Puedes empadronarte en el desánimo y acumular indignación como polvo acumulan las fotos del salón de una viuda. Puedes creer que ya has tocado fondo, acostumbrarte a la sombra y al fango de ese fondo y construirte un zulo con vistas a tu propio muro de las lamentaciones. Puedes ser taxista y conducir igual que un asno persigue su zanahoria, subiendo el volumen de la radio cada vez que viaja alguien digno de ser escuchado, o evitando el espejo retrovisor por si acaso se atreviera a cruzarse en tu mirada. Puedes sumirte en la tristeza y convertir la risa en eco, o creerte más frágil que el resto, o en un mundo distinto que el resto, más pequeño, más opaco y sacar bandera blanca antes incluso de escuchar las cornetas.

Pero también puedes despertarte de súbito a las seis de la mañana, abrir fuerte los ojos y observar con asombro el rostro de ella en tu misma almohada. Saber que duerme despreocupada y que, al otro lado de sus lindos párpados, hay amor; un amor incombustible a prueba de bomberos pirómanos, de leyes misóginas, o de fantasmas franquistas.

Un amor que nació espontaneo y ningún dios inventado podrá jamás amordazarlo, ni habrá ley regresiva capaz de cambiar la cadencia de sus latidos, o antidisturbios que aporreen su forma de quererte. Puedes también acercarte a ella sigiloso y notar que respira suave, creyendo firmemente que su aliento servirá de filtro para tus desdichas. Que ella inspire tu mala sangre, sus pulmones purifiquen tu deseo de venganza contra el mundo y, por último, acabe expirando la vida oxigenada que te queda por delante.

Y entonces, sólo entonces, podrás concluir que, si aún no te has quemado a lo bonzo, si aún no has sucumbido al bostezo de un país que nunca aprende, es por ella. O que, si otros no han montado barricadas en las puertas del Congreso, será porque hay más ellas como ella, o ellos como él, y que toda esa energía, tus impulsos, que esa ira, en el fondo, prefieres canalizarla en una sola dirección: en quedarte instalado en una vida que es la suma de la suya dividida entre dos o, más concretamente, le diste el 51% y ahora ella gobierna tu bilis por mayoría simple. Y tú, libre en tu 49%, feliz en tu minoría, como el hijo del dueño de los autos de choque.

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