Pasó una moto a escape libre y ella hizo un gesto, una mueca, pero no llegó a despertar del todo. Más bien quedó varada en algo que llaman duermevela, esa tierra de nadie entre el sueño y la vigilia (sus ojos seguían cerrados, pero no del todo, filtrando la realidad de mi rostro justo en frente de su rostro: colándome tal vez en sus ficciones).

Salí de puntillas de la cama y cerré la ventana para evitar más ruidos. En esos instantes habría sido capaz de matar a todo aquel que se atreviera a perturbar su sueño. Habría sido capaz de buscar con mi taxi al motorista hasta matarlo. Lanzaría piedras a ese avión si la despierta. O si la lluvia percutiera en los cristales demasiado fuerte, juro que capaz sería de darle la vuelta al cielo.

Salí de puntillas de la cama y cerré la ventana para evitar más ruidos. En esos instantes habría sido capaz de matar a todo aquel que se atreviera a perturbar su sueño

Por suerte ella seguía durmiendo o quizá en duermevela. Volví otra vez para tumbarme, sigiloso, a su lado, y continué mirándola cada vez más y más de cerca, con mis labios a una pizca de sus labios, notando su aliento sosegado en la punta de los vellos de mi barba.

Sabes que el amor está enquistado dentro cuando rodeas su cuerpo con tus brazos y al instante ella, aún a mitad de un sueño y a kilómetros del mundo perceptible, se deja abrazar, o incluso arrastra su brazo dormido hacia ti. En cierto modo ella me dejó entrar en su mundo igual que un vigilante nocturno hace la ronda en un museo.

Y este simple hecho no pudo más que volverme inmortal, como mirando a Dios por encima del hombro. Llegué a sentirme inmortal gracias a ella y, en consecuencia, insomne

Pero había algo más que me impedía dejar de observarla. No hubo nunca, ni habrá jamás, mujer más bella a este lado de la litosfera: esos labios como dunas, esos pómulos rosados… y esa armonía perfecta dormía a mi lado, y el día anterior también lo hizo, y también lo haría mañana y el resto de sus días y los míos.

Y este simple hecho no pudo más que volverme inmortal, como mirando a Dios por encima del hombro. Llegué a sentirme inmortal gracias a ella y, en consecuencia, insomne. ¿Para qué dormir si todo lo soñable se repite cada noche y a un palmo de mis ojos? ¿Para qué perder el tiempo cerrando los ojos hacia dentro si el sueño más real estaba fuera? ¿Para qué sacar mi taxi del garaje si todo lo que busco en mi taxi cabe en las esquinas de esta cama?

 

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