Yo en mi taxi busco ganas, que no es poco. Busco recobrar esas ganas de la infancia o al menos busco comprender en qué momento y por qué motivo los días comenzaron a parecerme más y más iguales. Porque todos, sin excepción, comenzamos en esto de la vida siendo ávidos de novedad.
No hay niño que no investigue y flipe ante un mundo nuevo lleno de matices, de formas, de colores, de olores, de texturas. Aprender a gatear, a caminar, a articular palabras y asociarlas a un significado. Aprender a gestionar los sentimientos o a clasificar tus vínculos por orden de importancia.
Hay un trabajo titánico en esos primeros años que después, una vez asimilado tu entorno, una vez asentadas tus preferencias, la vida comienza a convertirse en rutina y, de buenas a primeras, casi sin darnos cuenta, dejamos de querer aprender.
Ahí el error: ¿En qué momento la novedad deja de ser novedosa? ¿Hasta dónde profundizamos ante aquello que en su día llamó nuestra atención? ¿Son acaso todos los días iguales, o simplemente nos dejamos arrastrar por la apatía? La respuesta es clara. Siempre habrá algo nuevo, o al menos siempre habrá algo que podamos aprender.
Por eso digo que en mi taxi busco ganas y no sólo en los niños. Admiro también a esos adultos que te hablan de sus cosas con auténtica pasión. No importa el tema.
El otro día, por ejemplo, una mujer vecina, como yo, de Hortaleza, me habló del cuidado de sus plantas de interior. Tenía muchas, muchísimas, y su preocupación por cuidarlas excedía lo racional. Sufría en serio cuando alguna “caía enferma”. Tuvo que talar un ficus por culpa de un parásito, y esa noche no pudo conciliar el sueño. A simple vista podría parecer absurdo que alguien mostrara tal grado de preocupación por unas plantas, pero la cuestión no es esa. Lo importante es la pasión que destilaba esa mujer: las ganas de aprender en favor de sus plantas, de leer más y más libros, de entender cómo funciona la fotosíntesis, o las mejores técnicas para hacerlas crecer más verdes y vigorosas. Incluso habrá clubs de amigos de las plantas, supongo, a los que acudirá la mujer con devoción cada jueves por la tarde.
No importa el motivo, insisto; lo importante son las ganas de aprender, la pasión. Encontrar tu motivo personal e intransferible. Y en ello estoy. Mientras tanto, seguiré escribiendo.
Qué gran verdad.
Por si alguien quiere buscar más información sobre el tema: hay un pedagogo británico, Sir Ken Robinson, que habla de esto en su libro “El Elemento”.