Reside en Manoteras, aunque lo localicé en Bélgica, pero vino desde Ceuta y quién sabe por dónde más tenía que pasar. Hoy no falla. Presenta en el barrio sus tres primeros cortometrajes y antes nos hemos citado en el rocódromo, un pequeño gran teatro del mundo de caídas y ascensos, un símbolo de la humanidad y, sin saberlo, de nuestro entrevistado.

Es actor, pero también productor, director, escritor, traductor y, por no seguir con la rima, economista. Se llama Jorge, nombre que en griego significa «labrador» y que lo define, pues se dedica de lleno a cultivar la creación en los campos de la escena y en otras tierras.

Si se pregunta por Jorge Muriel a quienes lo conocen, hay un adjetivo que se repite: encantador.

PREGUNTA: ¿Recuerdas este lugar de niño?

RESPUESTA: Siempre han acabado aquí los autobuses. Lamentablemente, recuerdo lo del asesinato del rol. Recuerdo también un terraplén, unas casas bajas… Era una zona límite. Me sorprendió que gente de fuera conociera el barrio por el rocódromo. ¡Qué maravilla!

Me encanta la transformación, cómo todo evoluciona, cómo la historia va poniendo capas y esto ahora es un parque lleno de vida.

¿Dónde estudiaste?

En el Méndez. Soy del 75. Grandes recuerdos, buenos profesores, gente muy diversa con la que sigo manteniendo amistad y a la que quiero mucho.

¿Algún recuerdo en especial?

A una sustituta que vino tres meses. Apoyaba mucho las artes. Ella pinta. Se llama Dori. Generó en el grupo la creatividad artística. Para mí fue como encender la mecha. Me puse supercreativo y participativo.

Estudió en el colegio Méndez Núñez de Manoteras, donde ha rodado 'El niño que quería volar' y 'Lo efímero'

¿Has vuelto a entrar?

Afortunadamente, tuve el regalo de rodar allí El niño que quería volar. Este corto suponía un homenaje al barrio y tenía claro que, si podía, quería entrar a rodarlo íntegramente aquí.

Yo rodé sin haber hecho reformas en el cole, lo cual para mí era maravilloso porque el corto está ubicado en los ochenta.

En Lo efímero (último corto), también he rodado una pequeña parte en el cole y ya habían hecho obras. Ha sido bonito ver esa evolución del cole. El cole, incluso teniendo su esencia, ya es otra cosa.

¿De Hortaleza o de Manoteras?

Tengo amigos en la UVA, amigos en Parque de Santa María… Y es verdad que cada barrio tiene una identidad muy marcada, muy diferenciada.

¿Qué tal en el IBAS (Instituto de Bachillerato Arturo Soria)?

Recuerdo momentos un poquito más incómodos, más duros. Había mucha competencia que deja un regusto amargo porque se sufre. Yo he sido un niño muy exigente. Sí, sacaba muy buenas notas.

Tendría que haber estudiado Letras o Arte, que era lo que me gustaba. Pero, como era tan buen estudiante, todo el mundo me orientó a que hiciera ciencias puras: Física, Química… Y es algo que, aunque lo podía sacar, requería un esfuerzo que iba en contra de mi naturaleza.

¿Te arrepientes?

No me arrepiento porque me ha dado una formación muy completa. A posteriori, lo agradezco.

Los profesores me apreciaban, pero, cuando iba a pedir orientación, en realidad, más que valorar la esencia del niño, lo que valoraban era el futuro. Esto va a tener muchas salidas…

Tiene que haber un disfrute. Lo he notado cuando he estudiado algo que verdaderamente me apasiona. Es casi natural. Eso es lo que echo de menos en el tema IBAS.

¿De ciencias, pero actor?

Yo siempre he querido ser actor. Mis padres se conocieron en un grupo de teatro en Galerías Preciados, donde trabajaban. Mi madre siempre me ha leído a Lorca de pequeño. Hemos hecho cosas de teatro. Está en mí desde siempre, pero no había el atrevimiento de hacerlo.

