En la calle de la Montera, hubo en el siglo XVIII un negocio de moda francesa, regentado por dos hermanas que eran conocidas popularmente como “Las Caronas”. La más joven había quedado compuesta y sin novio, plantada por su pretendiente.
Lisette, que así se llamaba la señora, escribió a su padre, un prestigioso relojero de París, que envió a su único hijo para que intentara resolver el conflicto. El hermano de las modistas era Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais, un aventurero que ejercía las profesiones de relojero, músico, negociante y funcionario en la corte francesa, y que luego fue conocido como dramaturgo por sus obras de ambiente español, entre las que destacan Las bodas de Fígaro y El barbero de Sevilla.
El joven Caron disfrutó intensamente de la vida social de la capital durante el corto año de su estancia. Regresó a París sin haber rematado ninguna de sus empresas, pero con una completa agenda de amigos influyentes. Años más tarde recibió un encargo desde España: el rey Carlos III había decidido apoyar de forma secreta a los rebeldes de las colonias británicas en América y, para canalizar las ayudas, se debería crear una casa comercial ficticia que les enviara dinero, armas y todo tipo de suministros y pertrechos.
La compañía fue bautizada como Rodríguez, Hortaleza y Cía., alias tras el que se ocultaba Beaumarchais. No tenemos noticia de que el francés pasara por nuestro pueblo, pero sí paseó con frecuencia la calle Hortaleza, donde se encontraba el negocio familiar y residía la condesa de Fuenclara, amiga y admiradora, que organizaba una tertulia de la que era asiduo.
Seguro que en París, sobre su escritorio, había numerosas cartas con el nombre de esta calle que pudieron ser las inspiradoras del apodo de la compañía, que figura en el germen del nacimiento del imperio estadounidense con ese nombre tan castizo y familiar, y cuya intervención fue esencial en un tiempo en que la causa de George Washington no estaba en sus mejores momentos.