaba tu familia?
Eran agricultores, tenían un estanco y una carnicería.
¿No te quedaste en el pueblo?
Me fui a estudiar con unos frailes que pasaron por allí. Me había examinado del primer curso en el instituto de Aranda y se iban mis amigos con ellos. Me animé y le dije a mis padres que me iba.
¿A un seminario?
Era una cosa muy moderna. Eran unos frailes que vinieron a España, que eran de Italia, los pavonianos, porque lo fundó Lodovico Pavoni. No se estudiaba Humanidades, como era lo típico de los seminarios. Hacíamos Bachiller con el mismo currículo que había en los institutos públicos.
¿Qué estudiaste?
Me vine a Madrid e hice Magisterio. Empecé a trabajar, estuve un año de interino y estudié Periodismo, que siempre me había llamado la atención.
¿Siempre en Hortaleza?
Los dos primeros años vivía cerca de Retiro. Luego, les hice comprar un piso a mis padres en la avenida de San Luis. Les dije: “Algún día os va a hacer falta”, como así fue.
¿A qué te has dedicado?
Estuve un año de interino. Al año siguiente, se convocaron oposiciones y ya entré como funcionario del Estado en el Ministerio de Educación.
¿Dónde diste clases?
En 1977 es el primer año en que voy destinado provisional a San Sebastián de los Reyes. Allí estuve cinco años, tres de los cuales estuve de director del colegio. Estuve como diez años dando clase y, luego ya, entré en un sindicato de enseñanza.
"Curiosamente, en los estertores de la dictadura, con el Sindicato de Trabajadores de la Enseñanza hicimos dos huelgas"
¿Qué sindicato?
El Sindicato de Trabajadores de la Enseñanza. Éramos los STES. Curiosamente, en los estertores de la dictadura, hicimos dos huelgas. Eran unos años en los que no estaba permitido, pero se consentía un poco.
Se hicieron unas elecciones de representantes provinciales y allí ya empezó a salir la gente que tenía más inquietudes reivindicativas. Se hizo esa coordinadora a nivel de toda España.
¿Te has mantenido en el sindicato?
Sí, me he mantenido siempre con los STES y allí empezó mi historia de trabajar en periodismo. Empecé con La Tiza y luego ya empezamos con otra publicación más sencilla, cuando todavía no tenían las competencias transferidas las comunidades autónomas. La publicación era EH, Escuela Hoy, y lo último que se hizo antes de que las comunidades autónomas tomasen las competencias, hacíamos una revista semanal de 16 o 24 páginas.
¿Trabajando o ya liberado?
Aquello era un matapersonas. En el 83, 84 o 85, no recuerdo la fecha, entré liberado y ya me dediqué, fundamentalmente, a temas de publicaciones y estas cosas.
¿Muchas reivindicaciones?
Hay que tener en cuenta el refrán de pasas más hambre que un maestro de escuela, porque la gente se tenía que buscar la vida. Entonces fue cuando empezamos a pedir incremento de sueldo. Fue cuando le hicimos a Íñigo Cavero una huelga de veinte o veintiún días.
Después nos pusieron una hora de dedicación exclusiva y, a partir de ahí, se fueron consiguiendo unos salarios dentro del magisterio estatal bastante aceptables. Todo eso a uña de caballo. Ahí, pinpán pinpán, haciendo huelgas y exponiéndonos, dedicando mucho tiempo.
¿Se reconoció la labor docente?
Después llegaron otras generaciones que decían que qué hacen los sindicatos. Los sindicatos son una organización que nace del grupo de trabajadores que tienen inquietudes. No es que sea una institución divina que ha puesto el Estado. Luego hubo bastante desentendimiento de todo eso.
¿Cómo fue la experiencia de maestro?
Como maestro, viví la riada de niños y niños y no se daba abasto. Entonces, se implementaron los famosos barracones. Después, los colegios que se hicieron con vigas de hierro y planchas de hormigón, que se construyeron para siete años y algunos todavía están con las remodelaciones pertinentes. El colegio Ramón Pérez de Ayala en Canillas era provisional y todavía está funcionando.
En las matriculaciones, recuerdo que había tiros allí a la hora de matricularse. Era imposible meter a todos.
¿Fuiste maestro en Hortaleza?
Cuando entró en vigor la LOGSE, yo estaba en el Ramón Pérez de Ayala y, en el siguiente curso, pasé al instituto Arturo Soria en Manoteras, pero solo di clase quince días porque ya estaba liberado. Al cabo de los años, volví y habían suprimido la plaza y me tuve que ir a Vallecas al colegio Asturias. Después, concursé y me dieron plaza en el instituto Rosa Chacel, donde no he dado clase nunca porque seguía liberado.
¿Y otros mitos laborales?
En 1990 hay una crisis en los STES, incluso hay una escisión, y vienen las consiguientes purgas, eso sí, democráticas, pero purgas. Entonces, un grupo de gente que teníamos inquietudes creamos una fundación, que se llamaba Fundación Cooperación y Educación (FUNCOE).
¿Cómo nació la idea?
Éramos gente de la enseñanza y nos enteramos de que los niños enfermos de cáncer eran casi analfabetos. Iban al hospital, le ponían el tratamiento y volvían a casa débiles. Nos enteramos de eso y fuimos a la Dirección General de Enseñanza y le dijimos: “Queremos poner en marcha un programa de formación socioeducativa para niños con cáncer”.
Pero fuisteis más allá, ¿no?