LO EFIMERO cartel1

¿Cuándo te atreviste?

En COU, vino un profesor de Lengua. Ese año generó un grupo de teatro en el IBAS. Este hombre montó un par de obras de teatro. Ahí dije: «Esto es lo mío». Yo hice Romeo y Julieta, una adaptación de escena de Shakespeare y de Bodas de sangre, un mix muy pasional. Y para fin de año hicimos la Opera de cuatro cuartos de Bertolt Brecht.

Entonces, me atreví a decir que, cuando acabase COU, iba a hacer la RESAD.

¿Y estudiaste teatro?

Yo hice las pruebas de la RESAD (Real Escuela Superior de Arte Dramático) y me quedé el primero en la lista de espera. Tenía 18 años y no entré.

Al mismo tiempo, por ser precavidos, solicité cursar Economía en la Carlos III. La terminé. Por eso digo que la vida te conduce.

Pero ¿continuaste?

Todo ocurre por algo. La vida se encaja, te va conduciendo. Y creo que fue lo mejor que me podía pasar. Al mes de las pruebas, me llamó un profesor de la RESAD que me había examinado y me invitaron a asistir a ciertas clases de la RESAD sin estar realmente inscrito, pero participando. Fue bueno para mi vivir ese mundo del teatro.

Antonio Malonga es mi maestro. Él empezó en el teatro independiente en los ochenta. Es un guerrillero. Tanto él como su mujer, Yolanda Monreal, son piezas importantísimas en el teatro español. Él tenía una escuela privada aquí que se llama Bululú 2120.

Economía y arte dramático, ¿algo más?

Uno de mis sueños era haber aprendido inglés. Siempre he admirado el cine y el teatro americano. Y conseguí gracias a estudiar Economía ir dos veranos y perfeccionar mi inglés.

¿Solo en dos veranos?

Gracias a Economía y gracias a ese inglés, yo conseguí una beca Fulbright para las Artes. Dos años más en Nueva York. Para mí fue un sueño hecho realidad y, si antes decíamos que hay cosas que te cambian la vida, Nueva York para mí es la guinda verdaderamente transformadora.

"Hay cosas que te cambian la vida, Nueva York para mí es la guinda verdaderamente transformadora"

¿No te quedaste después?

La Fulbright es una beca de intercambio cultural. Lo primero que te hacen firmar es que no te vas a quedar porque todo el mundo se quería quedar. Yo vivía allí en modo cenicienta.

Incluso amigos españoles que estaban allí buscándose la vida me decían: «Jorge, esto que vives no es real, vas a ser ilegal, vas a trabajar en negro…».

Otro gran maestro de allí me dijo «Jorge, tienes que volver a tu país, tienes que hacer cosas allí, tienes que contar tus historias allí».

¿Quién era?

Era profesor de la segunda escuela en la que estuve, el Actor Center. Se llama Per Brahe, es un profesor danés que trabajaba máscaras balinesas con la técnica de Michael Chéjov. Es un hombre muy especial. Y se lo agradezco enormemente porque creo que no podía tener más razón.

¿Cómo fue la vuelta?

Llegué con el espíritu muy arriba. Los americanos ensalzan mucho la individualidad de la persona. Ese es el mayor regalo que me dieron. Como ser tú mismo y trabajar desde ti. Eso lo traía, pero fueron años difíciles. Esta es una carrera ardua de pico y pala y fueron años de seguir invirtiendo y de abrir lo ojos a la realidad de lo que significaba ser actor o artista en este país.

¿Y tu primer trabajo?

Afortunadamente, gracias a Per Brahe, que había trabajado con el teatro de La Abadía, conseguí como un vínculo para hacer un taller. Y también de esas cosas que se conectan, ese año iban a montar Comedia sin título de Federico García Lorca e iban a hacer una audición. Hicieron una prueba y me cogieron. Fue mi primer contrato como actor profesional.

