En el barrio de Hortaleza se habla francés. Uno puede practicar este idioma sin necesidad de atravesar los Pirineos, se lo aseguro. Después de este artículo yo he mejorado considerablemente. Desde que en 1969 las instalaciones del Liceo Francés de Madrid, que acaba de cumplir 130 años, se trasladasen de la calle Marqués de la Ensenada a nuestro barrio, sus alumnos no han dejado de crecer y con ellos una numerosa comunidad francesa, casi 1.800 ciudadanos que atraen todo tipo de comercios y servicios.

El corazón de esta comunidad radica en la plaza del Liceo, una plaza por la que pasan dos veces al día, de manera algo caótica, 400 docentes y casi 5.000 alumnos, muchos de ellos hijos de españoles, de antiguos alumnos; otros son hijos de inmigrantes franceses o de familias establecidas en el barrio con raíces francesas.

Una pequeña Francia

Algunas familias solo están de paso, el resto, la gran mayoría, se engloban en una comunidad muy asentada, sólida, de vecinos que, en muchos casos, trabajan desde hace bastantes años en el barrio y han abierto sus propios negocios. Pastelerías made in France, queserías, cafés, librerías, logopedas, guarderías, agencias inmobiliarias, academias, papelerías y dos de los seis colegios franceses que hay en la ciudad de Madrid.

Hortaleza está habitada por un pequeño reducto francófono que se extiende desde el Parque del Conde Orgaz hasta la avenida de San Luis. Los residentes franceses viven esparcidos por el barrio, muchos cerca del Palacio de Hielo, otros más al norte, en la Carretera de Canillas, La Piovera o en las colonias próximas a la calle Mesena.

Son una comunidad perfectamente integrada, aprenden el idioma con facilidad y los días soleados de invierno resplandecen mirando al cielo, el clima de Madrid es lo que más les atrae, los fines de semana se les puede ver en el Parque Juan Carlos I montando en bicicleta, volando la cometa o sentados en el césped frente a una cesta de pan y quesos. Son tranquilos, sibaritas y son los primeros en acudir a exposiciones, espectáculos urbanos o estrenos culturales.

Una vez al año, en la calle Silvano, en el parking del Liceo, se monta un pequeño rastrillo abierto al público, donde las familias francesas venden e intercambian objetos de segunda mano, libros, ropa, películas y cachivaches de todo tipo, no es el parisino mercado de las pulgas pero cada año crece.

Comercios afrancesados

Decido que voy a pasar el día como una perfecta turista en mi propia tierra. Inicio mi andadura matinal bajando por la calle Utrillas y, por supuesto, me detengo a comprar prensa francesa en el kiosco que regenta Ascensión. Es española, amable, y tiene gran variedad de prensa extranjera, entre sus clientes habituales hay francófonos que compran, sobre todo, el diario Le Monde.

Comunidad francesa 1Ascensión regenta un kiosko en Utrillas donde se puede comprar prensa francesa. Foto Sandra Blanco

Hay barullo en el barrio, es martes y como desde hace más de treinta años, los puestos del mercado de Canillas se extienden en la explanada de la calle Alcorisa: frutas y verduras, ropa, menaje… Beatriz regenta un puesto de ropa de algodón, su clientela es más bien joven y me cuenta que muchas estudiantes francesas se acercan a comprarle ropa, “es práctica, bonita y barata”, dice colocando el género.

Cerca de Beatriz oigo a Juan gritar lo fresca que está su fruta, me acerco y le pregunto por sus clientes franceses: “Este año hay menos antes venían más a menudo”. Dejo atrás los puestos, los carritos y el griterío. Paso junto a una pareja de policías que discute con el conductor de una furgoneta. En la esquina me asomo a un escaparate donde leo ouvert, y entro pensando que acabo de dar con una tienda de regalos francesa con nombre de cuento inglés, Fly to the moon (calle Alcorisa, 35).

Obviamente me equivoco. La dueña, Victoria, es muy de aquí, pese a ello, quiere enfocar el producto hacia el mercado francés; le deseo toda la suerte del mundo y continúo caminando. No veo el momento de desayunar como lo haría cualquier parisino y me acerco a una panadería en la calle Andorra. Hay cola. Casi todas las clientas son francesas. Veo pasar una caja de macaron, unos pasteles diminutos de colores intensos que se deshacen en la boca.

La tarta Tatin de manzana poco tiene que ver con la española, se hace al revés, la manzana va debajo de la masa, su aspecto es inmejorable pero me contengo. Huele a pan caliente, levanto la vista y observo la gran variedad de panes franceses que venden. Baguette de aceitunas negras, integral, de pipas de calabaza…

Comunidad francesa 2En Le Pion Magique, de la calle Alcorisa, puedes tomar un café francés mientras juegas. Foto Sandra Blanco

Una mujer habla francés con la dependienta, pregunta por el brioche. Se trata de un pan de corteza dorada, dulce, hecho con huevos y mantequilla y con forma de bollo. El brioche suele comerse en el desayuno o como base para postres. Me llaman la atención unos caramelos alargados, se llaman Carambans, tan tradicionales en Francia como los ‘sugus’ aquí. Pregunto dónde me puedo tomar un café muy francés y me mandan a Le Pion Magique (calle Alcorisa, 55).

