Creemos que hay que recorrer mundo y protagonizar mil aventuras para tener una vida excepcional. Sin embargo, Josefa Arquero nunca se movió de su pueblo y fue testigo de todo tipo de acontecimientos asombrosos.

Nació en una Hortaleza rural que acabó convirtiéndose en uno de los confines de una gigantesca ciudad, y desde su casa de la calle Mar de Japón vio como de las tierras de labor emergían edificios enormes de varias plantas a lo largo de un siglo vertiginoso en el que abdicaron reyes, hubo guerras entre hermanos y se sucedieron dictaduras y democracias.

Cuando Josefa nació, a Madrid se iba en borrico y se volvía andando, como contó a este periódico poco después de convertirse en centenaria. Pepa, como la conocía el vecindario, hija de un matrimonio de Cuenca que vino a Hortaleza a trabajar en uno de sus desaparecidos palacetes de recreo, nació en 1909 y falleció el pasado 12 de octubre cuando le faltaban pocos días para alcanzar los 108 años de edad. Tenía cinco hijos, quince nietos y doce bisnietos. Y nadie ha vivido tanto como ella en este barrio.

Su memoria era un tesoro. Recordaba cuando los toros de las fiestas de Hortaleza venían desde Barajas por caminos que ahora son autopistas, en una época donde se convivía bajo el mismo techo con “gallinas, conejos y el gorrino”. Si la preguntabas cómo había cambiado su pueblo, respondía divertida: “¡Como si hubiéramos vuelto a nacer!”.

Decía que le gustaba la Cabalgata y las fiestas que se celebran en la plaza de su calle, a las que asistía, sonriente, sentada en un banco incluso cuando ya había superado los 100 años. Ahora uno de sus nietos quiere que esa plaza lleve el nombre de su abuela, que era también la abuela de Hortaleza. Sería un justo homenaje, porque Pepa pasó allí toda su vida. ¡Y qué vida la suya!

A continuación, recuperamos la entrevista a Josefa publicada en Hortaleza Periódico Vecinal a principios de 2010, poco después de cumpliera 100 años:

“¡Ahora las tierras se han convertido en casas!”

Josefa Arquero Hernández –Pepa, como la llama todo el mundo– cumplió 100 años el pasado 27 de octubre. Repasamos con ella cómo ha cambiado el barrio en un siglo.

Pepita, la mayor de sus vástagos, tiene 71 años; Alejandro, el último en incorporarse a la familia, ronda los ocho meses. Doña Josefa se quedó viuda hace ya 30 años. Sigue viviendo en su casa de toda la vida, aunque duerme siempre acompañada por uno de sus hijos, que además están pendientes de ella durante todo el día.

Dice que hasta hace cuatro o cinco meses se sentía “como una chica de 20 años”. Entonces, empezó a caminar peor, y a caerse. Y hace tres meses la operaron de la cadera. “Desde entonces, ando muy mal”, afirma. Aunque sus hijas nos cuentan que no usa bastón, y que antes de la entrevista acaba de fregar el salón. “De la memoria estoy divinamente”, concluye. Damos fe.

PREGUNTA: ¿Usted nació en Hortaleza?

RESPUESTA: Mis padres eran de Cuenca. Se vinieron a Hortaleza a trabajar en el palacio que está en la avenida de San Luis. Mi padre era el administrador. Se casaron aquí. Vivieron muchos años en la finca, que ahora es todo el barrio de Pinar del Rey, hasta que murieron los dueños.

¿Siempre ha vivido en el barrio?

Sí, y mis hijos han nacido todos en Hortaleza.

¿Qué es lo que más recuerda de cuando era niña?

Íbamos al colegio, donde está ahora el Clara Eugenia; ahí acababa entonces el pueblo. Jugábamos con bolas y alfileres, hasta que la portera tocaba la campanilla y entrábamos a clase.

¿Y qué era lo que más le gustaba hacer de joven?

Ir al baile que había en el rincón, enfrente del ambulatorio. No había tantas cosas que hacer como ahora. El día de la Virgen de la Soledad, el 24 de febrero, había baile toda la noche. Y al otro día los chicos iban en mula o en borrico a esperar a los toros, que venían de Barajas. El resto íbamos a esperarlos andando, pero no pasábamos de San Lorenzo, que era todo tierras. Y a las 8 o 9 de la mañana, los toros entraban en la plaza, que estaba en la plaza de Agustín Calvo Pérez, detrás del Ayuntamiento. Se ponían carros alrededor, y nosotros nos subíamos ahí para ver torear a los chicos. Aquí no venían toreros.

¿Ha cambiado mucho el pueblo?

¡Como si hubiéramos vuelto a nacer! Unas cosas han ido para bien, y otras han ido regular. Antes no había ni váter, teníamos que ir al corral, donde había gallinas, conejos, el gorrino…, todos los animales que criábamos. Sólo había casas bajas, y sólo dos o tres tenían balcón. No había nada más.

¿Qué es lo que más echa de menos de cuando Hortaleza era un pueblo?

Las vecinas, sobre todo. Ahora no ves a nadie, no conoces a los vecinos y tienes que estar siempre metida en casa.

¿Y qué es lo que más le gusta de como es la vida ahora?

Antes tenía que ser lo que el marido quería, y ahora no es así. Pero tampoco me gusta que las mujeres traigan a los hombres como zarandillos… A mí me gusta, ante todo, la formalidad. Y el respeto entre el hombre y la mujer. Donde no hay respeto, no hay cariño. Yo siempre he dicho que me hubiera separado de mi marido por tres cosas: porque hubiera sido un borracho, porque hubiera sido un mujeriego o porque me hubiera pegado. Antonio, mi marido, era buenísimo. Y yo fui un poquito mangonera. Era tan bueno que tenía que ser yo la que dijera “esto hay que hacerlo así”. Pero sin regañar, porque él era incapaz de pelear con nadie.

¿Sigue viendo a gente del pueblo?

Quedan tres o cuatro mujeres nacidas aquí, y nos vemos en el parque. Nos sentamos en un banco tranquilamente. Todos me quieren mucho. Cuando me operaron, ¡esto parecía un desfile!

Cuando era joven, ¿salía mucho del pueblo?

Algunas veces íbamos en borrico a la plaza de la Cebada, donde mi madre vendía frutas y verduras y compraba cosas. Mi madre me llevaba para que cuidara el borrico y no nos lo quitaran mientras ella entraba a la plaza. Luego cargábamos el borrico y volvíamos andando a Hortaleza.

¿Y ahora sale del barrio?

Mis nietos me quieren mucho y me llevan a todas partes.

¿Cree que se vive mejor ahora que antes?

Sí, las casas tienen más cuartos Y mis nietos me llevan todos los años de vacaciones y a la playa.

¿Qué piensa de los jóvenes de ahora?

Con la gente joven pasa como con todo: hay buenos y malos. A mí me gustan los buenos. Aunque no me gusta mucho que salgan tanto…

¿Y qué le parece el trabajo de muchos de ellos en asociaciones o grupos del barrio?

Me gusta la Cabalgata. Y las fiestas que hacen aquí enfrente.

¿Se imaginaba que iba a vivir 100 años y que el pueblo se iba a convertir en lo que es ahora?

Ahora todo está más bonito. Entonces cómo me lo iba a imaginar. Íbamos a trillar a la era, a vendimiar… No había más que viñas y tierras, ¡y ahora las tierras se han convertido en casas!

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