Su primer contrato como actor profesional fue en el teatro La Abadía representando 'Comedia sin título' de Federico García Lorca

Un mundo difícil.

Pensé que entraba en el círculo por haber entrado en La Abadía y que iba a encadenar una cosa tras otra. Y no fue así. Una vez más lo agradezco porque ahí sí vino un bajón de ¡ostras! Esto es volver a empezar una y otra vez y es difícil la continuidad.

Esa carencia de trabajo es lo que me llevó a hacer un cambio de chip: «Tengo que generar mi propio trabajo».

¿Cómo fue?

La muerte de mi abuelo fue algo que zarandeó mi vida. Quise escribir sobre esto y fue la semilla de Zumo de limón. Con ese texto quería hacer un homenaje a mis abuelos extremeños.

Al tiempo, se había aprobado el matrimonio homosexual en España y leí que habían pegado a un chico en Granada por ser homosexual… Y recordé que cuando estaba en los Estados Unidos había habido un caso real de homofobia muy potente, el de Matthew Shepard, una historia brutal de la que un grupo norteamericano hizo un docuteatro cuando yo estaba allí, El proyecto Laramie.

Entonces, se me fusionaron dos ideas: la del corto que estaba escribiendo y la idea de que El proyecto Laramie era de actualidad aquí y deberíamos montarlo.

En ese momento, dejé de estar en el lugar pasivo del actor que espera a que lo llamen a decir «Vamos a generar las historias que quiero contar». Para mí, ahí empieza un momento artístico diferente y muy apasionante.

¿Lo conseguiste?

Tenía claro que Zumo de limón lo quería grabar en Mérida, con apoyo de la Junta de Extremadura. Entonces los rodé en Extremadura y ahí empezó. Mucho trabajo.

¿Y El proyecto Laramie?

Una profesora mía conocía a los autores de esta obra de teatro. Entonces, me pusieron en contacto con ellos, les pedí el texto, lo traduje.

Es el único montaje de teatro que he tenido que producir yo. Me tuve que endeudar, pedir dinero prestado a todos mis amigos economistas a los que no arruinaba dejarme mil euros. Me dejaron también mi familia, mis primos, mis hermanos. Entonces, con eso conseguí 26.000 euros con los que produjimos El proyecto Laramie, que estuvo en la sala pequeña del Teatro Español casi un mes gracias a Mario Gass y fue un pequeño gran éxito.

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Jorge Muriel durante la representación de ‘El proyecto Laramie’ en el Teatro Español. A. DE GABRIEL

Muy sacrificado

Por la situación de mi profesión y de la economía, yo sabía que, si quería quedarme tranquilo, el dinero que ganaba lo tenía que invertir en la creación, pero no podía pagar un piso.

La tranquilidad es que podía volver a casa de mis padres. Y sí, te quería decir que, al igual que estoy muy contento, he tenido que dar menos peso a esa libertad, intimidad o independencia por generar proyectos. ¿Independencia o creación? Y he apostado por la creación. Aquí los mecenas no abundan.

¿Cuáles fueron los siguientes?

Había formado un tándem con Julián Fuentes Reta y le propuse hacer juntos otros textos. Me volví a los Estados Unidos el verano siguiente para investigar y me encontré otro texto que me encanta que se llama Los iluminados de Derek Ahonen. Se trata de unos jóvenes revolucionarios que están llenos de contradicciones. Es una comedia brutal que coincide con el 15M aquí y le dije a Julián: «Vamos a hacer esta brutalidad». Esta vez, con la producción del Teatro Español.

¿Has tenido más montajes?

Yo seguí yendo en verano a los Estados Unidos y encontré un tercer texto que, para mí, es la crème de la crème, Cuando deje de llover de un autor australiano que se llama Andrew Bovell, que habla de una familia en tres generaciones diferentes. Para mí es una obra de una exquisitez, una obra soberbia que habla de muchos temas, pero, sobre todo, de la familia, del cambio climático, de la necesidad de encontrarse uno mismo… Y la montamos en El Matadero. También una producción íntegra del Teatro Español. Era un proyecto muy ambicioso que funcionó muy bien, se convirtió en un gran éxito y con el que nos dieron tres premios Max, incluido el de mejor espectáculo del año y cinco premios de la Unión de Actores.