Isabelle Joubert, la propietaria, habla bien el castellano, hace unos años abrió el local. Es curioso, junto a las mesas hay varias estanterías con juegos de todo tipo. “Es un concepto que se ha extendido mucho en Francia y otros países —me dice Isabelle— mientras te tomas algo juegas”. Sus clientes son españoles y franceses. Por las mañanas vienen más adultos, por las tardes estudiantes.

Sigo la senda de los libros y entro en La Librairie, que junto a Frañol y El Bosque, es una de las tres grandes librerías francesas del barrio, confío en que aguanten el tirón y sigamos disfrutándolas. La Librairie (calle Alcorisa, 41) es alegre y luminosa, está regentada por una española y una francesa. Lola y Catrine. Catrine lleva 25 años en España y Lola, pese a dominar el idioma, es madrileña. Ambas se reparten el trabajo en los dos idiomas. Hay una sección infantil donde los títulos en castellano y francés se alternan.

Comunidad francesa 3La Librairie, también en la calle Alcorisa, está especializada en literatura francesa. Foto Sandra Blanco

En la mesa central hay de todo: clásicos franceses, poesía, bestsellers y narrativa de la buena. El 70% de la clientela es francesa aunque cada año venden más títulos en castellano. En La Librairie se hacen presentaciones de libros, talleres infantiles y charlas en los dos idiomas. Una buena iniciativa que a los escritores hortalinos nos ayuda a darnos a conocer en nuestro propio barrio y a conocernos entre nosotros.

Escuelas de francés

A pocos metros, en el mismo edificio, me encuentro con una academia de apoyo escolar e idiomas. La dueña, Collete, es francesa, vive en La Piovera, llegó a España hace trece años junto a su marido, un expatriado francés. Collete habla muy bien castellano con un pronunciadísimo y encantador acento francés. Sus clientes son estudiantes jóvenes, empresas e institutos.

En la calle Andorra me cruzo con Laure, gran emprendedora y vecina del barrio, lleva más de veinte años en España, llegó a Hortaleza hace tres; ha dirigido varias escuelas infantiles francesas en la zona durante la última década. Adora España y el barrio. Joelle, otra vecina, ya jubilada y, como Laure, antigua profesora, imparte clases de lengua francesa. No frecuenta a sus compatriotas, según sus palabras, “ella ya es muy española, muy del barrio y sus amigas, después de tantos años, también”.

Antes de comer me doy una vuelta por el Palacio de Hielo. Me acerco a la taquilla de los cines Dreams y me encuentro con un ciclo de cine francés todos los miércoles. Por 5 euros, películas en versión original con subtítulos en castellano desde las 15:30 de la tarde hasta las 22:30; y por si fuera poco, la Ópera Nacional de París con La Dammation de Faust.

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Panadería de la calle Andorra. Foto Sandra Blanco

Mientras estudio la cartelera me encuentro a una pareja de adolescentes que comen de pie unos macarrones en tupper y hablan francés. Me aproximo y les pregunto si hay cerca algún restaurante barato donde pueda comer productos de su tierra. Me indican cómo llegar a Saveurs de France (calle Platea, 5), una terraza colorida y muy ambientada donde una larguísima cola de estudiantes esperan su turno para comer.

Me lo pienso dos veces y decido que lo mejor es acercarme a L’amélie en la calle Torrecilla del Puerto, una quesería que me ha recomendado una amiga del barrio. La decoración es indiscutiblemente francesa y quien me atiende también. Pego la nariz al cristal y noto como la mandíbula me tiembla: hacia tiempo que no me tropezaba con una oferta así de quesos.

Señalo una pieza cremosa de la Bourgogne, es de color marfil. Mi presupuesto, más español que francés, me alcanza solo para un tentempié pero los dos minutos de placer han merecido la pena. El establecimiento ofrece cursos de cata de vino y degustación de quesos. Me prometo a mi misma que, en cuanto mi economía me lo permita, me apunto a uno.

Son más de las tres y para calmar el hambre entro en el cine a ver la comedia Une Heure de tranquillité de la directora Patricia Leconte y me pregunto qué hace la actriz española Rossy de Palma en el reparto.

Salgo del cine hablando francés fluido y con mucha más hambre. Anochece en Hortaleza, el otoño temprano colorea el barrio de albero y el viento me trae el olor a lluvia. Acelero el paso y antes de que el cielo me estalle encima regreso a Saveurs de France, ya no hay cola, pido una quiche y de postre el Tatin. Junto a mi mesa un matrimonio francés se está tomando un café olé, converso un rato con ellos para practicar todo lo que he aprendido hoy.

Están jubilados, son del norte de Francia, estarán en Madrid una semana para visitar a su hija y echarla una mano con los nietos, vienen tres veces al año y están planteándose venirse a vivir al barrio. “Aquí tenemos todo lo que necesitamos—explica ella— el clima es maravilloso, seco y soleado”. “Sí—añade él— perfecto para dos jubilados como nosotros. ¿Y tú? —me pregunta apurando el café—¿De qué parte de Francia eres?”.

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