Los preventorios eran edificios destinados a “prevenir” el desarrollo y la propagación de enfermedades como la tuberculosis en una España de posguerra. Dependían del Patronato Nacional Antituberculoso y de 1946 a 1975 acogieron a miles de niñas y de niños (por separado, como Dios manda), cuya estancia podía durar de tres meses a varios años. Algunos tienen buenos recuerdos de aquel entonces; en cambio, otros lo vivieron como “cárceles infantiles”.

Estos preventorios han entrado en la causa que la jueza María Romilda Servini tiene abierta en Buenos Aires por genocidio y crímenes de lesa humanidad cometidos por el franquismo. El pasado 22 de noviembre, Maribel Paz explicaba en la Asociación Vecinal Manoteras este tema frente un auditorio compuesto por once de las “niñas del preventorio” y por numeroso público que siguió con sorpresa todo lo que allí se pudo escuchar.

Pregunta. ¿Cómo se accedía a estos centros?

Respuesta. La Sección Femenina iba a los colegios y decía que tendríamos aire puro, comida sana… En aquel tiempo muchas familias no tenían dinero. Los padres, como era gratuito, pensaban que era una buena idea. También se podía ir por el dispensario médico o a través de familiares que trabajasen con militares o gente afín a la Falange. Los curas y las monjas también era otra vía por la que entraron muchas niñas.

P. ¿Cómo era ese “aire” del preventorio?

R. El aire que respiré no era muy bueno. El trato que recibimos allí fue a palos, a tortazos, a tirones de pelo… Aquello fue horrible. Tenías que hacer tus necesidades cuando a ellas se les antojaba. No podías ni reír ni hablar con las niñas.

P. ¿Quiénes eran ellas? ¿Quién os maltrataba?

R. Pues en realidad, las cuidadoras eran niñas porque tenían quince o dieciséis años. Había alguna un “poquillo más mayor”, pero eran todas prácticamente niñas. No tenían ningún tipo de formación. Hubo cuidadoras que renunciaron a su puesto porque no estaban dispuestas a realizar el maltrato que se les exigía.

P. ¿Cómo reaccionaste en el preventorio?

R.Yo he llorado día y noche porque me quería ir a casa con mis padres. Me pegaban una bofetada por llorar y me decían que mis padres me habían dejado allí porque no me querían o que mi madre era una puta y me tenían que llevar allí para darle libertad a mi madre. Esas eran las palabras más bonitas que me decían.

P. ¿Qué es lo que recuerdas de aquel año?

R. Te bañaban una vez en semana. Estábamos quinientas niñas en el sótano del edificio y nos metían en la ducha de cuatro en cuatro con agua fría, jabón de Lagarto, estropajo de esparto y la misma toalla para las quinientas.

Si te hacías pis, te rodeaban y te quemaban el culo con una vela por ser meona. Las comidas eran asquerosas. Yo he sido la campeona en comer mis propios vómitos. En el arroz, las lentejas y las judías había gusanos. Sólo nos daban un vaso de agua al día y llena de mosquitos. Desde que estuve allí no he podido tomar leche caliente. Tampoco puedo comer el huevo frito porque me lo daban casi crudo. De vez en cuando hacían revisión en los armarios y si había algo que no fuera de la niña, aunque solo tuviera cinco años, la torturaban con cera líquida en la mano.

P. ¿Cómo te mantuvieron tus padres allí?

R. Los padres de esto no se enteraban. Una vez en semana podíamos escribir a los padres pero debían de pasar la censura de las cuidadoras. A veces te dictaban las cartas y tenías que poner que te estaban haciendo una señorita de bien. Si te quejabas, o te rompían la carta o te lo tachaban. Si recibías un paquete, lo abrían y si había algo que les gustara, se lo quedaban. Claro, tú ni te enterabas. Mi padres me mandaban una peseta de papel cada mes. A mis manos nunca llegó.

También una vez al mes venían los padres a vernos. No podíamos salir por el pueblo con la familia. La cuidadoras estaban atentas a las conversaciones y si decías algo intervenían diciendo que “eran fantasías de niños”.

P. ¿Cuáles eran las rutinas del preventorio?

R. Todos los días teníamos que escuchar misa y rezar el rosario dos veces. En misa no podíamos comulgar ni confesar porque éramos “familia de rojos”. Cantábamos también el Cara al sol. Nos obligaban a echarnos una siesta de tres horas. Tenías que estar boca arriba sin moverte o te pegaban. Por la noche te despertaban sistemáticamente dos o tres veces para ir al baño, tuvieses o no ganas. Allí no te dejaban jugar. No podías mirar a la cara. Había que mirar hacia bajo.

P. ¿Por qué crees que os tuvieron en el preventorio?

R. Mi impresión es que fuimos conejitas de laboratorio. Allí era raro el día en el que no te ponían una inyección. Te daban pastillas, te pesaban y te miraban por rayos x casi todos los días. Me gustaría averiguar qué nos metían. Yo estoy en que Vallejo Nájera, el que decía que había que matar el gen rojo, estaba metido en el ajo.

Ese año en el preventorio de Guadarrama cambió la vida de Maribel Paz. Desde entonces no quiso salir a la calle, no tuvo amigas en el colegio y se sintió avergonzada de sí misma. Se casó y tuvo dos hijos, pero vivió durante casi cincuenta años con una imagen devaluada de sí misma. No sabe si aquel experimento del preventorio del doctor Murillo es la causa de algunos de sus problemas. Ella y un grupo de aquellas niñas se ha reunido a través de una red social. Piden documentación de su estancia allí, de aquello que les inyectaban, de para qué las usaron. La respuesta es silencio y amenazas.

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