Empiezan los reconocimientos.

Considero que los tres premios son del equipo y así lo sentí, así fue. Creo que todo arte se hace en comunidad. Hay tanta gente que hace que tus historias salgan adelante que no las considero mías.

¿Hubo otro texto de Bovell?

A Andrew Bovell le encantó nuestro montaje y nos propuso un texto nuevo suyo que se llama Las cosas que sé que son verdad. Está protagonizado por Verónica Forqué, lo cual está siendo una maravilla por aprender con ella y de ella. Y gracias a ella tiene mucha gira. Se quedó suspendida por la COVID y hemos vuelto y ahora hay muchísimo trabajo.

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Representación de ‘Las cosas que sé que son verdad’, con Verónica Forqué, en los Teatro del Canal en 2019.

¿No has parado?

Entre medias encontré otro texto en Nueva York que habla de una familia con un hijo sordo. Habla de la sordera, de la sordera social y de la sordera familiar, y lo vamos a hacer en el Centro Dramático Nacional (del 6 de noviembre al 27 de diciembre). Es un montaje con dos actores sordos, sordos de verdad. Es muy bonito, teníamos muchas ganas. No es nada fácil, pero…

¿Más teatro que cine?

Aunque el cine para mí es secundario, sí quiero puntualizar, sobre todo para lo que vamos a ver esta noche, el cine me ha ayudado mucho a ser más personal y eso es muy bonito. El cine me ha dado mucha valentía porque en el teatro te puedes encubrir con la obra en sí, con el personaje. Lo bonito del cine es que nace todo de mí, es decir, yo he escrito el guion, yo cuento la historia, yo digo cómo se va a hacer. Para mí lo bonito del cine es que creo que me ha empoderado todavía más.

¿Hay más proyectos?

La pandemia me ayudó a parar y a escribir un texto teatral con unos compañeros. Estamos investigando la ausencia del padre. Es como un homenaje a la figura paterna.

Estoy generando proyectos todavía más personales a nivel teatral y un futuro proyecto de largo, ya toca. Siempre he resistido cuando me lo preguntan.

¿Debiera ser asignatura escolar el teatro?

El teatro tendría que ser obligatorio, tendría que ser una asignatura porque el teatro es terapéutico. El teatro es sanador. El teatro te hace de espejo contigo mismo y con los otros. El teatro lo que genera es comunidad y es de lo que también estamos faltos, de una conciencia mayor de comunidad, de que todos somos todos. Eso hermana de una forma a la sociedad.

"El teatro tendría que ser una asignatura porque es terapéutico. El teatro lo que genera es comunidad"

¿Darías clases de teatro en el barrio?

He estado diez años siendo pedagogo y dando clases de teatro, lo que es tremendamente enriquecedor. Creo también que generar todo eso es también mucho trabajo. El sacar adelante una escuela sería dejar a un lado lo creativo.

¿Es un momento difícil para la cultura?

Como sociedad, no entendemos que la cultura es fundamental. Si no consideras de primera necesidad la cultura, no la vas a cuidar. Es muy triste cuando la gente habla de los artistas como los subvencionados que vivimos del cuento. No es por comparar, pero hay otras sociedades que cuidan esos valores como puede ser Francia o Inglaterra, que tienen amor al teatro porque consideran que es parte de ellos. Y creo que falta todo eso en España.

¿Te sientes nervioso con la proyección de esta noche?

Son nervios bonitos, de expectación y, sobre todo para mí, de amor de mi barrio, de la asociación de vecinos, de haber apostado por hacer esto, de lo que me siento es honrado. Por eso para mí es muy importante lo de esta noche. Eso de ser profeta en tu tierra lo siento y lo siento, además, desde el amor, o sea, que amo profundamente mi barrio.

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