Como teníamos mucho conocimiento por las comunicaciones sindicales con los sindicatos latinoamericanos, queríamos trabajar en educación y cooperación al desarrollo. Ahí comenzó una aventura. Tuvimos cooperación en El Salvador, Guatemala, Bolivia, Cuba e incluso Marruecos. Pusimos en marcha el Programa de Solidaridad con la Infancia Latinoamericana y hacíamos una revista trimestral que era como una unidad didáctica en la que, al hilo de los acontecimientos, presentábamos a los alumnos del norte rico y del sur pobre para fomentar el valor de la solidaridad. En ese programa, participaron 150.000 alumnos españoles.
¿Hubo más programas?
También empezamos a trabajar en un programa de grupos de barrio, Amejhor estuvo en esa historia. Captamos un dinero que daba el Ministerio de Asuntos Sociales. Dábamos a los grupos un dinero para que hicieran actividades, siempre con educación en valores. Éramos obsesos de la solidaridad.
¿Todo partía de los ministerios?
Se colaboró también con muchas otras comunidades autónomas, incluidas las gobernadas por el Partido Popular. Eran actividades muy novedosas y muy interesantes para mucha gente. Eso de fomentar la solidaridad y el encuentro de niños españoles con Sudamérica…
Pero ¿seguías siendo docente?
El ministerio nos daba tres liberaciones por hacer ese programa. También hacíamos una especie de apadrinamiento de centros con El Salvador o Guatemala o de Bolivia o de Ecuador. Organizábamos el Día del Niño, que por eso me lo traje aquí a la asociación de Sanchinarro siguiendo el modelo.
¿Desapareció la fundación?
Aquello terminó como terminó porque las multinacionales responden a una filosofía de fagocitar todo donde llegan. Hicimos un acuerdo con Save The Children de integrar nuestra fundación, pero queríamos mantener lo que hacíamos. Casi no queda gente de la fundación en Save the Children. Solo les interesa España como lugar para recaudar. Les dije que en todo primer mundo hay un cuarto mundo y ahí está la Cañada Real y hay que trabajar.
"En el Programa de Solidaridad con la Infancia Latinoamericana, presentábamos a los alumnos del norte rico y del sur pobre para fomentar el valor de la solidaridad"
¿Qué hiciste tras la fundación?
Volví a la escuela. Mi instituto Arturo Soria me había suprimido la plaza. Estuve en Valdebernardo unos cuatro meses y luego, en Vallecas en el colegio Asturias.
Luego del sindicato me dijeron que no tenían a nadie que les hiciera los panfletos, las cosas y dije, bueno. Y luego pasé a llevar las finanzas de la confederación y después me jubilé. Ese ha sido mi periplo.
¿Cómo empezó la asociación vecinal de Sanchinarro?
Desde el AMPA del Adolfo Suárez. De ahí evolucionó la asociación y empezamos a hacer muchas actividades, entre otras, las fiestas del barrio, que se han hecho durante cinco años hasta la pandemia y luego ya no se han retomado.
¿Difíciles de hacer?
Y se pueden seguir haciendo. Lo que pasa es que es un trabajo enorme, un sin vivir que te lleva durante un tiempo. Aprendimos muchas cosas, entre otras que teníamos que tener unos seguros de responsabilidad civil considerables. Fue bonito mientras duró.
¿Qué otras iniciativas habéis tenido?
Luego pusimos en marcha la celebración del Día del Niño. Alrededor de 600 personas han participado. Después, pusimos en marcha la bicicletada, el Día de la Bicicleta. Se pretendía salir a la calle, que participasen las madres y los padres con los niños y eso también ha tenido mucho éxito.
El zumba en esta explanada del centro cultural; se han organizado todos los años un día o dos de bailes. Hemos hecho actividades varias, ajedrez, pingpong…
Lo que nos ha dado muy buen resultado los primeros domingo de mes es Domingos sobre Ruedas en Sanchinarro, también pusimos en marcha el mercadillo vecinal de Sanchinarro el segundo domingo de cada mes. Se han organizado carreras nocturnas con Eventsthinker y otra serie de actividades.
Buena manera de captar.
Pusimos también el boletín Informa Asociación Vecinal Sanchinarro. Hacíamos seis números al año. Esto fue también una buena forma de acercarse a la gente en sitios significativos como el centro cultural o el centro de salud.
¿Muchas socias y socios?
Alrededor de 300. Lo que nos dimos cuenta en un momento determinado fue que, para enganchar a la gente a la asociación, había que enganchar a los niños. Era nuestra herramienta, nuestra palanca y, de hecho, nos dio muy buen resultado.
Pero has dejando la presidencia.
Estar en la asociación ha sido bonito, hemos puesto en marcha muchas cosas. Ahora bien, este es un barrio que vota como vota, que hay poca preocupación sobre determinadas cosas entre el vecindario porque es un barrio que está bastante bien, porque te vas a otros y… Eso los políticos lo saben. Aquí el PP te está metiendo cosas sin avisar, a su manera. Y otros barrios están…
¿Y en qué estás ahora?
Como penultimísima aventura, después de jubilado, empecé con mi hijo (es ingeniero industrial y trabaja en el Ministerio de Agricultura) a poner viñas en la Ribera del Duero. Con ellos seguimos con mucha ilusión. Bueno, yo especialmente por mi hijo. Me dedico a estar ahí, ver y observar. Somos socios de una bodega cooperativa que está en Milagros, Burgos, y como uno no puede estarse quieto, formo parte del consejo rector de la cooperativa.
¡Que tengas buena cosecha!