Cuatro meses después de un estricto confinamiento, instalé una mampara protectora en mi taxi, compré líquido desinfectante a disposición del usuario, una caja de mascarillas quirúrgicas para mí y salí a la calle.

Mi Hortaleza de toda la vida se había convertido en un barrio distópico, como de ciencia ficción. Había gente caminando, pero nadie tenía boca. Todos los pares de labios ahora se mostraban reemplazados por franjas de filtros blancos o azul cielo, estampados de todo tipo o incluso alguna que otra bandera de España. ¡Banderas para tapar bocas!, recuerdo que pensé entonces, y seguí mi camino.

Accioné el piloto automático y mi taxi me llevó al parque de mi infancia, y más concretamente a aquel banco donde di mi primer beso. Supongo que necesitaba recordar a qué saben los labios o cuán extraño es tocar otra lengua con la punta de tu lengua.

Se llamaba Laura, y me remito a ella porque es el beso más nítido que tengo, precisamente, porque fue el primero. Ya han pasado casi treinta años y aún recuerdo el mullido exacto de esos labios, o el modo en que Laura abría y cerraba la boca igual que un pez fuera del agua. No hace falta decir que aquel día fue, para mí, el inicio de un nuevo mundo. Un mundo que aún sigue intacto.

Se llamaba Laura, y me remito a ella porque es el beso más nítido que tengo, precisamente, porque fue el primero

Aprendí a besar con Laura y después de ella llegaron otras chicas y fui perfeccionando mi técnica. Pero Laura, digamos, me inició en el mundo de los besos (es decir, en la vida). Todos somos, en cierto modo, lo que hemos besado. Podemos medir nuestra historia tirando del hilo de todos esos besos, desde el primero hasta el último. Nuestros labios de hoy tienen grabado a fuego otros muchos labios como muescas en el árbol de la experiencia.

Por eso mismo, lo primero que llamó mi atención después del confinamiento fue la ausencia de labios por las calles, o reflejados en el espejo retrovisor de mi taxi. Si bien es cierto que el uso obligado de mascarillas potencia el poder de la mirada, no me acostumbro a imaginar qué labios habrá detrás de esa tela.

Y otras muchas más preguntas: ¿Cómo serán los besos de la nueva normalidad? ¿Habrá un antes y un después en la vida interior del besante enamorado? ¿Seremos capaces de amar sin mesura, pero con filtros? ¿Qué habrá sido de Laura? ¿Qué será de mí?

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