Guitarras Fender, Danelectro, cerdos voladores, máscaras, camas con los hombres bombilla y muñecos hinchables. Todo un despliegue de color y psicodelia a través del túnel del tiempo y, de fondo una inquietante fotografía de la central eléctrica de Battersea. La historia de Pink Floyd, desde su primera película promocional en 1965, donde descabezan a un maniquí con bombín, hasta la última vez que tocaron juntos en el Live 8 del 2005.

Nick Mason inauguró el pasado jueves 9 de mayo una de las exposiciones musicales más esperadas en Madrid. Aquellos que nacimos en los sesenta, hemos crecido con ellos: con “The Wall”, “Animals”, “Dark side of the moon” o “Wish you where here”.

Conocer cómo se diseñaron las portadas más emblemáticas de la banda, poder asomarse a las cuartillas en las que se escribieron algunas de las letras más conflictivas de la época o estremecerse con la transformación de Sid Barrett son algunas de las cosas que los admiradores hortalinos de esta banda londinense, como servidora, pueden hacer hasta el 15 de septiembre.

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Sala Pink Floyd and Film de la exposición sobre la banda de rock británica. THE PINK FLOYD EXHIBITION

El montaje es espectacular: juegos de luces, entrevistas y una infinidad de objetos –más de trescientos– para los más fetichistas. La mayoría de las guitarras son copias, las auténticas se están subastando, pero, aun así, hay piezas que parecen diseñadas por los extraterrestes de antaño, se lo aseguro, como la Fender Telecaster de Sid Barret o las esculturas de Division Bell.

La exposición hay que verla con los cascos puestos, disfrutando de su música mientras asistimos a la explosión creativa del primer grupo que hizo música para un tiempo que, quizá, todavía no hayamos vivido.

 

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