Es inútil. Lejos de hacernos mejores, parece que la covid nos ha vuelto más drásticos, más escorados. Hoy, el individualista es más búnker que hace un año y, a la contra, aquellos que pensaban en común ahora se ocupan del otro con mayor compromiso. Se han volcado unos y se han desvinculado otros (si es que alguna vez estuvieron implicados). ¡Viva Andorra!, oigo gritar al autonombrado patriota español. ¡Mueran los impuestos!, dicen los mismos que exigen más ayudas públicas.

Banderas de España por las víctimas de la pandemia al tiempo que recortan en personal sanitario. Cien sacos de cal y un puñado de arena (y los medios afines enfocando la arena a tope de zoom). Sin salud no habrá economía, pero antes tendremos que salvar la economía (de los vivos, se entiende), a pesar de los muertos. Y los bares, a pesar de los muertos. Y bajar el IRPF también a las rentas altas en plena debacle.

En este último año, he escuchado de todo en mi taxi. Teorías conspirativas de toda clase y condición (algunas loquísimas, no te imaginas). La gente está harta en general. La gente está harta de estar harta. Harta de unos políticos que no están a la altura (suscribo esto). Harta de confrontaciones y de ruido. Y de desmentir los desmentidos.

Los buenos de corazón hoy brillan hasta romperte las córneas, y los que ya merecían el cielo hoy se han ganado el firmamento

Harta de la privación de libertad (y cuando les pregunto qué es la libertad, me dicen: “Ir de bares con los colegas”. O me dicen: “Llegar a casa cuando me dé la gana”. O me dicen: “No llevar este bozal”. O me dicen: “Salir cuando me plazca adonde me plazca”). Igual que los chiquillos: libertad individual, aunque su efecto perjudique el bienestar común.

Otros, sin embargo, son seres de luz. Los buenos de corazón hoy brillan hasta romperte las córneas, y los que ya merecían el cielo hoy se han ganado el firmamento. Me refiero a toda esa amalgama de ángeles sin sexo cuyos pequeños grandes gestos ayudan a convertir este infierno temporal en un lugar habitable.

Sin cámaras, ni intenciones espurias más allá de ofrecer lo que tienen, o lo que saben, o incluso lo que no tienen a los que tienen menos, dejándose la piel y los huesos y el alma con la sola intención de ayudar a perfectos desconocidos. A construir, a pesar de los que estorban (y mucho). Y es por ellos que merece la pena empadronarse en este mundo.

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