El pasado viernes 26 de marzo, a eso de las 12 del mediodía, Gregorio López, Goyo para los amigos, regresaba a casa después de casi cuatro meses ingresado por covid en el hospital Ramón y Cajal. Frente a su casa de la calle Bucaramanga, su mujer, María Jesús, y un grupo de vecinos se reunían, emocionados, para celebrarlo.
La pandemia del coronavirus ha inundado nuestras vidas de historias como la de Goyo. Historias de personas que no logran superar la enfermedad, historias de pacientes que se recuperan y echan a andar como lázaros rescatados de la oscuridad, historias que nos recuerdan que detrás de cada calle, de cada bloque y de cada portal, todos los días hay decenas de nuevas familias noqueadas por esta catástrofe inimaginable.
Goyo ingresó en el hospital el 21 de diciembre de 2020. Su vida en estos meses ha transcurrido entre sedaciones y jeringuillas. Matilde, una de sus vecinas, cuenta que en el hospital los sanitarios se mostraban sorprendidos ante su determinación por salir adelante. “Lo hacía por su hija, Ana, que tiene una discapacidad y trabaja en la ONCE. Si algo lo ha mantenido con vida estos meses, ha sido su tesón por volver a estar con su hija”, cuenta Matilda.
Su mujer lo abraza como si hubiera regresado del frente o de un naufragio. Los vecinos aplauden al grito de “¡Tres hurras por Goyo!”
Son las doce del mediodía. Goyo sale del coche que lo trae del hospital y su mujer lo abraza como si hubiera regresado del frente o de un naufragio. Los vecinos aplauden al grito de “¡Tres hurras por Goyo!”. Su debilidad y la cicatriz de la traqueotomía recuerdan que aún le queda un largo camino por recorrer.
Nos saluda agradecido y entra en su casa abrazado a su mujer. Poco a poco, los vecinos se van dispersando. Regresan a sus tareas, a sus quehaceres y a sus vidas esperando volver pronto a esa normalidad de la que tanto hablan los medios, a pesar de que en lo más profundo de cada uno de nosotros sabemos que ya nada, nunca más, volverá a ser normal.